El general republicano Crescencio Ramos vuelve del exilio en Moscú
Crescencio Ramos es un español que salió de su país cuando las fuerzas republicanas, a las que pertenecía, dieron por perdida la batalla contra los soldados del general Franco. En la huida, Crescencio Ramos, que era general de Aviación, se llevó a un importante brigadista internacional, Palmiro Togliatti, y llegó, después de una temporada en Argelia, a la Unión Soviética, donde ha vivido desde entonces. Ahora está en España tratando de recuperar su identidad, porque para los papeles oficiales él está muerto. Sin embargo, a los 79 años, conserva toda su vitalidad y entusiasmo. En Moscú, antes de volver a su tierra, en Avila, habló con el corresponsal de EL PAIS.
Crescencio Ramos, general de brigada de la Aviación republicana, salvó de la muerte a Palmiro Togliatti, político comunista italiano, al término de la guerra civil española, y consiguió sacarlo hasta Orán (Argelia) en un pequeño aeroplano, junto con otras ocho personas. Crescencio Ramos, de 79, años de edad, volvió a Madrid, después de 41 años de vivir en la Unión Soviética, para demostrar, en primer lugar, que no está muerto, porque así figura en los registros oficiales, que hicieron caso de las declaraciones de su primera mujer, española. Crescencio Ramo condujo en su avión en varias ocasiones a Francisco Franco, «que tenía muy malos sentimientos», y conoció personalmente a José Antonio Primo de Rivera, «que si no le hubiéramos matado, seguro que España sería ahora diferente, para mejor». Esta última afirmación no es el pago a la medalla militar individual que un día le colocó en su guerrera el entonces dictador Miguel Primo de Rivera.Durante algunas horas hemos conocido a un hombre entrañable, que es parte de esa historia de nuestro país que tanto nos duele. Crescencio lleva incorporado a su cuerpo menudo la injusticia de una separación obligada de su tierra natal, pero no ha perdido nada de su raza y origen castellanos. Le hemos conocido casualmente, poco antes de su partida definitiva hacia España, donde quiere seguir viviendo, en el abulense pueblecito que le vio nacer: Arenas de San Pedro.
«Yo era jefe», nos dice; «de la Escuela de Polimotores de Totana, en la provincia de Murcia. Llegué allí casi de casualidad. Pero sentí un gran cariño por mi profesión. Era telegrafista, sargento, en Melilla. Un día recibí un telegrama en el que se anunciaba que un grupo de moros atacaría nuestra posición, en Sidi Amech Elach, y tuve que empezar a dar órdenes. Me hice el amo. Todo salió bien, y de ahí que me concedieran la medalla militar.
Fue en aquella época cuando conoció a Francisco Franco. «Era pequeñito», recuerda con toda lucidez, «y su categoría entonces era la de comandante. Un día fui a la tienda de campaña del coronel Girona, y Franco estaba allí; dispararon y la bala pasó entre los tres. El comandante Franco dijo: "Esa, ya pasó." Le recuerdo siempre montado en un caballo blanco y situado en los lugares más peligrosos, como si esperase ser el centro de los enemigos, pero nunca le acertaban. Millán Astray, que era muy bruto (fíjese lo que le dijo a Unamuno), pero un gran militar, un día que vino un soldado que le saludó con un taconazo tan marcial que el tacón de la bota se le soltó, dijo: "A éste, que se le ascienda a sargento." Yo llevé, después, muchas veces a Franco desde Melilla al interior por los llanos de Ketana. Un día, al regresar, sufrí mi único accidente. Se rompió el avión, me estrellé y perdí el conocimiento, nada más.» Crescencio cuenta sus historias llanamente. Sonríe, calla durante unos minutos, recuerda hasta los más mínimos detalles y habla con esa seguridad que da una vida limpia y sin dobleces. «Me quería mucho Hidalgo de Cisneros y Ramón Franco, que era un hombre que no se afeitaba, muy generoso. Cuando hizo el famoso viaje, el dinero que le correspondió -en aquella época era una fortuna-, se lo dio íntegro a Rada. En una ocasión salió a bombardear, pero vio que en la zona había niños y volvió a la base con gran depresión, sin haber lanzado una sola bomba.».
El general, Ramos pertenecía al Partido Comunista, y en los, últimos días de la guerra le dijeron, que tenía que sacar a Palmiro Togliatti de España. No lo dudó, aunque la mayoría de sus compañeros se entregaron a las fuerzas vencedoras. «Preparé el avión, en el que vinieron ocho personas más, entre ellas un amigo de Checa, Artemio Precioso, hijo del novelista, que mandaba las fuerzas republicanas en la región y se casó luego en la URSS con la hija de uno que ahora creo que es diputado en Navarra, no recuerdo el nombre, y llegamos a Oran. Allí entregué el aparato y se quedaron, además, con mi cámara fotográfica y nos dieron a todos un baño, como si fuéramos leprosos. Togliatti presentó no sé qué documentos e inmediatamente desapareció. Yo me quedé allí cuarenta y tantos días y luego pasé a un campo de concentración. Un día vino Checa y dijo: "Vámonos a la Unión Soviética." Sin pensarlo, me vine, aunque donde tenía la mayor parte de mis familiares era en México.»
Un carisma especial
Los pilotos tenían entonces un carisma especial, ciertos privilegios, además de los económicos, y un gran atractivo para las españolas de los años treinta: «A pesar de que nunca he tenido un gran tipo», reconoce sinceramente, «lo cierto es que me asediaban las "niñas litri". Me casé con una mujer muy guapa; pero sólo eso, guapa. Llamaba la atención. Era sobrina carnal de La Cachavera, que entonces figuraba como artista famosa del género frívolo. Pero mi mujer no se vino conmigo. Me dijo: "Cuando estés en un sitio fijo me avisas y voy." Luego se quedó allí. Tenemos un hijo que es médico en Cádiz.. Desde hace más de treinta años vivo aquí con una buena compañera, con la que tuve otro hijo. Ahora voy con ella a España, donde lo primero que tengo que resolver es mi situación personal, pues mi primera mujer hizo todos los papeles oficiales y, legalmente, estoy muerto. Las mujeres son muy finas y muy granujas.»Crescencio Ramos mantiene relación con su hijo español y el resto de sus familiares. También conserva contactos con sus viejos amigos. Alguno de ellos todavía le escribe y le recuerda cuando, de joven, Crescencio hacía de Don Tancredo en las corridas, donde figuraba en el Cartel Valencia II, uno de sus incondicionales de los años jóvenes. En aquella época, frecuentaba una tertulia en casa del encuadernador al que llamaban el último chispero. Allí conoció a José Antonio Primo de Rivera. «Qué buen muchacho era. Si no le hubiéramos matado los republicanos, seguro que España sería ahora otra cosa, para mejor. La culpa de Franco la tuvo quien le ascendió rápidamente, y así, a los 33 años, era general, cuando para llegar a esa graduación hace falta esperar a los cincuenta o los sesenta. No puedo hablar bien de él, porque le conocí y creo que tenía malos sentimientos. Sin embargo, Sanjurjo era una buena persona. Campechano, muy español. Si hubiera resultado bien la sanjurjada seguro que no hubiera permitido a ninguna potencia extranjera que se metiese en nuestros asuntos internos.»
Hoy, el general español Crescencio Ramos vuelve a España de la misma. forma en que salió, en avión, pero en esta ocasión él no será el piloto.
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