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Un teólogo, en capilla

El dominico Edward Schillebeeckx, cuyo proceso comenzó en el pontificado de Pablo VI y que ha sido renovado por Juan Pablo II, acude a Roma para sostener un coloquio teológico con tres expertos curiales en torno a nueve puntos extraídos de sus libros: Jesuz het Verhaal van een levente e Gerechtigheid en priefide y Genade en bevrijding. Estos puntos son : 1º La verdad revelada. 2.º Concilios e infalibilidad. 3.º Jesucristo Hijo de Dios. 4.º Valor de la muerte de Jesús. 5.º Conciencia mesiánica de Jesús. 6.º Fundación de la Iglesia. 7.º Eucaristía. 8.º Concepción virginal de Jesús; y 9.º Su resurrección.El padre Schillebeeckx había contestado a ellos en meses pasados en un documento de treinta folios y en un librito redactado en alemán, pero Roma no ha parecido satisfecha y ha mantenido la convocatoria procesal del dominico holandés, pese a la defensa que de este han hecho los cardenales Alfrink y Willebrands y los profesores de las universidades de Nimega y Groningen.

Entre los cardenales que juzgarán su caso: Seper, Felici, Baggio, Rossi, Volk, Kroll y Willebrands, Schillebeeckx no cuenta, por lo demás, más que con la comprensión de este último, pero de todos modos no espera que la sentencia vaya más allá de una reprensión y de que contra él se tomen medidas como las recientemente adoptadas contra su colega el dominico francés P. Pohier, a quien se ha prohibido presidir la asamblea litúrgica, enseñar y organizar conferencias públicas.

En 1968, el padre Schillebeeckx ya fue objeto de otra encuesta canónica, pero entonces fue defendido por el teólogo Karl Raliner, que logró convencer a los jueces de la ortodoxia de Schillebeeckx y éste no necesitó presentarse en Roma. Las cosas se han hecho ahora de otra forma y Roma no ha respetado en modo alguno las normas acerca de los procedimientos, que exigen para un proceso de ortodoxia que, en primer lugar, sean escuchados el decano y los profesores del claustro a que el docente-acusado -en este caso, Sckillebeeckx- pertenece. Quizá porque saben que, con escasísimas excepciones, el dominico holandés tiene tras de sí al episcopado, a las universidades y a la opinión pública de su país.

El padre Schillebeeckx, en efecto, no sólo fue el teólogo oficial del episcopado holandés en el Vaticano II y lo siguió siendo, sino que el radical cambio operado en la teología holandesa y en las actitudes de su iglesia se debe en gran parte a este dominico, nacido el día 12 de noviembre de 1914 en Amberes (Bélgica). Entró en la orden dominicana en 1934. Estudió Filosofía y Teología en Gante y Löven con De Petter, que habría de tener una gran influencia en su tiempo en el plano de la teoría del conocimiento, centrándose a las concepciones epistemológicas de M. Blondel y J. Marechal y a los de la vieja escolástica en general. Schillebeeckx se mostró pronto muy receptivo a esta influencia y más tarde criticó acerbamente la teoría de la génesis del acto de fe en Max Scheler, desde unos presupuestos filosóficos que no serán, desde luego, los de Karol Wojtyla al estudiar al mismo filósofo, lo que no deja de ser un dato algo picante en este momento, aunque naturalmente sin relevancia alguna.

Concluida la segunda guerra mundial, Schillebeeckx va a ampliar sus estudios filosóficos y teológicos a. Le Saulchoir y a la Sorbona, donde es discípulo de M. D. Chenu, Jean Walil, La Senne y Lavelle. En este. tiempo se dedica a desligar lo que él cree el gran vigor de pensamiento de Tomás de Aquino, totalmente valedero, del tomismo histórico y de sus interpretaciones más bien simplificadoras, y en 1951 se doctora en Teología con una tesis sobre los sacramentos en Santo Tomás, en la que trata de revalorizar los sacramentos como signos, estudia su concepto bíblico y patrístico y los relaciona con el redescubrimiento moderno de los símbolos humanos, tal y como aparece en Merleau-Ponty.

En 1956 es nombrado profesor de la universidad católica de Nimega, donde enseña teología dogmática e historia de la teología y se ocupa ante todo del fenómeno de la secularización, que entiende como purificación de la fe y nueva comprensión de la trascendencia de Dios, oponiéndose, por ejemplo, a las tesis de Bonhoeffer sobre un cristianismo arreligioso, como después a las de Robinson, a la de la Moral de situación o al secularismo de la «asociación humanista de Holanda». Desde la cátedra se compromete además en las tareas de una Revista de teología, en la que verterá no pocas de sus tesis, que luego madurarán en libros, y así, en 1961 y 1965, especialmente, aborda problemas como los del conocimiento humano y Jesús y «la presencia de Cristo en la Eucaristía», advirtiendo siempre que la reflexión teológica moderna sobre los dogmas no supone su negación, y ni siquiera la negación de las férmulas en que se han hecho tradicionalmente, sino sólo el situarlos en otra perspectiva intelectual.

El Vaticano II le ofreció la oportunidad de un contacto profundo con otros teólogos, como Rahner, Küng o Ratzinger, y la confrontación personal con los problemas del ecuménico y los recelos de los cristianos no católicos. Piensa Schillebeeckx que los teólogos no católicos, ante el comportamiento oficial de la Iglesia con sus propios teólogos, pueden extraer una opinión muy extraña: «O bien los teólogos católicos modernos son teólogos, aunque no católicos en realidad, sino hijos espúreos de la Iglesia católica, o bien hay que preguntarse si no hay algo así como una doble tesis católica que tiene dos medidas: una, de uso interno y secretamente auténtica, y otra, destinada a la exportación y a la expansión.» Y esperaba Schillebeeckx que estas cosas acabaran con el Vaticano II y que éste significara una total libertad de investigación teológica, no sólo necesaria para dejar de dar esa imagen de doblez, sino para que los problemas reales planteados hoy a la teología y a la Iglesia pudieran ser abordados en su, a veces, tremenda realidad.

Schillebeeckx ha sido además cofundador de la revista Concilium, donde se ocupa de la sección «Dogma», y sus escritos suman ya varios volúmenes. Sería lo mejor que, una vez más, no se cumplieran las palabras del padre Congar a la muerte de Karl Barth, lamentando que en la Iglesia católica no se pudiera dar, incluso soñar por ahora, un teólogo de su talla, porque el funcionamiento de la institución y el peso del Santo Oficio siguen imposibilitándolo.

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