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Reportaje:El Metro no siempre es el transporte más rápido

Viaje un túnel de 63 kilómetros

Primero fue la inauguración del tramo entre Alfonso XIII y Esperanza, después, la tan anunciada apertura del primer tramo de la línea circular entre Pacífico y Cuatro Caminos. Hace unos días, los nuevos vigilantes del Metro comenzaban su trabajo con la desesperación consiguiente de los vendedores ambulantes. Ya se anuncia la inauguración, para primeros días de 1980, de las líneas que llegarán a Moratalaz y Canillejas.Pero, a pesar de las innovaciones, no han sido subsanadas todas las deficiencias de unas instalaciones que, a veces, recuerdan a las que contemplaron los madrileños aquel 31 de octubre de 1919, en que el Metro abrió sus puertas por primera vez al público.

La visita realizada a las líneas en funcionamiento demuestra que si efectivamente el Metro es el medio de transporte más rápido, ya que no depende de las circunstancias del tráfico, o simplemente de las ambientales, las reiteradas suspensiones del servicio debidas a numerosas causas, los accidentes ocurridos el pasado año, la antigüedad de unas instalaciones que han sido remozadas varias veces sin éxito, el calor sofocante en las horas punta, la falta de ventilación y otros aspectos han hecho que el número de viajeros haya descendido desde 1969, año en que alcanzó la cota de 510 millones de viajeros transportados. Frente a este descenso existe en la actualidad un público potencial, que quiere coger el Metro, pero que espera a que éste tenga en su totalidad unas comodidades mínimas, como las que poseen las nuevas líneas.

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La vieja línea 1

El primer tramo de Metro que funcionó fue el de Sol a Cuatro Caminos (1919); el segundo, el de Sol-Atocha (1921), y el tercero, el de Atocha a Vallecas (1923). Seis años después entraba en funcionamiento Cuatro Caminos-Tetuán, en tanto que la prolongación de esta línea hasta la plaza de Castilla tuvo que esperar a 1961. Quedaba así completa la línea más antigua y la que, como consecuencia de ello, hoy posee, todavía, el material más viejo, las escaleras y entradas más pequeñas, como en el caso de Tribunal, y las vías que exigen un cuidado más intensivo.

A pesar de todo esto, la distribución de la línea hace de ella una de las más utilizadas, lo que ocasiona mayores problemas. Un viaje por esta línea le ocupa al viajero algo menos de treinta minutos. Treinta minutos que podrá usar para, si se ha subido en Portazgo, ver los carteles pegados de centrales obreras en la zona de Vallecas, pintadas ácratas en las estaciones de Pacífico y Menéndez Pelayo, o convocatorias del Movimiento Comunista en la estación de Atocha. Podrá sentir las sacudidas del tren entre las estaciones de Tirso de Molina y Sol y ver cómo esta estación y la de José Antonio almacenan en sus paredes la mayor cantidad de carteles de toda la línea. Y, sin embargo, el Metro está hoy mucho más limpio que hace unos meses. Excepto las estaciones claves, que son puntos obligados de recorrido, el resto ha cambiado de cara, a pesar de que los nuevos azulejos de las estaciones antiguas no dan la misma imagen que poseen los de las estaciones abiertas en los últimos años.

Al llegar a Sol se impone la comparación. Los cronistas de la apertura del Metro, cuando el 17 de octubre de 1919 fue inaugurado oficialmente por el rey Alfonso XIII, relataron a los madrileños que el primer tren que recorrió la línea tardó, sin parar en ninguna de las estaciones, siete minutos y 56 segundos. El pasado lunes, en el mismo trayecto, esta vez parando en cada una de las seis estaciones existentes entre Sol y Cuatro Caminos, el recorrido duró nueve minutos y medio.

En la estación de Plaza de Castilla, el viajero puede ser testigo de cómo tanto la señora con abrigo de piel, como el obrero deciden no aguardar la cola ante la taquilla para entrar sin pagar. «No es extraño; desde esta mañana cuatro de las seis máquinas expedidoras de billetes están estropeadas, y otro tanto ocurre con tres de las cuatro canceladoras. La gente no espera, y en lo que llevamos de mañana se pueden haber colado hasta trescientas personas», dice un empleado desbordado por el personal. Y lo mismo repiten en otras estaciones. «Estas personas entran por las puertas de salida; luego están los que vienen por la ventanilla del encargado de fechar los abonos y billetes y te hacen un gesto con la barbilla, como si te conocieran de toda la vida dice una taquillera.

Además de éstos, por delante de esta ventanilla pasan sin pagar «los secretas, que te enseñan la placa y están autorizados a pasar, según el reglamento; los que tienen pases de la Compañía, los portadores de pases trimestrales, como, por ejemplo, los empleados de la contrata de limpiezas, y los acompañantes de ciegos también con pase ». Según el empleado de turno, la lista de no pagadores se hace más o menos extensa. Unos dejan pasar a los parados con carné, otros a los empleados de los autobuses, «ya que ellos tampoco nos cobran», un tercero dice que los ciegos no pagan, y otra empleada asegura que el que no paga es el acompañante o el ciego que va con perros. Hasta hay algunos que permiten el paso si el viajero enseña un carné de la escala militar de complemento.

