Los verdiales, un ritmo mediterráneo de solsticio
Hace pocas semanas, Málaga rendía homenaje a Antonio Mairena. Allí, en el brillante escenario de un hotel de la Costa del Sol, el maestro escuchaba y perdía la mirada en el mar por la cristalera contigua hasta que se abrió la puerta y apareció una panda de verdiales. Por un momento, la llave del cante no pudo contener su emoción, porque «hay cosas que quitan el sentío, y una de ellas es esta».
Que una panda de verdiales se eche al monte o, como en este caso, a la moqueta, no sucede, ni mucho menos, todos los días. Tiene que haber en su pueblo o partío algún acontecimiento excepcional -un bautizo, una boda-. Sin embargo, estos grupos de campesinos salen puntualmente, en los umbrales del invierno, a recorrer en son de fiesta alquerías y lagares de los alrededores de Málaga, rasgando el viento con frenéticos sones para bailar apoyados con coplas. Dos guitarras, dos pares de platillos, un descomunal pandero ensonajado y un violín al que se arrancan las tonalidades más agudas componen la panda. Al frente marchan el alcalde y el abanderao, y, a veces, acompaña a éstos un singular personaje, el rifaor.
Otra vez este año -otra vez todavía- el rito del solsticio se repite, aunque muchos de los lagares que rodean a la Málaga urbana se hayan vuelto ventas, buena parte de las alquerías estén deshabitadas, y en las eras no se levante la parva, sino las urbanizaciones alemanas. Y es que el Mediterráneo es algo más que ese mar de bolsillo -hasta con submarinos nucleares dentro- que a partir del solsticio de San Juan refresca las varices de la civilización occidental. A su orilla florecen, más acá de los bosques de cemento, mucho antes que las cremas bronceadoras, vigencias culturales de la Andalucía de azadón y percheles, sal pura hasta las cejas que el viejo milenario ha ido salpicando, como la ropa propia de los hombres comunes.
Hay quien le da 3.000 años de historia, recalando hasta sus aspectos fenicios, y quien. sólo les echa ochocientos. Quien se queda en los elementos árabes de instrumentación o connotaciones con el actual folklore marroquí y quien habla abiertamente de danza hebrea. Nuestra pretensión no va más allá de situarlos en su contexto, haciendo notar la estrecha relación con la exaltación de la locura e inocencia que acompañan al rito de solsticio invernal.
El partido de Verdiales, donde se celebra anualmente el choque de pandas o fiesta mayor, el 28 de diciembre, queda en el término de Málaga capital, en los primeros repechos de Los Montes, flanqueado por las ruinas de la torre de Verdiales, al Sur, y la ermita de Verdiales, al Norte. Hasta él se accedía con relativa facilidad desde la bahía, a través del camino de la Cuesta de los Pescadores. Se halla enclavado geológicamente dentro de un complejo maláguide de rocas metamórficas, que delimitan -no en sentido estricto- los ríos Guadalhorce y Vélez, Morfológicamente existe entre ríos notoria semejanza climática, la misma orientación de relieve, un tipo de cultivo determinado que configuran la vid, el almendro y el olivar -la triada mediterránea- y las casas están desperdigadas en barrancos.
Flamencólogos como Luque Navajas han hecho un recorrido a lo largo de los límites geográficos de la fiesta, detectando síntomas de su declinar en la introducción de elementos extraños como el canuto de caña abierto, en Villanueva de la Concepción, por el Norte, y el almirez, por el Oeste -Coín- y por el este -Torrox-. Sus límites coinciden con la zona entre ríos de que hablamos. Desde tiempos del Califato tal zona se denominó Axarquía -etimológicamente, tierras de Levante-, para diferenciarla de la Garbía o tierras occidentales del otro lado del Guadalhorce. Curiosamente, ambas zonas tuvieron distintos gobernadores, caso excepcional en la división provincial de la España musulmana.
