Homenaje andaluz a Antonio Mairena
Estaba allí Antonio -don Antonio- Mairena, sentado entre sesudos varones, flamencólogos conocidos, aficionados señeros. Su rostro no tenía ninguna expresión determinada, fijos los ojos en un punto concreto situado un poco a la izquierda, quietas las manos sobre la mesa y atentos los oídos al parlamento halagador. Se sucedían las palabras admirativas, los piropos no disimulados a su obra y a su persona- y su rostro -imperturbable- seguía igual, como si aquello no fuera con él. Sólo al final de cada intervención asomaba una sonrisa gitana y ancha a sus ojos y todo el cuerpo se disponía al cálido abrazo de felicitación agradecimiento.
El homenaje de Málaga a Antonio Mairena, una idea pensada y -llevada a la práctica por el gran aficionado José Luis Cuberta, había reunido a un numeroso grupo de aficionados venidos de todas las partes de Andalucía. Poetas, escritores, directores de peñas y tertulias flamencas, cantaores y guitarristas acudieron puntuales a la cita, todos venían a agasajar al maestro, a rendirle pleitesía, a abrazarlo. Todos traían oculto un deseo: oírle cantar.«¿Tendremos esa suerte? ¡Ay!, si llegara a cantar... Y ocurrió. Fue al final de la «noche de luz y duendes». Don Antonio terminó su breve parlamento de acción de gracias por el homenaje y dijo, como con picardía: «Y ahora , que venga lo que quiera. Claro que, como no hay una guitarra ... » Sí que la había, naturalmente, y un tocaor de fama, El Rubio, que se acercó al estrado con respeto«Maestro, a su disposición.» Y entonces la soleá cortó el aire:
El corazón se ha empeñao en salirse por la boca...
Antonio Mairena estaba improvisando la letra. Había que ver a aquellos aficionados de Málaga, de Sevilla, de Ceuta, de Huelva y de Córdoba, de Almería y de Cádiz y de Jaén seguir el cante del maestro. Era todo un espectáculo observar la cara de Matilde Cora, deshecha en lágrimas; la expresión absorta de Fosforito, la mirada respetuosa de Carlos Alba y de Alfredo Arrebola, la emoción de Manolo Alcántara...
Tal mal pago tú a mí me dieras... si a mí me duelen los brazo de sembrar y no recoger..
La emoción del momento la describía luego Matilde Coral en breves palabras: «Es que son cantes que ya no se hacen, cantes que te hieren. Por eso lloraba. Me estaba hiriendo por dentro.»
La breve actuación del maestro acabó en apoteosis. Los aficionados no se podían contener y los oles manaban incontenibles de todos los labios, al tiempo que los brazos se alzaban sobre las cabezas. La solcá salía por las ventanas y llegaba al mar cercano. Los extranjeros que estaban en el hotel no acertaban a comprender lo que estaba pasando. Ya acababa el cante. El gran Fosforito acompañaba con, las palmas. El Rubio y su guitarra eran una sola persona. Don Antonio, en el remate. Se olvidaba de los consejos médicos, de su salud amenazada, y le entregaba por completo.
La ovación final duró muchos minutos. Y hubiera durado aún más si no la corta el maestro: «Ea, ya vale; ahora vamos a tomar una copita, hombre.» El acto se había abierto con una rueda de intervenciones dedicadas a glosar los méritos de Mairena. Muchos coincidieron en que don Antonio ha sido la luz del flamenco. La piedra angular del cante. Hubo quien, ante la sorpresa inicial del auditorio, trocada luego en risa complaciente, se definió militante de un partido: del partido mairenista radical intransigente. Y hubo placas de plata y otros regalos. Y, sobre todo, hubo un soneto de Manolo Alcántara que emocionó a todos
Panda de verdiales
Los organizadores del acto regalaron a don Antonio con una sorpresa: la actuación, no prevista en el programa, de una panda de verdiales, la de Povea. Y don Antonio se emocionó, por primera y única vez, en su noche al tener ocasión de ver y oír a una auténtica panda de verdiales. «Hay cosas», diría más tarde, «que quitan el sentío. Esta es una.»Acabada la actuación de los Povea, don Antonio dio las gracias. Se excusó por traer su parlamento escrito: «Ustedes comprenderéis esto. He escrito de alguna manera algo de lo quisiera deciros ... » «No hay mayor satisfacción en la vida que tener que dar muchas veces las gracias. Y yo en esto soy un hombre afortunado porque os tengo que decir: "Amigos, muchos millones de gracias." Viviendo de esta manera, teniendo tantos amigos, no se cansa uno nunca de vivir.» La ovación se hizo especialmente larga cuando don Antonio habló de los duentes con una expresión que nadie, de seguro, ha conseguido aún desentrañar, a pesar de que el maestro la repite con frecuencia: «... Los duendes que nos acompañan en la razón incorpórea.»
Fue la noche de don Antonio Mairena. Hubo en torno a su figura auténtico fervor, y, a pesar de que el acto se prestaba a ello, no hubo lugar para el tópico. Hubo también auténtica comunicación entre el artista y el público, esa comunicación que, para Mairena, es lo importante que hay en el flamenco. «Sin comunicación el flamenco no vale nada; con ella, llega a las más altas cotas de la creación artística. »
Cuando, ya al final de la noche, un grupo de amigos le preguntaba qué era lo más importante que, en su opinión, había hecho por el flamenco, Antonio Mairena contestaba que su gran satisfacción era haber sacado al flamenco de las ventas y los colmaos, haber dado categoría al cantaor y dignidad y prestigio al cante.
Esto mismo lo había dicho antes Fosforito: «Antonio ha conseguido que los que veníamos detrás fuéramos personas dignas. Su ejemplo nos da fuerzas para seguir luchando.»
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