Antes de pasar a otra línea, el viajero pasa de nuevo por Sol, que, situada en la línea Portazgo-Plaza de Castilla, en la de Ventas a Cuatro Caminos y en la de Moncloa a Legazpi, se convierte también en el kilómetro cero del Metro. Allí se encuentra el puesto de mando, se produce la mayor aglomeración de gente en las horas punta, se vende más, e incluso se reparten más papeles de propaganda para hacer fotocopias a tres pesetas y estudiar cursos de ATS. Los vendedores ambulantes llegan a ofrecer hasta 2.000 pesetas como cuota mensual para la Compañía si les dejan trabajar en un pasillo de la estación; la falta de información mediante un gran plano a la entrada hace que muchos viajeros pregunten a los empleados el pasillo que deben tomar y, a diferencia de otras estaciones, parece que en Sol es hora punta todo el día, aunque la mayor afluencia se produzca entre las doce y media de la mañana y las dos de la tarde, y de las seis de la tarde a las diez de la noche.

Hacia el Suburbano

Tan sólo tres minutos y medio dura el viaje desde Cuatro Caminos a San Bernardo. Desde esta estación a la de Argüelles, en la que se pueden encontrar guitarristas folk, se tarda un minuto y medio, y si en vez de dirigirse a Moncloa, el viajero opta por hacer un viaje en suburbano, la llegada a la estación de Plaza de España, para poder hacer el empalme, le supondrá un recorrido en tren de dos minutos y medio más. En total, siete minutos y medio desde Cuatro Caminos, contabilizando únicamente el trayecto de Metro.

Los 113 escalones de la escalera que da acceso al Suburbano Plaza de España-Aluche sirven de altavoz natural a un joven que canta canciones suramericanas. A su lado, su mujer le contempla, mientras un niño en su cochecito mira cómo los viajeros echan pesetas en la funda de la guitarra. Trece minutos después, el viajero llega a Aluche, en una de las unidades antiguas que aún quedan en servicio en el Suburbano, y que comparte los raíles con las de nueva construcción -los coches azules-, en funcionamiento desde el pasado año.

Trece minutos en los que la vista se salva de la monotonía del resto de la red y va de la pista de tenis a la noria gigante del Parque de Atracciones, que aparece por encima de los árboles del Batán.

La estación de Aluche hace volver a la realidad. Pintadas de grupos de la extrema izquierda y venta de baratijas forman el escenario en el que miles de personas se mueven cada día. Habitantes de Aluche, Campamento, Las Aguilas, Cuatro Vientos, San José de Valderas, Alcorcón y Móstoles, a través del ferrocarril suburbano, dependiente de la Renfe, llegan a la estación entre las seis y las nueve de la mañana, y vuelven a sus hogares entre las cinco y media y las once de la noche. Casi en su totalidad usan los billetes combinados con el Metro, que ahora cuestan 47 pesetas, si son de ida y vuelta, y veintinueve, si sólo son de ida. En el pasadizo de comunicación pueden comprar, si quieren, desde zapatillas hasta tabaco, además de cassettes y flores.

Ya en la estación de Aluche pueden elegir entre dirigirse a la plaza de España en el Suburbano, o a Ciudad Lineal, por la red normal. «Esta combinación ha hecho que a las horas de entrada y salida del trabajo las dos líneas vayan a tope», dicen los empleados, acostumbrados, hasta hace unos años, a despachar billetes para jóvenes deportistas, parejas de novios, ancianos sedientos de sol y familias que

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aprovechaban los días buenos para llevarse la comida al campo.

Los dieciséis minutos que se tarda desde Aluche a Callao son aprovechados por algunos viajeros para leer.

Las estaciones existentes entre Carabanchel y Latina se notan limpias.

A pesar de su corta longitud -tres kilómetros y medio-, la línea entre Sol y Legazpi fue construida en tres fases, y es, con la de Portazgo-Plaza de Castilla, la que ofrece un aspecto más gastado y sucio. A pesar de tener unos trenes cuya edad oscilará alrededor de los quince años, el recorrido se hace en ocho minutos y medio. Tras volver por el mismo camino y hacer dos transbordos en Sol y en Bilbao, el viajero puede dirigirse hacia la estación de Esperanza, en un convoy de los más antiguos. Las doce estaciones que, con Argüelles y San Bernardo, forman la línea IV, son recorridas en dieciocho minutos, con la particularidad de sentir, a pasar por Diego de León, como si se hubiera cambiado de Metro. Después de tener que agachar la cabeza por la escasa altura de algunos techos de la estación de Bílbao, y de intentar ser uno de los doce afortunados por vagón que pueden sentarse, las estaciones de América, Prosperidad, Alfonso XIII, Avenida de la Paz, Arturo Soria y Esperanza sorprenden con sus paredes de mármol y sus anchos andenes.

En el mismo estilo de modernismo y funcionalidad habría que catalogar la línea América-Las Musas. La estación de América será, en el futuro, el nudo principal del Metro, ya que en ella confluirán las líneas Argüelles-Alfonso XIII, Cuatro Caminos-Pacífico, América-Las Musas y la que irá hasta Moratalaz.

El último de los viajes realizado por la línea Cuatro Caminos-Pacífico hace olvidar algunas de las deficiencias encontradas durante el día. Los coches, del tipo 5.000, con cuarenta asientos de skay y con una velocidad que puede llegar a setenta kilómetros por hora, aunque existe un código que, según los tramos, señala al conductor el tope de 34, 57 y setenta kilómetros.

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