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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reflexiones sobre el empleo

EN LOS dos últimos años, el crecimiento de la producción en España ha sido algo más bajo que en el conjunto de los países más industrializados, a diferencia de lo que había sido tradicional desde 1960. El comportamiento del empleo ha sido igualmente desfavorable. En nuestro caso ha tenido una evolución negativa, con la pérdida de 260.000 puestos de trabajo durante 1978 y, quizá, unos 200.000 en 1979, mientras que en los países industrializados ha crecido de forma positiva, aunque no siempre con la rapidez suficiente como para conseguir la absorción total del paro. Se ha producido, así, en los países industrializados un aumento simultáneo del paro y del empleo, mientras en España, en los dos últimos años, puede decirse que lo único que se incrementa es el desempleo.La primera causa de este fenómeno podría explicarse por el menor crecimiento de la economía española, pero la verdad es que la diferencia entre las tasas de aumento de nuestro producto nacional bruto no pueden justificar por sí solas el comportamiento del mercado de trabajo. Una razón adicional vendría dada por las diferencias entre los aumentos de las retribuciones horarias en la industria, que en nuestro caso han sido del 25,6% y del 19% en 1978 y 1979, respectivamente, frente a un 9% y un 9,5 % en el total de la OCDE, o de un 5,1% y un 6% en Alemania Federal. Además, la propia estructura del funcionamiento del mercado laboral, con la obstinada rigidez de nuestras plantillas, está impidiendo que los empresarios contraten para siempre nuevos trabajadores en épocas de incertidumbre respecto al futuro de cualquier actividad.

En Estados Unidos, en 1979, la producción ha crecido en tomo a un 2,3% y en España se ha elevado ligeramente por debajo del 2%. Sin embargo, el modesto crecimiento de la economía americana ha proporcionado empleo a unos dos millones de personas. Una posible explicación pudiera ser la de que mientras el índice de los precios al consumo ha crecido en un 13%, los salarios no han rebasado el listón del 9%, y como el factor trabajo se ha abaratado, los empresarios han utilizado a un mayor número de trabajadores. El poder de compra se ha reducido de una manera generalizada, en lugar de distribuirse, como en nuestro caso, en favor de los ocupados y en contra de los parados. También muchos de los nuevos ocupados son mujeres casadas, que, ante las adversas circunstancias, han buscado un complemento de los ingresos familiares. El resultado final ha sido un incremento global del consumo de las familias, lo que ha permitido, de alguna manera, mantener la actividad.

Este esquema es difícilmente aplicable en España. Hace poco, una encuesta sobre la actitud de las mujeres ante el trabajo fuera del hogar ponía de manifiesto la enorme resistencia a emplearse por cuenta ajena de una gran parte de la población femenina. En nuestro caso, esto no es todavía un problema grave. La gravedad radica en la identificación del puesto fijo de trabajo con la dudosa conquista de la clase obrera durante el régimen del general Franco. Y esto hay que considerarlo con toda seriedad como algo irreconciliable con los más elementales principios de la economía de mercado. Además hay que considerar el alto grado de reivindicaciones salariales y su influencia sobre el futuro de los precios y de los beneficios, así como sobre la elección de los empresarios a la hora de emplear nuevos trabajadores para utilizar más productivamente el equipo ya instalado o las nuevas inversiones.

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Habrá que reflexionar sobre el futuro del empleo en España. Los empresarios, en los casos de exceso de plantilla para los niveles de demanda existentes, procuran acudir a expedientes de regulación de empleo o jubilación anticipada. En otros casos, cuando las perspectivas del negocio sean optimistas, tratarán de emplear al menor número de trabajadores, ante el miedo a no poder desprenderse de ellos si cambian las circunstancias o ante el miedo de ver cómo se comprimen los beneficios si los salarios saltan por encima del índice de precios y no aumenta la productividad.

El resultado final no es otro que un débil crecimiento del empleo y un rápido incremento del paro, también una escasa utilización de la maquinaria instalada, perpetuándose así un fenómeno que escandaliza a los expertos extranjeros que nos conocen: el escaso número de horas que se emplea la maquinaria en España, principalmente por falta de ocupación humana.

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