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Sor Ana María, una monja con aires de ejecutiva

La mirada escrutadora de sus ojos grises ampliada por los cristales de las gafas, la desenvoltura del gesto y la palabra y cierto aire de eficiencia ejecutiva casi hacen olvidar el hábito que viste. Evidentemente, sor Ana María no responde a la imagen de monja-monjil típica. En otra época se hubiera consagrado sin duda a reconvertir herejes o a evangelizar tribus paganas. En estos tiempos, su misión es regenerar y preservar a la juventud, de acuerdo con el espíritu que inculcó el cardenal madrileño Francisco Méndez Casariego, fundador de la Orden Trinitaria, a la que pertenece, tiene una flamante oficina en la zona recreativo-comercial de la estación de Chamartín. Es su terreno de acción. Allí nos recibe con absoluta naturalidad, como si la visita imprevista de una periodista estuviera incluida en su trato diario con jóvenes descarriadas o a punto de descarrilar:« Estoy cinco años en esto, aunque hago también trabajo social en las cárceles de hombres y mujeres, con jóvenes fundamentalmente, porque es la dedicación a la juventud lo que caracteriza nuestra Orden Trinitaria. Para los viejos o para los niños hay cantidad de obras sociales, de fundaciones e instituciones benéficas, pero, ¿quién se ocupa de los jóvenes, que son precisamente los que tienen más problemas?».

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«Aquí concretamente somos cinco hermanas. Antes de instalarnos en este local esperábamos en los andenes la llegada de los trenes, y cuando bajaba la gente pronto descubrías a las chicas que podrían necesitar ayuda. Solas, con poco equipaje y aspecto de preocupación o de despiste, de no saber a dónde dirigirse».

En estos cinco años, unas quinientas muchachas aproximadamente han pasado por las manos de sor Ana María y su equipo. Niñas abandonadas por su familia o que huyen de ella, chicas que llegan a Madrid descentradas, sin destino, sin trabajo, sin pasado... o con un pasado que prefieren olvidar.

«Vienen de todas partes y con todo tipo de problemas. Hay algunas con historias tan increíbles que parecen inventadas, auténticas novelas. Al principio ninguna te dice la verdad. Es lógico, porque no nos conocen, pero poco a poco las acabas conociendo, y si están implicadas en algún asunto turbio o surgen dificultades porque son menores de edad, se investiga. Hay cinco abogados que desinteresadamente colaboran con nosotras; prefiero no dar sus nombres. Yo personalmente tengo muchas amistades entre jueces y abogados».La capacidad de relaciones sociales parece ser uno de los rasgos no monjiles de sor Ana María que más beneficia a su misión. También en la Renfe tiene buenos contactos.

«Hace cinco años no conocía a nadie de la empresa. Un día empecé a hablar con un maletero y ahora ya trato a todo el mundo, incluido el director, que es un hombre excelente. Se nos cede gratuitamente este local, y próximamente se abrirá otro igual en Barcelona, con la idea de crear varios en las principales estaciones de la red ferroviaria».

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Por su trabajo social en las cárceles de Carabanchel y Yeserías, sor Ana María debe mantener asimismo cierta vinculación con el mundo policial, aunque ella afirma rotundamente que no existe ningún tipo de intercambio o colaboración tácita.

«Si se presenta un caso en que sea necesaria la intervención de la policía, se recurre a ella, pero si vinieran aquí a pedir información no la conseguirían, porque lo que me cuentan las chicas de su vida es absolutamente secreto y personal. Tengo un cuaderno donde registro sus datos, que es el que se utiliza aquí, y otro particular donde hago las anotaciones que me parecen oportunas, y que nadie lee más que yo».Desde que se inauguró el local de Chamartín, hace algo más de un mes, cerca de un centenar de Jóvenes han pasado por allí en busca de la ayuda que promete el cartel de la puerta. ¿En qué consiste exactamente esa ayuda?

«Consiste en proporcionarles trabajo y, a las que no lo tienen, alojamiento. Si necesitan mayor control y vigilancia, las llevamos a nuestra casa madre, en la calle dé Altamirano. Hasta ahora sólo podíamos ofrecer como ocupación el servicio doméstico, internas o a media jornada, pero a partir de agosto tendremos también puestos en la industria cosmética. No se trata de ir vendiendo por las casas productos de belleza, sino de trabajar en unas naves que están montando por Palomeras. La venta a domicilio no sería un trabajo adecuado para la mayoría de estas chicas, que si no se encuentran acogidas en un sitio determinado recaen fácilmente en lo que intentan superar: la droga, la delincuencia, los conflictos familiares o sentimentales. De día en día, los problemas son más graves. Antes, por ignorancia o por falta de medios, los pecados eran más pequeños. Ahora, en este mundo tan frío y deshumanizado, los jóvenes se encuentran sin alicientes, sin trabajo. Es natural que se refugien en la droga o se den a la delincuencia». Que el servicio de ayuda se oriente exclusivamente hacia las jóvenes no es una cuestión sexista -el propio cardenal fundador, que recogía en su casa a los niños callejeros o vagabundos, no hacía distinción de sexos-, sino económica.

«Hemos tenido que limitarnos a las chicas por problemas de dinero, y pese a ello se han contraído bastantes deudas. Hace unos días encontré un billete de mil pesetas debajo de la puerta y me llevé una alegría enorme. No nos vendría mal. que esa sorpresa se repitiera».

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