Nos encontramos ante un espácio morfológicamente homogéneo que sirvió de soporte a un adecuado esquema territorial y que se nos revela a través de estos estallidos de recuerdos que rebrotan e invitan a vislumbrar desde el brocal las relacíones entre el medio social y el grupo que lo vino habitando.
Si retrocedemos al período decisivo de la repoblación -siglo XVI-, vemos, a la luz de recientes investigaciones históricas, que los campesinos moriscos pudieron, generalmente, seguir asentados en las tierras que cultivaban, excepción hecha de los que vivían en las zonas cercanas a la costa, que fueron trasladados, en previsión de posibles alianzas con los piratas de la Berbería. Hubo pueblos, como Comares, donde la repoblación afectó a poco más del 20% de sus habitantes, mientras el 80% de lospobladores moriscos no fueron trasladados. Este hecho -entre otros- vendría a explicar el cúmulo de vigencias moriscas conservadas a lo largo de la Axarquía, cuyos aspectos, más o menos pintorescos, aparecen en la arquitectura, en la toponimia y hasta en las iglesias. Más de una finca de regadío y algunas ventas llevan por nombre el morisco o los moriscos. Este es el apodo colectivo de los habitantes de Almogía, y sus gentes lo ostentan a la hora de rebautizarse en el mundo del toreo o del espectáculo. En los días de precepto muy señalados, la campana mayor de la iglesia de Comares da treinta campanadas «por la conversión de las treinta familias».
Según Caro Baroja, los moriscos de nuestra Axarquía eran, desde el punto de vista raciológico, una mezcla de árabes y sirios, bereberes, elementos indígenas y judíos antiguos, con algunas dosis variables de sangre negra o de gente muy diversa: persas, hindúes y turcos, inclusive. Más atrás todavía hay un interesantísimo texto árabe de un personaje de Túnez que viene a España, se pone enfermo y se queda en Málaga. Oye unos maravillosos cantes y bailes que no le dejan dormir, completamente distintos a los que él oía bailar y cantar en su tierra -incluso cita los instrumentos : «laudes, tomboures y liras»-. Y asegura que esta música extraordinaria le curó.
Aún más sugerente es lafiesta desde dentro. La misma denominación de fiesta que le dan los campesinos y ex campesinos que la hacen -¿y quién no es ex campesino donde en los últimos veinte años el 60% de la población hubo de dejar el campo?- invita a un análisis semántico cultural. La fiesta es la enemiga natural del espectáculo, donde una relación social queda mediatizada por sus imágenes. Donde se mira, pero no se ve; se oye, pero no se siente; se está, pero no se es, Los urbanistas miran, oyen y, si no son capaces de saltar sobre su asombro, permanecen ensimismados. «Hace mu pocos momentos, / hace mu pocos momentos,/ que un caballero decía: / "Mentira parece esto, / que sea tan divertía / una fiesta de catetos".»
