Pakistán, a punto de acabar su "bomba islámica"
De vuelta a sus países, más de un delegado en la Conferencia Islámica de Islamabad no habrá podido evitar la tentación de echar un vistazo curioso a través de la ventanilla izquierda del coche que le conducía al aeropuerto. En un edificio bajo, oculto por los árboles, se encuentra el centro de coordinación de un proyecto ambicioso: la construcción de la primera bomba islámica.
Seis años después de que Ali Bhuto anunciara sus propósitos en la Conferencia Islámica de Lahore, los técnicos paquistaníes siguen trabajando. «Las civilizaciones cristiana, judía y la comunista disponen de la bomba atómica. Ahora la tienen los hindúes (era reciente la explosión experimental hindú y sólo había pasado tres años del conflicto hindú-paquistaní), no se entiende por qué no pueden tenerla los 49 países del área musulmana», dijo entonces Bhuto.A Bhuto le ayudaron en su empeño los aliados más diversos: desde el radical Gadafi, hasta el conservador Faisal, que entonces reinaba en Arabia Saudí.
De nada sirvieron las presiones de Henry Kissinger. «Si es necesario comeremos polvo durante años y años, pero no renunciaremos a nuestro proyecto», le replicaba Bhuto en 1976. Este desplante le terminó costando al dirigente paquistaní el derrocamiento y la horca.
Pero su sucesor, el general Zia, ha continuado el trabajo. Pakistán, cuya renta per cápita anual es de sólo 6.500 pesetas, está ya a punto de finalizar su bomba islámica.
Los métodos por los que se ha podido continuar el proyecto tienen todos los ingredientes de una buena novela de misterio. El protagonista, Abel Kader Jan, es un científico de rostro modesto cuya única característica física notable es un grueso y recto bigote negro que corre paralelo a dos recias cejas.
Kader Jan huyó de la fábrica holandesa en la que trabajaba, llevándose consigo los planos que contenían las instrucciones para construir una centrifugadora capaz de enriquecer los kilos de uranio suficientes para alimentar la bomba.
A unas pocas decenas de kilómetros de la misteriosa casa rodeada de árboles desde la que se coordina toda esta operación, se encuentra la ciudad de Kahuta. Hasta hace poco, Kahuta era sólo conocida, en Occidente por los escasos turistas que habían ido a visitar su vieja fortaleza. Ahora, una expedición turística a esa ciudad puede resultar peligrosa. Hace medio año, el embajador y el primer secretario de la embajada de Francia en Islamabad pudieron comprobarlo personalmente. Ambos fueron golpeados por una serie de hombres armados y vestidos de civil que les cortaron el paso en la carretera.
Viajeros con más suerte que los diplomáticos franceses relatan lo poco que se puede ver de la fábrica nuclear pakistaní. Casi al borde de la carretera, un grueso muro protege de miradas indiscretas una serie de edificios en construcción. Una conducción eléctrica de alta tensión acaba al otro lado de los muros. Hombres vestidos de paisano y con armas ligeras supervisan las cercanías. Lo más florido del Ejército paquistaní está puesto al servicio de la protección del complejo de Kahuta: baterías antiaéreas y cohetes tierra-aire, así como escuadrillas de Mirages que, de vez en vez, sobrevuelan la nueva fortaleza.
El general Zia ha heredado de su antecesor, Bhuto, la desconfianza por los norteamericanos y ha preferido buscar, con la bomba, su propio peso militar. Zia, además, es un iluminado religioso que pudo ver en el proyecto todo un ofrecimiento de su país al mundo islámico. Hasta el momento, el país que dirige este monje-soldado de ojos místicos proporcionaba, sólo a sus hermanos de religión, técnicos, pilotos de guerra para Libia o mano de obra abundante para el golfo Pérsico.
Para conseguir los materiales necesarios para construir la bomba, Pakistán ha echado mano de los más ingeniosos métodos. Ha creado empresas fantasmas con sede en Suiza que se hicieran cargo de buena parte de las compras, o se ha escondido bajo la tapadera de las posibles utilizaciones pacíficas de la energía nuclear. En Peshawar (una ciudad situada en una región en la que abundan todo tipo de enfermedades infecciosas de lo más primitivas) existen, por ejemplo, un moderno centro de medicina radiactiva, cuya utilidad estrictamente sanitaria se adivina dudosa.
Según los cálculos más optimistas, el Islam contará la próxima primavera con su bomba atómica.
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