Emilio Machado, de Leonardo da Vinci a la simbología matemática
Emilio Machado, que expone hoy su última obra en la galería Heller, de Madrid, comenzó a pintar sus cuadros al lado de Salvador Dalí, y del maestro de Cadaqués adquirió obsesiones peculiares que están en sus lienzos primitivos: palomas, piernas, cabezas con amapolas, un happening que a veces se encuadraba en escultopinturas. Esa fue, al menos, la temática y el estilo de la muestra que colgó en René Metrás (Barcelona) en 1957. La que inaugura hoy es una muestra que abarca distintos intereses suyos, desde Leonardo da Vinci a la simbología matemática.Después vino a Madrid y aquí expuso, en la sala Neblí, la obra que entonces iba a repesentar a España en la Bienal de Venecia, pero aquel año, dice él, «fue el año de Julián Grimau» y España no fue llamada a participar en aquella exhibición de arte.
Tras una exposición en París, Emilio Machado regresó a Barcelona, y allí, «en medio del mundo intelectual que componían los Modest Cuixart, Antonio de Senillosa, Salvador Corberó, Antoni Tàpies y otros comencé a hacer la obra que me daría el premio del Instituto Británico de la Ciudad Condal». Un artista que entonces se llamaba Alberto Porta y que hoy firma su obra como Zush compartió con él tal galardón.
El contacto con el surrealismo y con el abstracto de sus compañeros barceloneses no le alejaron del realismo que latía en su mente de arquitecto.
Consolidada esa tendencia al realismo, Machado introdujo en su obra el símbolo matemático. «La fórmula artística no era lo único que me inquietaba», dice Emilio Machado,,«sino que me preocupaba también de la propia geografía del cuadro, la técnica personal en, la que debía estar pintado. A través de la obra de Leonardo rastreé cuál podía ser esa técnica, porque intuía que él también la había buscado. Y en Suiza encontré los barnices que son la base del procedimiento según el cual están hechos los cuadros que expongo ahora.»
Encima de estos barnices , de cuya consecución el pintor se muestra orgulloso, «hay una constante: las manos, las piernas, los círculos y los conos. En mis primeros cuadros había rostros. Ahora hay manos. Antes las manos pedían cosas; ahora hacen magia como para crear un mundo que no está. Los círculos», dice Emilio Machado, «me sirven para establecer una frontera dentro de la que está lo que yo quiero contar, la realidad. Fuera está lo irreal, que es, por otra parte, lo que yo considero real».
Son muy elaborados los cuadros de Emilio Machado, quien se manifiesta en contra de la creencia de que una obra de arte pueda ser espontánea. En Leonardo da Vinci se advierte que esa espontaneidad no existe y que, además, le aburre. Con Tápies, que es otro gran maestro, pasa algo parecido: cuando ejecuta un cuadro abstracto sabe perfectamente qué se propone hacer. Machado fue un realista «que se vio forzado a serlo», y entre las circunstancias que lo forzaron no figuraron las políticas. Al contrario que entre los abstractos, como considera él hoy, «porque los abstractos quisieron, con su obra, dar una especie de grito, un no velado y elegantísimo que logró una dimensión absolutamente individual». Su concepto del realismo, por otra parte, «se aleja de la mera técnica; no busca la perfección dentro de la cual no hay nada».
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