Cuatro estrofas de seis versos cada una componen una pieza, que no recibe este nombre, sino otro muchísimo más descarnado: lucha de fiesta. Cuando dos pandas se encuentran se produce el choque, hasta que una de ellas cesa de tocar porque se viene abajo. Tal vez esta panda no estuvo a la altura de las circunstancias porque le faltó aguardiente, y «una panda sin aguardiente es como una casa sin flores». El cantaor es el elemento principal de la música, aunque ha de acoplarse a la afinación del violín, que marca la pauta en lo melódico -y lo hace nada menos que en «la» mayor-, mientras que el ritmo lo hace el pandero. El hombre baila al son del violín; la mujer, al son del pandero. Ahora que, si la mujer esfina, baila al son del violín. Aunque le grabárarnos cien luchas de fiesta a una panda, difícilmente oiríamos reproducidas dos luchas idénticas en sonido, modulación y hasta en letra. Ni hay dos pandas idénticas, aunque, de hecho, toquen los mismos instrumentos. «Yo no quiero ser de Olías / que se pasa mucho hambre; / yo no quiero ser de Olías. / Quiero «viví» en Herrera, / donde comen panes grandes / y las morcillas enteras. »
Un mapa ecológico atendiendo a los toques de las pandas revela extracciones más o menos montaraces, más o menos playeras, más o menos a Poniente, más o menos a Levante. La fiesta de Almogía es la que tiene el toque más rápido. La de Comares, el más arisco. Además, esta fiesta incorpora un instrumento con que no cuenta ninguna de las otras: el laúd. En Comares, la guitarra puntea. En las pandas de Los Montes, sólo lleva el compás. El toque de Los Montes es bravío. El de la vega veleña, muchísimo más lento, abandolao. Las pandas de toque abandolao llevan las de perder en un choque. Por eso se hacen innovadoras. «Si me tocas el fandango / te canto la bandolá, / te canto la bandolá. / Y si me quitas la novia, / otra pongo en su lugar, / otra pongo en su lugar.» El acompañamiento va quedando reducido a la guitarra, en tanto la música se somete al cante. De los, abandolaos nació la malagueña, según flamencólogos malagueños -Luque Navajas-. En las zonas costeras, la Virgen del Carmen preside la bandera que va al frente de la panda. En las niontañosas, preside la Virgen de los Dolores.
El tema de la Virgen merece un breve análisis. ¿A qué viene la gran estampa de una advocación de la Virgen cosida a la bandera que el abanderado baila individualmente o, incluso, con su pareja? Brenan afirma que, a diferencia de Grecia y Sicilia, en España es la Virgen la que ha absorbido lo que constituyó la antigüedad pagana. En el siglo XIII, un famoso autor de Alcalá la Real hace una descripción de Málaga, diciendo que es Rayya, cuyo significado es el mismo que el de la Malaca fenicia: la reina. Desde el siglo noveno, las mismas fuentes árábes citan un lugar llamado Rayina, que equivale al latín regina. Allí está -dicen- la cuesta de la Reina,
Una ermita preside el partido de Verdiales, y al pie de ella confluyen las pandas el 28 de diciembre, esta vez retocadas con sus singulares sombreros atiborrados de flores de artificio, espejitos y conchas y adornados con veinticuatro cintas de colores colgantes. «Las cintas de mi sombrero, / í ay!, las cintas de mi sombrero / que llevo en los Verdiales, / unas me bordó mi novia, / y otras me bordó mi madre, / ¡ay!, que otras me bordó mi mare.» Es la culminación del rito de solsticio. El día en que las pandas de los distintos pueblos y partíos arrastran al choque de sus paisanos, desde los más jóvenes hasta los más viejos, en un evidente ritual de enlace -empleando la terminología de Lisón- Es la oportunidad de jugar, de reconocerse, de recordar, de beber, cantar y bailar. «Eres chiquita y bonita; / eres como yo te quiero. / Eres chiquita y bonita, / tú eres una campanita / en las manos de un platero, / y el sentío me lo quitas. » Es la oportunidad de perder el sentío.
Y en esto sí que vamos entrando en lo que no se sabe. Todo lo más, en lo que se descubre: en el soplo del rito. Un mundo en que se baila, canta y bebe a orza de los tiempos. Trajinando unos datos terriblemente ciertos, asfixiantes, como brincan los niños. Tal vez, sólo por eso, lafiesta tenga cuerda para rato. Hasta ahora, ni las casas de discos, ni la Costa del Sol con sus cadenas de tour operadores y petrodólares con turistas dentro, ni siquiera el disfraz que les pusieron a campesinos de amables camareros para rodar un western que había de ser eterno y terminó dejándolos parados, ha podido con ellos. Una vez más sigue lafiesta con todo el esplendor de lazos y sombreros, y todo el vino dulce que cabe en una era. Una vez todavía, los Verdiales se continúan bailando, se continúan bebiendo, respirando, sintiendo.
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