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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El Salvador: ¿fin de una república militar? / 1

Aun cuando la conquista del pequeño país salvadoreño se debe a Pedro de Alvarado, allá por 1524, el primer español que avistó sus apretadas y volcánicas tierras fue Andrés Niño, quien, en 1523, llegó al golfo de Fonseca. En su perímetro se asentaban los indios náhuatls, los mayas, los toltecas y los pipiles, que, provenientes de México y Guatemala, se dedicaban a cultivar los campos, los precipicios y las cimas. Esos dinamismo y laboriosidad indios fueron heredados por los conquistadores, y del antiguo Valle de las Hamacas continuaron sacándose producciones, a pesar de los temblores frecuentes y de la constante erosión. El mestizaje fue completo hasta el punto que, en el día de hoy, los blancos sólo alcanzan al 10% de la población, mientras que los indios puros representan el 5% y los mestizos el 85%. Hasta que, por obra de los criollos, se produce la independencia de España, en 1821, El Salvador forma parte de la Capitanía General de Guatemala. Esta nación superpoblada -250 habitantes por kilómetro cuadrado- se constituye como República Federal en 1823. Y la República militar se instaura en 1932.Una historia vieja entrecruzada con una economía de monocultivo: del añil al café, éste se trae de Honduras en 1840, gracias a la reforma liberal que se extiende por un tiempo de cuarenta años. El monocultivo es el efecto singular de una lucha ejercida y generalizada en el continente por las grandes potencias por el control de las materias primas:. Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania. El pronorteamericanismo se consolida en 1911, año en que cae asesinado el presidente Araujo.

No obstante, El Salvador, tercer productor de café del mundo, detrás de Brasil y Colombia, no ha solucionado sus problemas básicos: el 2% de la población controla el 57,5% de las tierras, la renta anual por habitante es de apenas 600 dólares; los analfabetos suponen el 38% de la población, que crece a una tasa demográfica del 3,2%; el, 53% de la población activa trabaja en la agricultura, y ésta contribuye al producto interior bruto con el 33 %,y existen 130.000 propietarios de 1 hectárea de tierra. En resumen, y como acertadamente señaló Joseph Manna, en el Financial Times de 17 de agosto de 1978: « La pobreza, el hambre y la mala alimentación son los problemas reales de El Salvador.»

¿A qué se debe su situación? De una parte, al comportamiento de la oligarquía dominante, esas catorce familias, que hoy son más de cincuenta, educadas en USA y que desde la independencia implantó un despiadado precapitalismo y tuvo la habilidad de contratar los servicios de las Fuerzas Armadas para que defendieran sus privilegios, invocando, en todo momento, los peligros del comunismo. Banca, tierras, café, cerveza, electricidad, algodón, caña de azúcar, en manos de los Meléndez, Mesa Ayau, Hill, Deininger, García-Prieto, Virola, Quiñones, Dueños, etcétera. ¿Quién no se acuerda del monopolio económico ejercido por las dinastías del binomio Quiñones-Meléndez entre 1913 y 1931? El «Pulgarcito de América», como definió Gabriela Mistral a este país, se ha visto manejado por esos clanes bajo la bien remunerada tutela de las Fuerzas Armadas, cuyos estados mayores han venido escogiendo los candidatos presidenciales, a fin de asegurar la continuidad del poder económico superconcentrado.

En la versión española de Le Monde, de 22 de septiembre de 1979, Rafael Menjívar pronuncia una frase que nos parece clave para conocer el proceso político salvadoreño. He aquí su contundencia: «El derrumbe de Somoza y el triunfo sandinista en Nicaragua es el argumento sin respuesta. » Aun cuando la salida salvadoreña, ni en su modo ni en su contexto, es comprable a la nicaragüense, a la pérdida de credibilidad del Gobierno Romero se le responde con el golpe militar de 15 de octubre de 1979. La protesta generalizada y combativa de los distintos estamentos sociales impulsores del golpe en El Salvador, ofrece unos perfiles peculiares: unión revolucionaria de las clases bajas -obrero y campesinado-, fuerzas armadas divididas en ultras -por el continuismo- y reformadores, capas medias antioligárquicas, y la jerarquía católica también escindida en dos facciones, la defensora de lo establecido y la inclinada decididamente al cambio.

Ahora bien, es indudable que los sucesos de Nicaragua han acelerado el cuartelazo contra Romero. Y la postura complaciente del Gobierno Carter -quizá por miedo a una «cubanización»- ha favorecido la deposición.

