Actitudes básicas
Agente de Bolsa
¿Cabe evaluar una reforma institucional, como es la que se estudia sobre la Bolsa, antes de conocer su contenido?
La repercusión final que puedan tener las disposiciones legales que se proyectan depende, en todo caso, de las disposiciones anímicas, fundamentales, de la criteriología básica, con arreglo a las cuales, se reciban y ejecuten por los protagonistas del mercado bursátil. Tres dimensiones caracterizan el comportamiento de la Bolsa, que es, al propio tiempo, una institución so cial cuya base es el ciudadano ahorrador, un mercado financiero en el que los actores principales son las entidades emisoras de los títulos, y una organización profesional que encuadra a mediadores e intermediarios.
La enfermedad de la Bolsa, que como institución social no respira más que desconfianza, procede en gran medida de la sombra que sobre el mercado financiero que alberga proyecta su tétrico entorno sociopolítico. El crack bursátil es pañol es mucho más contextual que empresarial; lo que se ha hundido no es tanto la sociedad anónima incorporada a la Bolsa como el marco en el que desenvolvía sus relaciones con la Administración, sindicatos, banca, fisco, Bolsa, etcétera. Por eso, las Bolsas españolas reflejan, de modo distinto que las extranjeras, la crisis mundial, y las nuestras recorren errantes su propia galaxia. Los resultados han sido aterradores; el mercado bursátil ha quedado secuestrado, atrapado en su propia institución social hipersensiblemente politizada, y los accionistas, después de los realmente desem pleados y algunos empresarios, son los que han pagado más cara la crisis y transición. En directo, sobre este estado de opinión, sobre esta aureola sombría de la Bolsa, la Administración pública difícilmente puede actuar con medidas institucionales. Otra cosa es una política bursátil que fomente el ahorro e inversión; si esta posición oficial es una auténtica declaración de intenciones sobre el espacio que se reconoce y propone a la Bolsa, sus efectos van a ser mucho más estimulantes.
Sobre las actitudes de los mediadores e intermediarios de la organizacion profesional bursátil, está fuera de duda que les corresponde la función y responsabilidad permanentes. Entre ambas líneas de actuación -la pública y la profesional- cabría brindar a las empresas bursátiles la tarea de rescatar al ciudadano-ahorrador de esas incertidumbres y temores que le imprime el medio social en el que vive, y que, sin embargo, no constituyen todos ellos, ni mucho menos, hechos financieros que influyen decisivamente en las cuentas de resultados. Acontecimientos que debieran ser escuchados indiferentemente como accionistas, aunque como ciudadanos se condenaran. La única y absoluta verdad desde este prisma inversionista es que circunstancias, factores del tipo que fuere, que disminuyen los beneficios empresariales, son malos, y aquellos otros, por dramáticos que fueren, que no tienen estas consecuencias, sólo una: Bolsa enfermiza por falta de información, como la nuestra, los exagera hasta la aniquilación del mercado. Es necesaria la versión de cada empresa sobre los núcleos.
Para que el ciudadano traslade el centro de gravedad de su preocupacion inversionista al seno de la entidad emisora de los títulos es imprescindible que el empresario te abra las puertas. No se trata de cumplir los preceptos legales que las nuevas normas de información van a regular la relación empresa-accionista; el objetivo debe ser lograr una corriente de comunicabilidad entre ambos y, si no se alcanza, de nada vale estar dentro de la ley. Hoy, la retórica no convoca ni convence a nadie; también el accionista tiene que hacer este esfuerzo de aproximación para que la pretendida reforma sea algo más que un recital jurídico o un parcheo pasado por el BOE. Habrá que convenir que, si este tipo de presencia empresarial se produce en la Bolsa, tendrá, en muchos casos, los caracteres de una aparición.
Política bursátil
La actuación de las entidades emisoras tiene fundamentalmente cuatro hilos de comunicación: dividendos, información, financiación y regularidad del mercado bursátil, todos, ellos encaminados a dar contenido y descifrar ante el obligacionista y accionistas -que no participan en la gestión empresarial- esos papeles impresos que son las obligaciones y las acciones, sin valor intrínseco. Toda la preocupación de la empresa bursátil se resume diciendo que tiene que estimar sus títulos como Un producto propio, adscrito, como todos, a un mercado, lo que exige una estrategia, una imagen, un coste, etcétera.
No se trata de infantilizar al accionariado con noticias dul cemente desfiguradas, sino de desentrañar su interioridad. Es peor ocultar que aclarar. La Bolsa, las acciones, bajan mientras no se puede tasar la incertidumbre, mientras no se ve la otra orilla, y los sucesos, datos o rumores se hacen infinitos, inconmensurables, que es lo que está pasando desde hace años en Bolsa y fuera de Bolsa. No hay otro remedio que la claridad y lucidez. La confianza, por la que luchamos, no es siempre producto exclusivo de los resultados positivos. En rigor, cuando hay beneficios holgados, la confianza huelga. Cuando el problema se plantea, cuando se aumenta o disminuye, es cuando se explican las dificultades y se miden las previsiones. Nadie pide milagros; lo que se pide es más luz para llegar a la convicción de que se ha alcanzado el límite de las posibilidades actuales y se afronta el futuro con capacidad. Y lo que resulta pintoresco en Bolsa, por lo contradictono, es estar predicando incesantemente calamidades, presentes y futuras, Y luego tratar de reclutar fondos de los accionistas por medio de ampliaciones de capital.
Es posible que las razones que se esgrimen -de orden laboral, fiscal o comercial- para disimular los aspectos positivos de la gestión empresarial e impedir un estado de opinión más favorable sean muy atendibles, pero es mucho más cierto que, si no se crea este nivel de información propicio para la inversión, resultará inocente apelar al ahorro. También es posible que a los escépticos les parezca que mejor es no ahondar; pero siempre será mucho más preferible rematar un drama, que representar una farsa.
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