Los servicios secretos británicos, Cambridge y la Corona, mezclados en el escándalo Blunt
El caso del «cuarto hombre", que comenzó a mediados de semana como un novelesco episodio de espionaje, puede provocar en los próximos días un debate constitucional a escala nacional sobre el delicado tema de las relaciones entre la reina y sus primeros ministros. El caso afecta al profesor de Historia del Arte de la Universidad de Londres, Anthony Blunt, de 72 años, responsable de la pinacoteca real durante los reinados de Jorge VI e Isabel II debate constitucional a escala nacional sobre y hasta el pasado año asesor artístico del palacio de Buckingham, residencia de la familia real británica.
Según una revelación hecha por la primera ministra, Margaret Thatcher, el pasado jueves ante la Cámara de los Comunes, todavía no repuesta del asombro, el hasta el viernes sir Anthony Blunt -privado del título por de cisión personal de la reina- confesó en 1964 a los servicios secretos británicos que había espiado para los rusos durante la guerra, cuando trabajaba en el servicio de espionaje británico, que había reclutado jóvenes talentos durante su vida universitaria en Cambridge y que era el «cuarto hombre» en el mayor escándalo de espionaje británico, la deserción a la URSS de Burgess, Mac Lean y Philby, en 1951 y 1963.A cambio de esa confesión y de la información facilitada sobre la red soviética en Gran Bretaña, los servicios secretos británicos garantizaron a Blunt la inmunidad procesal. Y es esa discutible garantía, ahora cuestionada por todos, la mecha que puede prender la polvera en los días venideros. Porque, aparentemente, los servicios secretos británicos tomaron esa decisión unilateralmente, sin molestarse en consultar antes a su línea jerárquica, que termina precisamente en la oficina de la primera ministra.
La reina lo sabía
Para la prensa inglesa del sábado no existe la menor duda de que la reina fue informada por su secretario privado de las circunstancias que concurrían en el entonces «tasador oficial de los cuadros reales», sir Anthony Blunt. Según el Daily Mail, periódico conservador y defensor a ultranza de la corona, la reina mantuvo a Blunt en su puesto a petición de los servicios secretos británicos, que no deseaban, por razones de seguridad, que los soviéticos se enteraran del desenmascaramiento de su antiguo agente.Y aquí, precisamente, es donde se produce la laguna constitucional. De acuerdo con la Constitución británica, que se basa en el derecho consuetudinario y no en un texto escrito, la reina actúa exclusivamente por consejo de sus primeros ministros. Y ¿cómo pueden aconsejar los primeros ministros al jefe del Estado sobre un tema que desconocen? Por que, increíblemente, los servicios de seguridad británicos no consideraron oportuno informar a su jefe máximo, el primer ministro, de quien dependen en última instancia, del caso Blunt.
La historia de la traición de Blunt y de sus relaciones con los otros agentes dobles Guy Burgess, Donald Mac Lean y Kim Philby, remonta a los días estudiantes del Trinity College, de Cambridge, a principio de los treinta.
La depresión americana había llegado a Europa. Mussolini estaba sólidamente instalado en Roma y Hitler había iniciado su ascensión en Alemania. El viejo orden aparecía quebrado. En Inglaterra, el Partido Laborista había fracasado estrepitosamente y su líder, Ramsay Mac Donald había formado un Gobierno nacional, junto a conservadores y liberales. La izquierda se sentía traicionada. Mac Donald convocó a elecciones generales para poner a prueba su Gobierno nacional. Las elecciones produjeron un resultado catastrófico para la izquierda laborista.
La juventud universitaria se radicalizó hacia las dos tendencias de moda en la época: fascismo y comunismo.
Los clubes de debate proliferaban en todas las universidades y, entre ellos, el más exclusivo y famoso era el de los Apóstoles, formado principalmente por estudiantes del Trinity College. En The Apostles se esté la primera célula comunista de Cambridge.
Anthony Blunt, Guy Burgess, Donald Mac Lean y Kim Philby compartían muchas cosas en común. Los cuatro estudiaban en el Trinity College, los cuatro eran socios de Los Apóstoles. Los cuatro tenían una gran admiración por la revolución rusa. Además, dos de ellos, Blunt y Mac Lean, eran declarados homosexuales.
Blunt, que ya trabajaba para el espionaje soviético, no tuvo demasiadas dificultades para captar a los demás. En 1933 abandonan Cambridge con sus doctorados en el bolsillo y con los tres primeros firmemente ganados para la causa soviética.
Durante la guerra mundial, y a su terminación, Mac Lean y Burgess pasan información vital a los soviéticos desde el Foreign Office y desde la embajada británica en Washington, donde están destinados. Blunt hace, lo propio desde la sede del MI-5, el servicio de espionaje británico.
La Central Intelligence Agency (CIA) empieza a sospechar de Burg Burgess y Mac Lean, tras las repetidas visitas que el último realiza al consulado soviético en Nueva York.
En 1951, el MI-5 decide interrogar a Mac Lean. Pero dos días antes del interrogatorio, fijado para un lunes de mayo, una llamada misteriosa alerta a los dos agentes dobles. Burgess y Mac Lean pasan a Francia desde Southampton. La KGB se encarga del resto, su traslado a la URSS.
Todas las sospechas recaen sobre Philby, que en aquellos momentos, representaba en Washington al servicio secreto británico. Pero, tras intenso! interrogatorios, no se puede establecer su culpabilidad. Philby abandona el servicio secreto y se establece en Beirut, donde representa al Observer y al Economist. En 1963 marcha definitivamente a la URSS.
En la actualidad, Burgess y Philby viven en Moscú como ciudadanos soviéticos. Su antiguo compañero Mac Lean falleció hace unos años.
Para Philby no era difícil compartir el periodismo con el espionaje. Durante la guerra civil española fue enviado a España para facilitar información a los rusos desde la zona nacional. Detenido por la Guardia Civil en Córdoba, declaró que era periodista británico y fue puesto en libertad.
Instalado en Salamanca, empezó a eviar notas para el Times, cuyo subdirector era condiscípulo suyo de la escuela secundaria de Westminster. En su calidad de corresponsal del respetado periódico londinense, realizó dos entrevistas al general Franco, quien le condecoró con la Cruz del Mérito Militar tras ser herido en la batalla de Teruel, cuando cumplía sus labores informativas.
Desde su privilegiada posición envió a los soviéticos cuanta información precisaban sobre la ayuda militar alemana e italiana a Franco.
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