Un fantasma recorre España
Me refiero, naturalmente, al tan traído y llevado Partido Radical. Para unos, este partido habría de moralizar la vida pública, combatiría la corrupción, democratizaría el sistema político, conseguiría que las libertades se ejercitasen y no quedasen en palabras...Para otros, este partido estaría entre UCD y PSOE, haría de bisagra entre ambos, sería el Pepito Grillo de los grandes, serios y eficaces partidos parlamentarios.
Para otros no sería un partido, sería una acción, e incluso para algún otro, este partido vendría de la unión entre el PCE y el PSOE, en el colmo de una visión deformada sobre el problema y en exceso optimista sobre las excelencias de su partido.
Sin embargo, mucho me temo (o no me temo) que las actitudes y comportamientos radicales que están aflorando y desarrollándose en nuestro país están a bastantes años-luz, y pasan a tope de muchas de estas opiniones, disquisiciones y diseños teóricos. Entre otras cosas, porque, afortunadamente, tienen una fuerza y vitalidad que superan cualquier etiquetaje y encorsetamiento previo.
Fuerza y vitalidad que tienen su base no sólo en un funcionamiento defectuoso del actual sistema político, corno opinan algunos, sino en la propia naturaleza, en la raíz del mismo.... de ahí su radicalismo.
Crisis radical del sistema
En efecto, lo que hoy está en crisis no es sólo el funcionamiento de nuestro sistema político (el consenso, la falta de participación ciudadana, etcétera), sino el sistema social en su conjunto. Su naturaleza y raíces más profundas.
Si la Trilateral habla e impulsa una política de restricción democrática, si trata de instaurar, como dice Vidal Beneyto, «una especie de despotismo ilustrado de la tecno-estructura», es precisamente para hacer frente a la crisis general que afecta al sistema capitalista.
El paro estructural de millones de personas, la destrucción creciente de la naturaleza por la utilización intensiva de nuevas y destructoras tecnologías, la cuestión juvenil, el resurgir de los nacionalismos frente a la internacionalización creciente del poder y del capital, la opresión de la mujer, la crisis de los valores e instituciones tradicionales.... son otros tantos problemas que generan contestación, que demandan una solución, que exigen no sólo una democratización, sino la transformación social, no como meta lejana, sino como posibilidad y necesidad inmediata.
Esta es la raíz y la base de las actitudes y comportamientos radicales, y por ello es a estos problemas a los que hay que dar solución, no limitándose a ciertos aspectos solamente. ¿O acaso la liberación de la mujer se reduce al derecho al divorcio o al aborto? ¿O acaso reencontrar el equilibrio del hombre y la sociedad con la naturaleza se reduce a conseguir paralizar una o dos centrales nucleares? ¿O acaso la emancipación de los trabajadores se reduce a conseguir mejores salarios y más tiempo de ocio? ¿O acaso la cuestión juvenil se reduce a la legalización de las drogas blandas? ¿O acaso el movimiento universitario se reduce a la retirada de la LAU?
La izquierda clásica hoy es insuficiente
Y es esta dimensión profunda, esencial, radical de los fenómenos que se suceden en nuestra sociedad, a la que la llamada izquierda parlamentaria y mucha de la extraparlamentaria no ha sabido, ni podido (¿ni querido?) dar salida.
En aras al pragmatismo, a la lucha mezquina por ocupar mayores parcelas de poder, al desarrollo del partido como causa y razón última de todo lo habido y por haber..., se ha restringido la iniciativa y desarrollo de los movimientos autónomos e independientes, se ha despreciado el feminismo y el ecologismo.... se ha abandonado la lucha por la transformación social, etcétera.
El electoralismo, el consenso...,el marxismo esclerotizado, el obrerismo estrecho... han postergado sine die la lucha cultural, la revolución en la vida cotidiana, el carácter y la actitud crítica ante el sistema imperante... Se carece así de las armas teóricas, políticas, culturales..., para acometer la necesaria transformación social.
¿Cómo, por ejemplo, una izquierda que ha defendido hasta hace poco que el capitalismo no iba a atravesar más crisis, puede acabar con él?
Nuestra izquierda clásica, pues, ni en la teoría ni en la práctica puede acometer la transformación social, puede satisfacer las necesidades radicales... Por ello, no puede ser entendido más que como un exceso de «optimismo» aquella opinión de que la unidad PCE-PSOE es la formación política que puede satisfacer dichas necesidades.
