Actualidad de Trotski en el centenario de su nacimiento
Miembro del Secretariado Unificado de la IV Internacional
Nunca fueron empleados tantos medios materiales para calumniar a un hombre y a sus ideas y para intentar borrar el papel que jugó en la historia (presidente del Soviet de Petrogrado, organizador de la insurrección de octubre, creador del Ejército Rojo, uno de los principales dirigentes de la Internacional Comunista) como los que utilizó Stalin contra Trotski, cuyo centenario del nacimiento celebramos el 7 de noviembre de 1979 (26 de octubre del calendario juliano).
Si desconfiamos de la pretendida eficacia de la realpolitik a largo plazo, si no se cree en la capacidad del totalitarismo para determinar, también a largo plazo, el curso de la historia, habrá que alegrarse del fracaso de esa actividad emprendida por el estalinismo.
Y es que hoy su fracaso es manifiesto. El interés por las ideas de Trotski no cesa de aumentar; no pasa un mes sin que un nuevo libro le sea dedicado, sus propios escritos tienen una difusión cada vez más amplia, sus obras completas están a punto de editarse en varias lenguas.
Este interés por sus ideas no se limita únicamente a sus simples simpatizantes o a los «sovietólogos» académicos. Los partidos eurocomunistas están a punto de rehabilitar a Trotski. Los libros de Santiago Carrillo y de Jean Ellenstein así lo demuestran. En los países del Este, los disidentes «de izquierda», de los que a la prensa occidental no le gusta hablar, se reclaman de su pensamiento, como es el caso de Petr Uhl, el principal acusado del reciente proceso en Praga. En febrero de 1979, algunos estudiantes fueron condenados en Leningrado por haber traducido y editado sus escritos. Antiguos «guardias rojos», bajo el golpe traumático de la fracasada revolución cultural y de la desmaoización, descubren y difunden sus ideas en China. En Yugoslavia, sus libros se venden libre y públicamente.
No se trata solamente de que aumente el interés por sus ideas. Su influencia política va también en aumento, aunque a ritmo más modesto. Hay organizaciones que se declaran trotskistas -esencialmente las secciones de la IV Internacional- en más de sesenta países. ¿De dónde procede la creciente actualidad de León Trotski, cuando su vida de dirigente político terminó, aparentemente, con un fracaso en el exilio, mientras su adversario Stalin murió siendo jefe de uno, de los Estados más poderosos que haya sido conocido? Sin querer caer en la hagiografía o proclamar que Trotski tuvo razón en todo («¡No existen los hombres infalibles! ») podemos afirmar, sin riesgo de que nos desmientan acontecimientos venideros, que de todos los dirigentes del movimiento obrero internacional él ha sido quien mejor ha captado las tendencias fundamentales, y a largo plazo, del siglo XX.
Esto le permitió, después de 1906, formular la hipótesis de que la revolución socialista podría vencer en países relativamente subdesarrollados antes que en países altamente industrializados. Pero esta primera tesis de la teoría de la revolución permanente, retomada con retraso por los « tercermundistas » y por Mao Zedong, podría transformarse en una trampa para los marxistas si no estuviese completada por una segunda predicción que Trotski había formulado simultáneamente a la primera: si a los trabajadores les era más fácil tomar el poder en países subdesarrollados, era infinitamente más dificil, incluso imposible, construir allí una sociedad sin clases, dirigida democráticamente por los productores asociados. Todos los triunfos y toda la tragedia del socialismo en nuestra época se basan en la combinación de estas dos tesis.
Aislada en uno o varios países subdesarrollados, la revolución victoriosa está condenada a permanecer bloqueada, a medio camino entre el capitalismo y el socialismo. Nuevas desigualdades sociales, nuevas opresiones nacerían, configurándose lo que Trotski sintetizó bajo la fórmula de «dictadura burocrática». Nuevos progresos de la revolución mundial y nuevas revoluciones en los países donde la burocracia había desposeído a las masas trabajadoras del ejercicio del poder político serían necesarias para desbloquear la vía al socialismo.