La historia reciente salvadoreña arranca de 1931, año en que se celebran las primeras elecciones libres, de las que salió elegido presidente Arturo Araújo. Pero los intereses norteamericanos y los de la oligarquía local no coincidían con los del primer mandatario. El veto norteamericano es decisivo y se promueve el golpe: el coronel Aguirre se encarga de darlo; el Gobierno queda en manos de un directorio, y se designa presidente a Maximiliano Hernández Martínez, con el beneplácito de Estados Unidos.

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Los militares en el poder crearían su propio partido político, a fin de guardar la apariencia de una democracia formal. En 1935 se crea el Partido pro Patria, con gran apoyo de la burocracia estatal, que sería sustituido, en 1949, por el Partido Revolucionario de Unificación Democrática (PRUD), que duraría hasta 1961, año en que se funda -en la continuidad- el Partido de Conciliación Nacional (PCN).

Salvo en 1948, año en que se intenta una reforma agraria, se implantan leyes sociales y se amaga con una Constitución progresista, la política salvadoreña es un devenir en el reforzamiento de los intereses de la alta burguesía. Osorio (1950), Lemus (1956), Rivera (1962), Sánchez Hernández (1967), Molina (1972) y Romero (1977) son los militares del tutelaje capitalista. Sin embargo, los fraudes electorales de 1972 y 1977 producen un desgaste tremendo al sistema, y el malestar social se incrementa. Nadie desconoce que las elecciones habían sido ganadas por la Unión Nacional Opositora (UNO), cuyos cadidatos, Napoleón Duarte y Ernesto Claramount, se ven obligados al exilio. El fraude es tan burdo que Washington decide suspender la ayuda militar. Pero los militares se aferraron al poder invocando el peligro comunista y, en ambas elecciones, utilizando igual procedimiento: el golpe de Estado.

Aun cuando la república militar dure hasta 1979, la opción de recambio se va perfilando: la UNO, como conglomerado de centro, izquierda en la que conviven los partidos Demócrata Cristiano, Social Demócrata, Unión Democrática Nacional (UDN), el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), a añadir los grupos guerrilleros del ERP, la FPL y la RN. Para dar paso a esta amplia solución política se cuenta con la aplicación maximalista de la doctrina Carter. Frente a ella, las fuerzas armadas, con 7.130 hombres y sus organizaciones paralelas -«incontrolados» y financiados desde el Ministerio de Defensa-, como la Organización Democrática Nacionalista (ORDEN), dice contar con 50.000 afiliados, el FARO, la Falange, los Milicianos de Cristo Rey y la Unión Guerrera Blanca, que actúan en la impunidad y bajo el paraguas legal de la ley para defensa y garantía del orden público, dictada por Romero en 1977.

Los 4.300.000 salvadoreños se dan codo con codo para poder subsistir dentro de sus fronteras. Su economía es de monocultivo (62,85 de las exportaciones se debe al café), y la industria manufacturera sólo contribuye con el 15% al producto interior bruto. El cliente mayor del país es el coloso del Norte, que absorbe el 30% de los intercambios.

El partido de fútbol de 1969 fue la disculpa para una guerra ridícula, que costó la vida a unos pocos, supuso la expulsión de 100.000 salvadoreños de Honduras y el cortar las relaciones diplomáticas, hoy todavía no restablecidas. La competitividad de la mano de obra y de las producciones es la causa real de la guerra entre Honduras y El Salvador. Este conflicto vino a poner de manifiesto que el Mercado Común Centroamericano creado en 1960 mediante el Tratado Ge,neral de Integración, en Managua, y bajo la inspiración cohesionadora de la Carta de San Salvador, de 1951, se asienta sobre bases débiles y no del todo operativas.

Superados los efectos de la sequía de 1975, en los dos últimos años la economía salvadoreña ha crecido a una tasa promedío del 6%, gracias al precio con que se cotizaba el café en el mercado internacional. La inflación es del 10%, pero se observa una tendencia al alza, debido al encarecimiento de los productos importados. El problema clave de la economía es la tenencia de tierras, muy mal distribuidas, y la tímida reforma agraria de 1976, propuesta por el presidente Molina, fue rechazada de plano por la oligarquía. Para los proyectos de infraestructura que se esbozaron en el programa quinquenal de 1973-1977 se necesita una cuantiosa financiación internacional, y la llegada de fondos hasta la fecha ha sido insuficiente (899 millones de dólares). Las instituciones internacionales, sean públicas o privadas, aportarán los fondos únicamente en el supuesto de que en El Salvador se observe la estabilidad política y una firme voluntad de acometer las reformas estructurales. Por el momento, el país no ofrece expectativas empresariales y sólo puede contar con los ingresos del café: mil millones de dólares al año.

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