Es natural, pues, que los distintos movimientos emancipatorios, que los distintos sujetos colectivos que bajo un prisma u otro acometen la tarea de gestar una nueva sociedad, se desarrollan al margen y muchas veces en contra del actual sistema de partidos. Y decimos que se desarrollan porque para algunos las actitudes radicales parece ser que sólo existen en Italia, que en España sólo existen en estado potencial. O más aún, que en nuestro país no hay nadie que actúe en esa dirección.
El feminismo, que busca no sólo la igualdad legal con el hombre, sino la gestación de un nuevo mundo donde ya no exista la opresión de la mujer, ¿existe en nuestro país?, ¿actúa?
El ecologismo, que no quiere medio ambiente, sino que lo quiere entero, que lucha por una nueva sociedad donde el hombre y la sociedad esté en equilibrio con la naturaleza ¿existe en nuestro país?, ¿actúa?
El movimiento universitario de Diciembre del 79 que quiere cambiar la universidad y la vida, ¿existe en nuestro país?, ¿actúa?
Los jóvenes que pugnamos por nuestros derechos, por una nueva moral y cultura, por el cambio en nuestra vida diaria y una sociedad que lo posibilite, ¿existen en nuestro país?, ¿actuamos?
Los nacionalistas, los movimientos de liberación sexual, los antimilitaristas, los estudiantes, ¿existen en nuestro país?, ¿actúan?
Los obreros y trabajadores que quieren no sólo ganar un mejor salario y conseguir empleo, sino cambiar la producción, destruir el carácter alienante de un trabajo esclavizado, cambiar la vida también en las fábricas, ¿existen en nuestro país?, ¿actúan?
Y hablo también de los trabajadores, porque son muchos los que opinan que éstos ya no son «radicales», pretendiendo levantar una muralla entre los traba adores y el resto de corrientes de pensamiento, como el feminismo, ecologismo, etcétera.
Cuando, por un lado, los trabajadores, tanto por su masividad, combatividad y profundidad de sus reivindicaciones constituyen una de las principales corrientes emancipatorias ¿o acaso la destrucción del trabajo alienado, el cambiar la producción y la fábrica, no es uno de los cambios más radicales?
Y cuando, por otro lado, una de las principales debilidades e insuficiencias ha sido hasta ahora la escasa confluencia de este movimiento con las otras corrientes de pensamiento, por lo que no luchar por su confluencia, es en gran medida castrar la posibilidad de un cambio real.
Entiendo, pues, que todos estos movimientos existimos y nos estamos desarrollando en este país. Y entiendo, además, que es precisamente en estos movimientos en la confluencia crítica de todos ellos, de todos aquellos que propugnamos la transformación social..., donde se encuentra el radicalismo, en donde se encuentra la posibilidad de terminar con la raíz de los problemas: el actual sistema social.
El rojo (no el del siglo XIX, sino el de 1980), el verde, el morado..., el joven, el ecólogo, el marxista crítico, la mujer..., debemos desarrollamos y confluir en una realidad superior a lo que hoy existe. Realidad nueva que haga posible una sociedad nueva.
No sólo moralizar, también transformar
La confluencia que propugnamos se realiza no castrando la concepción y filosofía de cada movimiento o corriente de pensamiento, no uniformándola artificialmente bajo un programa de mínimos que se limite a mejorar el sistema actual. No supeditándola a la guía de algún grupo de iluminados. Confluencia, unión que, por el contrario, debe darse con el debate amplio, con la práctica conjunta, con la participación y el protagonismo de todos, con la elaboración de una concepción común que abra una vía para la transformación social, para la gestación de un nuevo camino hacia una nueva sociedad donde no sólo cambie el poder, sino que cambie la vida, la cultura..., el mundo en su totalidad... Y camino que ya hoy empieza a producir esos cambios, sin esperar a la transformación social, a la destrucción del sistema.
Bien venidos sean, pues, los que pretenden mejorar el actual estado de cosas, democratizar nuestras instituciones, ejercer la libertad... Pero, sobre todo, bien venidos sean los que junto con éstos quieren ir a la raíz, al fondo de la actual situación y quieren cambiar, transformar el sistema.
Sin protagonismos, sin exclusivismos.... creo que en eso hoy estamos muchos. Y éste es una vez más el viejo y siempre nuevo fantasma que recorre España.
GRE).
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