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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

No más silencio ante la crisis mundial

ES UNA constante del género «los españoles vistos por sí mismos» una cierta propensión al masoquismo nacional, sobrecompensado desde los sectores apologéticos con insensatos triunfalismos. El viaje del presidente del Gobierno a Washington ha dado ya ocasión, y seguirá proporcionando pretextos en los próximos días, para el despliegue de esos dos contrapuestos talantes, que gozan alternativamente con la mortificación colectiva o con la vanagloria desenfrenada. Por esa razón seguramente esté condenada a la impopularidad cualquier opinión que, a la vez, subraye la importancia de la entrevista entre el presidente del Gobierno constitucional español y el presidente de Estados Unidos y corrija las eventuales inflaciones del viaje de Suárez. Para expresarlo con dos ejemplos: no resulta fácil imaginar retrospectivamente al almirante Carrero o a Arias Navarro realizando un desplazamiento semejante, ni a los italianos, belgas o suecos, para no hablar de los franceses, ingleses o alemanes, fortaleciendo su ego nacional porque el presidente de su Gobierno cruce el Atlántico.Sorprende, por lo demás, que la entrevista entre Suárez y Carter no haya sido objeto de un comunicado conjunto, sino de dos, emitido uno por cada parte -aunque ahora se quiera decir que el comunicado español es sólo una nota de prensa-. Si bien esto es concebible dentro del protocolo, no es lo habitual; el tradicional comunicado común suele ser, precisamente, objeto principal del regateo de palabras y términos. Sobre todo cuando -y esta es la segunda sorpresa- aparecen diferencias de matiz considerables en las expresiones de ambos. Mientras el emitido el martes por la mañana en Madrid por el portavoz del Gobierno reduce los términos del compromiso español en la acción emprendida por Estados Unidos, y habla de preocupación mutua por la causa de la paz y la distensión, el del portavoz de la Casblanca es mucho más rotundo en sus términos y supone una suma decidida, y aparentemente sin condiciones, de España a las decisiones de Carter en las dos crisis simultáneas de Estados Unidos: con la Unión Soviética y con Irán.

Digamos que el comunicado de la Casa Blanca es inquietante. La inquietud consiste en que la parte española, según los norteamericanos, ha ido bastante más lejos que la mayoría de los países del área occidental al aceptar que la invasión soviética de Afganistán es una «violación fiagrante» de la Carta de las Naciones Unidas y «constituye una amenaza muy sena para la paz internacional», y al sugerir el acuerdo de Suárez -llamado irregularmente «primeÍministro», cuando, en realidad, es presidente del Gobierno- en las «medidas concretas que hagan ver a la Unión Soviética las consecuencias de su conducta». Henos aquí metidos, según la nota de la Casa Blanca, en una política de sanciones, que se extendería también a la crisis de Irán al significar el comunicado el acuerdo para emplear «todos sus esfuerzos» en lo que llaman el convencimiento de las autoridades iraníes para que liberen los rehenes, y la expresión de la condena a Irán por su «desafío a los principios internacionales, al derecho y a la ley».

No han faltado nunca, desde estas páginas y desde la mayoría de la opinión pública española, con la curiosa exclusión del Parlamento, en el que se sigue sin abordar el gran debate de la política exterior de España, las condenas morales, tanto contra Irán, por su ilegal ocupación de un territorio diplomático y la detención de personas que gozan de inmunidad en todos los tratados mundiales, como contra la masiva e inadmisible invasión por la Unión Soviética de un país fronterizo, con el pretexto de haber sido requerida por un Gobierno que ni siquiera existía aún. Pero tampoco ha faltado una información amplia y un intento de análisis objetivo de las circunstancias en que se han producido esas dos crisis. El temor de que el presidente Carter haya desmesurado el alcance de la tensión y esté realizando una política «al borde del abismo», digna de los mejores tiempos de Foster Dulles, es una inquietud surgida no sólo en Europa, sino también en en el propio Estados Unidos, donde un editorial del Times, de Nueva York, apunta la posibilidad de que la reacción de Carter sea la del débil, que esté complicada con la situación de año electoral en Estados Unidos y que su repentina conversión a los términos de guerra -con todos los matices, de fría a caliente- resulte más temperamental que razonada.

Todas estas inquietudes, en las que está en juego nada menos que la paz mundial, y lo que con razón se viene llamando el apocalipsis, se multiplicarían insospechadamente por los acuerdos de Suárez en Washington según los expresa el comunicado de la Casa Blanca, que viene, en cambio, a ser seriamente matizado por el de la Presidencia del Gobierno español. No está España en condiciones psicológicas, políticas, sociales y económicas de participar en un «convencimiento» de los iraníes, tal vez mediante el bloqueo del golfo y acciones militares a partir de bases estratégicas, algunas de las cuales se encuentran en España. No forma parte de nuestra política tradicional, de nuestras relaciones con los países árabes, de nuestras urgencias de petróleo, de nuestra posición ante el conflicto dcl Oriente Próximo o el problema palestino.

Sobre todo, no debiéramos estar en condiciones de emprender nada que no haya sido debatido previa y ampliamente y que no conlleve el consenso no sólo de las cúpulas de los partidos reunidas en cónclave, sino en un debate en el Parlamento a puertas abiertas, donde cada uno sea responsable ante la opinión pública de aquello que diga y aquello que vote. Un amplio debate nacional, en suma, donde el examen de las cuestiones internacionales no se haga teniendo tanto en cuenta problemas de otros como problemas nuestros.

Problemas que, por otra parte, no aparecen en los comunicados. La insistencia de los portavoces en que no se han tratado temas bilaterales, ni siquiera la entrada de España en la OTAN, produce la impresión de que España podría no obtener nada a cambio de esta aparente entrada en la guerra fría, con todos los riesgos posibles para ulteriores situaciones. A no ser que se entienda como compensación el párrafo de la Casa Blanca en el que se expresa la «admiración» de Carter por los conocimientos «a fondo» del «primer ministro» en temas del Oriente Próximo, Africa y Latinoamérica, párrafo que, a fuerza de adulatorio, resulta casi una afrenta.

España no debe participar en la guerra fría. Ni es su vocación, ni responde a su situación. Y debe, en cambio, esforzarse en ofrecer su mediación a las partes, en ser un elemento de diálogo y de aminoración de tensiones. Esta no es la actitud que se desprende del comunicado de Washington, pero no sabemos si es la que podría desprenderse de las matizaciones de Madrid.

Por eso, lo menos que se puede esperar ahora es una explicación clara y concreta de Suárez, acerca de su viaje y de sus decisiones, ante el Congreso y ante la opinión pública española. El propio Carter no ha cesado, en estos días, de explicarse, y va a hacerlo cumplidamente en el mensaje de la Unión, dentro de poco. El silencio de Suárez, de prolongarse, sería, simple y llanamente, inadmisible.

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