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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El desencanto

RECIENTEMENTE HA tenido lugar un encuentro de po líticos, profesores y periodistas españoles en la Universidad de Vanderbilt (Tennessee, EEUU), sobre la transición política española; encuentro en el que EL PAÍS tuvo oportunidad de verse profusamente representado. Un tema dominó sóbre todos los que los oradores -Raymond Carr, Francisco Ayala, Manuel Fraga, José Luis Abellán, Rosa Montero, Pilar Miró, Rafael Conte y Juan Luis Cebrián, entre ellos- pusieron sobre el tapete: el del desencanto por la nueva democracia. Un desencanto injusto e irracional, según unos; reflexivo y obvio, según otros, que llena, paso a paso, y, en ocasiones, incluso a zancadas, el panorama de nuestra clase política e intelectual. Hubo un hecho constatable en la reunión, y es que los observadores extranjeros parecían más optimistas que los españoles sobre la situación en nuestro país, y que el nivel de amargura que parece detectarse entre lasjóvenes generaciones de intelectuales y profesionales españoles no es del todo comprendido ni asimilado por los hispanistas al uso.«¿Desencanto de qué?», se preguntaban. «Ustedes tienen una democracia por primera vez en muchos años, no la dejen malograrse.» La cuestión -señaló con acierto el profesor Fraga, que estuvo brillante y revestido de todos los predicamentos de ironía y buen humor del anglosajón- está en saber sustituir una cultura de la represión por una cultura de la libertad. Para que no cunda el ejempló de los que insisten que «contra Franco vivíamos mejor».

Todos los presentes coincidieron en que los problemas esenciales de nuestro país son el encontrar una nueva identidad nacional y del Estado fundada en las autonomías, y resolver o paliar lo más posible el muy preocupante nivel de desempleo que padecemos, especialmente el referido al paro del primer trabajo. Cuestiones como la del terrorismo y la criminalidad ascendente parecía podrían abordarse e incluso comenzar a resolverse seriamente con una aproximación política más seria a esos dos temas enunciados. Y para eso debe servir, pensamos, una cultura de la libertad: para responder creativamente a esos problemas planteados.

Sin embargo, el desencanto producido en nuestro país proviene no sólo de las dificultades económicas ni del aumento de la violencia. Proviene también, y fundamentalmente, de la contemplación de un aparato político democrático cada día más consustancialmente empeñado en la adopción de medidas represivas y no creativas a la hora de enfrentarse con los problemas que le acucian.

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Lejos de crear una cultura de la libertad la democracia de hoy nos ofrece ejemplos a diario de retomos persistentes hacia la creación de una cultura de la represión.

La libertad de expresión ha sido siempre un índice de la salud de las libertades generales de un pueblo, y sólo salvaguardando la libertad de expresión -en todas sus formas: prensa, medios audiovisuales, libro, cine, teatro...- podrá defenderse la invención de esa cultura democrática que nuestro país necesita. Pues bien, los constantes y recientes ataques a la libertad creativa; los procesamientos de periodistas por juzgados militares; la actividad contra los profesionales de la prensa de la fiscalía del Estado, para la que la figura del escándalo público parece seguir estando circunscrita a los desnudos femeninos y no al expolio vergonzante del dinero de los españoles por parte de organismos oficiales; los proyectos de una titulación única para el ejercicio del periodismo; la manipulación de las subvenciones al teatro; el secuestro de películas como la de El crimen de Cuenca, ponen de relieve no menos que la actitud del Gobierno y su partido en las proyectadas reformas del derecho de familia o en la organización del sistema escolar, que está queriendo dar un portazo a la libertad. El aluvión de noticias que dan cuenta de la actividad represiva -desde los tribunales, desde el poder político- contra la libertad de información en los últimos meses no es así algo circunstancial o efímero. Es, desgraciadamente, un síntoma clarísimo del desprecio que los valores universales de la democracia merecen por parte de muchos de nuestros administradores. La Constitución viene siendo violada o incumplida por decretos como el de Seguridad Ciudadana y procesamientos como el de Miguel Angel Aguilar. Lo preocupante, la razón de nuestro desencanto, lo simplemente vergonzoso, es que los señores ministros que lucharon contra la dictadura de Franco (José Pedro Pérez Llorca, Rafael Arias-Salgado, Carlos Bustelo, José Luis Leal, Juan Antonio García Díez, Antonio Fontán), los mismos que vieron cerrados sus periódicos, conculcados sus derechos y vituperadas sus creencias, no sólo no protesten hoy por la situación creada, sino que contribuyan, activa y animosamente, a esta resurrección de la cultura de la represión. La historia de España pedirá cuentas de modo significativo a esta derecha democrática en el poder por sus desprecios a la democracia. Quizá en ellos esté la verdadera causa de muchos de los males que nos aquejan y de lo profundo y amargo del desencanto de los españoles que todavía creen en la libertad.

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