¿Quiere esto decir que para Trotski la Revolución de Octubre había sido un error, una acción prematura? No, y esto por dos razones: en primer lugar, porque el aislamiento de la revolución en países atrasados no era en absoluto una fatalidad inevitable; en segundo lugar, porque Trotski estaba profundamente convencido de que después de 1914 los rasgos destructores, inhumanos, regresivos del modo de producción capitalista iban a crecer más de prisa que su capacidad para seguir asegurando el progreso a sectores del género humano. En relación a lo que habría llegado a ser bajo el capitalismo (sin hablar de lo que fue bajo el zarismo), la Unión Soviética había progresado de manera colosal, según Trotski, a pesar de que el precio pagado bajo Stalin fuese exorbitante y de ningún modo inevitable y, en absoluto, inscrito en la lógica de la revolución. Pero la combinación de este progreso y de estas trabas no debería, de ninguna manera, ser identificado con el socialismo, a riesgo de arrojar un descrédito enorme sobre el socialismo, el comunismo, incluso el marxismo y toda idea de progreso.
Esta predicción de Trotski ha sido igualmente confirmada por los hechos. La gran sensibilidad de Trotski sobre la destructividad del capitalismo en decadencia le convirtió en un feroz adversario de las dos guerras imperialistas y de todas las guerras coloniales. Le dio una lucidez particular -y en solitario- en relación a las amenazas que implicó para el género humano la escalada del fascismo, sobre todo de los nazis en Alemania. En vano llamó desde 1930 a los socialdemócratas y comunistas alemanes a unirse para impedir la toma del poder por Hitler -lo que era perfectamente posible, como sabemos hoy-; en vano advirtió, después de 1938, a los judíos de Europa de que iban a ser exterminados fisicamente. Sus sutiles análisis de cada etapa en la escalada del nazismo permanecieron como modelo incomparable de ciencia política, a la vez objetiva y, en rigor, ferozmente partidaria. La humanidad ha pagado un enorme precio por no haber escuchado estos gritos de Casandra.
¿Un profeta de desdichas?
¿Quiere decir esto que Trotski, desde su último exilio, fue esencialmente un pesimista, un profeta de desdichas? Nada menos cierto. Comprendiendo perfectamente los grandes obstáculos en la vía hacia victorias revolucíonarias en el Oeste, donde la burguesía era infinitamente más rica, más experimentada y más avispada que en Rusia o en China, Trotski estaba convencido de que la crisis estructural en la que había entrado el sistema capitalista, a partir de 1914, iba a desembocar en una sucesión de crisis sociales y políticas graves, en explosiones periódicas de luchas de masas de una amplitud tal que la toma del poder por los trabajadores se hacía objetivamente posible. Pero para esto era necesaria una nueva dirección del proletariado. Era necesario liberarle de la influencia predominanté de la socialdemocracia y del estalinismo, definitivamente volcados al gradualismo, lo que les llevó a desviar cada una de estas explosiones revolucionarias a meros lavados de cara del régimen capitalista. Junio de 1936 en Francia, la revolución española en el verano de 1936 en respuesta al golpe militar fascista, el triunfo electoral de los trabajadores británicos en 1945, las luchas de liberación en Italia, mayo de 1968 en Francia, la revolución portuguesa de 1974-1975 (por no citar más ejemplos) indican que las posibilidades de un avance hacia el socialismo no han faltado en Occidente.
Desde su juventud, a Trotski le fascinaron dos aspectos fundamentales del socialismo: el internacionalismo y la idea de autoorganización del proletariado (desde las asambleas democráticas de huelguistas a los comités de huelga elegidos, pasando por los consejos obreros o soviets, donde todos los partidos, con cualquier tipo de influencia entre las masas, pudiesen estar libremente representados).
No se trataba en absoluto de un sueño romántico e idealista. Estos dos aspectos del socialismo son el reflejo de dos realidades fundamentales de nuestra época: la internacionalización creciente de la producción, de la política, de la lucha de clases y la rebelión, inevitable, de amplias masas contra el intento de controlarlas, de manipular y de ahogar su espontaneidad en todos los terrenos de la actividad social.
Durante mucho tiempo estas ideas han podido aparecer como manías utópicas de un gran revolucionario desbordado por los acontecimientos. Pero, después de mayo-68, millones de hombres y mujeres se han puesto en movimiento en torno a estas ideas maestras en todo el mundo. Son esas ideas las que van, cada vez más, en el «sentido de la historia», y no el nacionialismo estrecho y el seudosocialismo burocrático.
En este sentido, la actualidad creciente de Trotski es la actualidad creciente de estas ideas fundamentales que son la quintaesencia del socialismo.
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