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El entierro de la sardina cerró los carnavales

Entre tragos, llantos y responsos, la sardina, vestida de tules negros y lentejuelas, fue enterrada ayer al cobijo de una gran morera de la Casa de Campo. Pese a la lluvia y a la hora -cinco y medía de la tarde-, cientos de personas acudieron a darle el último adiós con un largo y festivo desfile capitaneado por la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina, enterradores de un pescado que simboliza el fin de las fiestas de carnaval.

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A las 5.30 en punto, el fúnebre cortejo salía del paseo de San Antonio de la Florida. Ella, la sardina, era transportada en un adornadísimo ataúd azul y rosa con cintas de colores, que llevaban los enlutados cofrades vestidos con capa y chistera. Varios estandartes seguían a la caja, y detrás de la comitiva, un carromato totalmente adornado con guirnaldas transportaba un organillo del que sonaban las músicas locales más típicas, bailadas por los numerosos vecinos de la zona. Los niños también acudieron masivamente al desfile y se mataban a correr para coger los caramelos que tiraban los de la Alegre Cofradía.Los cánticos, adioses y llantos a la sardina eran constantes durante todo el recorrido (San Pol de Mar, Comandante Fortea y, tras cruzar el Manzanares, llegar a la Casa de Campo por la puerta de las Moreras). Y entre cántico y cántico, un responso en latín o en castellano, según los momentos. A la vez, los cofrades, que ya por la mañana empezaron la juerga en el restaurante Casa Paco, no paraban de pasar botellas de vino y de beber a pico de botella. Ni qué decir tiene que no eran sólo ellos los que le daban al vino, ya que el resto del personal ahogaba la pena que sentía por la fallecida bien con tragos o bien con algún porrete.

«Este año ha venido mucha gente», explicaba uno de los cofrades, «pero nosotros hemos celebrado el entierro siempre, incluso durante el franquismo, y siempre venía personal. Antes no teníamos problemas, porque cuando venía la policía decíamos que era una cosa para niños y ahí no se metían.»

Del Ayuntamiento -del que, por cierto, no hubo representación, si se exceptúa el concejal de Moncloa- podían oírse bastantes quejas. «A nosotros nos han dado 50.000 pesetas», dijo uno de los cofrades; «pero a nosotros, que somos anticuarios del Rastro y que lo hemos hecho siempre, ese dinero no nos supone nada. Es una tontería, aunque tampoco vamos a decir que no, pero que quede claro que esto lo organizamos nosotros.»

Pese a la poca atención municipal y a la lluvia que a la mitad del recorrido empezó a caer, el cortejo tenía todo el aspecto de estarse divirtiendo cantidad. Los que no se habían disfrazado por falta de tiempo, marchaban con las pinturas en mano, dibujándose cosas en la cara y se colocaban pañuelos o subían el pantalón en plan de dar una nota festiva.

Al llegar a la Casa de Campo, en la puerta de las Moreras -ya pasadas las siete de la tarde-, los sollozos se redoblaron y las botellas se apuraron a tope. Allí, con fondo de pasodoble y bailes fuera de programa, la sardina fue enterrada junto a una de las moreras y todos los asistentes dieron sus paganas bendiciones al celebrado pescado.

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