La honestidad intelectual
LA NOTABLE repercusión que el fallecimiento de Jean Paul Sartre, cuyas obras fueron lectura obligada para la generación anterior, pero habían perdido parte de su influencia y popularidad en los últimos años, no puede explicarse exclusivamente, y quizá ni siquiera fundamentalmente, por la contribución de sus ideas filosóficas, de sus narraciones y de sus piezas teatrales a la cultura contemporánea. Tampoco su pensamiento político, difícil de articular en un todo coherente, o el acierto de sus diagnósticos y de sus apuestas en los combates sociales, pueden dar cuenta de ese súbito renacer de su celebridad precisamente en el momento de su muerte. Al fin y al cabo, durante el mismo período en el que Sartre llegó a su, plenitud, escribieron y reflexionaron filósofos, ensayistas, novelistas, dramaturgos y teóricos políticos cuyas obras están probablemente llamadas a una fama más duradera y a una influencia más profunda.Tal vez su propósito de buscar en muchos terrenos y de recorrer muchos caminos, devolviendo a la cultura el sentido de su unidad, y su disposición para adquirir y cancelar compromisos políticos, tratando de crear nexos de comunicación entre el mundo cerrado de los intelectuales y los problemas diarios de las gentes, explicarían mejor la fuerza de atracción y de convencimiento de Jean. Paul Sartre. La sensación de que había una última coherencia entre su proyecto teórico de vida y su existencia personal, su generosidad para rectificar errores y su orientación genérica hacia la causa de las minorías oprimidas, de los pobres de la tierra y de la espontaneidad de los movimientos sociales frente a los aparatos de poder, transmiten a su figura una presunción de honestidad intelectual, sensibilidad moral y coraje cívico que no logran borrar ni las equivocaciones de juicio ni las malinterpretaciones de hechos que pueden encontrarse en sus polémicas y en sus escritos.
La conmoción producida por su fallecimiento guarda seguramente alguna relación con la sensación de que la muerte de Sartre significa, de algún modo, la extinción de un tipo humano, con viejas raíces en la cultura de la sociedad europea, que trató de hacer compatible el uso de la inteligencia, la preocupación por la escritura, el interés por diversos campos de conocimiento, el compromiso con la suerte material de sus contemporáneos y la defensa de las libertades, las luces, la tolerancia y el progreso
frente a los poderes que tratan de aplastarlos. Gentes, en suma, que siempre pensaron que la política es algo demasiado serio para ser confiada a los políticos y que la vida pública pertenece a la sociedad antes que al Estado. Lo que, evidentemente, parecerá una idea destinada, merecedora de ser combatida desde todos los ministerios, incluido el del ramo, por la clase política que se esfuerza por ocluir los poros por los que trata de respirar el despreciado tejido social de la España contemporánea.
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