Camus y Sartre
Los españoles tuvieron ayer la lucidez y el privilegio que significar haber homenajeado a través de diarios, artículos y mesas redondas a dos seres profundamente hermanados de la conciencia contemporánea. Me refiero a Albert Camus y Jean Paul Sartre. La muerte de éste, desenlace de una vida de muchos años dedicada a pensar en el hombre y sus interrogantes dramáticos, coincidió en Madrid con la reunión de otros hombres lúcídos para pensar en su hermano de vida, aquel que murió hace muchos años en un absurdo y coherente final propio de su búsqueda humanista y apasionada. Camus, ese argelino silencioso, ese moralista entrañable, y Sartre, ese padre de muchos y dolida víscera militante, coincidieron -tal como debía ser- en el agradecido testimonio de los españoles. Porque también entre ellos, y a lo hondo, coincidieron en muchos momentos de su existencia.Recuerdo a Sartre diciendo: «No escribí una sola línea sin pensar en cómo la juzgaría él». Recuerdo a Camus: «El deseo de posesión es hasta tal punto insaciable que puede sobrevivir al amor mismo». Vuelvo a Sartre: «Hasta la amistad tiende hoy a ser totalitaria», y Camus respondiendo: «Tengo derecho a reclamar una justicia total que sólo yo puedo crear». Muchas veces juntos. Abierta o secretamente juntos, según lo dictara la historia de esos días, Sartre y Camus representan -y representarán por mucho tiempo, seguramente- la incanjeable y desgarrada pasión que puede despertar la vida humana cuando se transforma en matriz de interrogantes que deben ser respondidos. «Y abiertamente consagré mi corazón a la tierra grave y doliente dijo alguna vez Hölderlin. Estos dos pensadores -«yo pienso con el pecho», escribió un poeta argentino- serán para muchos de nosotros los representantes de un sentido de la vida que tiene en sí mismo su propia justificación: pensar en el hombre con el pecho/
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