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Sobre el aborto

Estos días la prensa nos está informando profusamente sobre el juicio en Bilbao a once mujeres acusadas de haber abortado.La técnica del demagogo consiste en tomar una parte de verdad, aumentarla y distorsionarla, hasta lograr desplazar el problema de su verdadero centro, ocultando o convirtiendo las demás verdades en irrelevantes y accesorias. Las mujeres inculpadas de Bilbao, sin duda, estaban en situación apurada cuando decidieron abortar. Y es este aspecto del status económico-social el que los partidarios del aborto aprovechan al máximo para reforzar su defensa y sus exigencias. Pero ¿es lícito, so pretexto de posibilitar el acceso al aborto de todas las mujeres en igualdad de condiciones, legalizar un delito? ¿Es válido el argumento de que, puesto que los privilegiados delinquen impunemente, debe extenderse la impunidad a las clases sociales menos favorecidas? ¿Dejará por ello el delito de ser delito?

La conducta abortiva no es meramente una cuestión personal; es parte del entramado de toda una serie de factores que conforman la sociedad. El oscurecimiento de la conciencia colectiva puede llevara hacer creer que el aborto no es más que un fenómeno social que se sustrae a toda calificación ética, como puede serlo una simple operación quirúrgica. La gente acepta, consiente, sin darse cuenta de que un acto de esta naturaleza, legalizado e incorporado a los usos y costumbres de la sociedad de consumo, es un atentado al ser humano, y que la civilización tomaría una vía suicida al permitirlo, legalizarlo o trivializarlo, puesto que ello equivaldría a tratar con desprecio el germen original del hombre.

El embrión no es un proyecto de vida, como escribía recientemente una mujer abogado; es una vida. Y no es menos vida a las tres semanas o a los tres meses, que a los nueve meses, cuando acaba de nacer. Es esta convicción la que quisiera trasladar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, pues estoy convencida de que la mayoría dudaría en suprimir deliberadamente el embrión si tuviera la convicción de que se trata de un ser humano por entero. Esta realidad, contrastada con el desprecio hacia el feto que sienten determinados grupos y que siempre me ha causado asombro, la apoyan testimonios de doctores y biólogos que han podido estudiar, mediante técnicas modernas, las características fisiológicas y el comportamiento del embrión durante el embarazo.

Es sobradamente conocido el profundo estudio realizado por el profesor Jérome Lejeune, catedrático de Genética Fundamental de la Universidad de la Sorbona, sobre el inicio y primeras etapas de la vida. Por su parte, el doctor Liley, especialista en desarrollo intrauterino, concluye, después de analizar los reflejos del feto en las diversas etapas de la gestación, que el nacimiento no señala una frontera rígida entre la vida intrauterina y la extrauterina, sino que es una fase más del desarrollo del ser humano. Por último, en la I Conferencia Internacional sobre el Aborto, celebrada en Washington, con participación de profesionales de la medicina, biología, juristas y expertos en temas sociales, se afirmó, como conclusión, que la mayoría de los asistentes no «pudo encontrar ningún punto, entre la concepción y el nacimiento, en que se pudiera decir que esa vida no era humana. Los cambios que ocurren entre la implantación, el embrión de seis semanas, el feto de seis meses y la persona adulta son simplemente etapas de crecimiento y maduración».

Esas once mujeres de Bilbao, mal aconsejadas, maltratadas por una sociedad injusta, manipuladas ahora por partidismos interesados, han sufrido en su carne la amputación de una parte de su femineidad. Su situación me merece el mayor respeto. Y, como parte integrante de la sociedad, me produce profunda vergüenza el hecho de que hayan sido llevadas a tales extremos por motivos económicos. Debemos exigir que la sociedad reaccione con energía poniendo rápidamente los medios para que casos semejantes no se repitan. Se debe proporcionar a las madres otras soluciones que no sean el aborto: el apoyo a la maternidad y a la familia, la habilitación de medidas económicas y sociales para que la madre pueda educar a sus hijos o darlo en adopción si no quiere conservarlo, una buena información sexual y de planificación familiar, la incorporación social de la madre soltera y del hijo sin padre, una educación positiva de jóvenes y adultos para que tomen conciencia de las realidades profundas del amor y de la vida y de sus propias responsabilidades. Considero que la política de promoción de la vida, de protección a la familia y a la madre es una medida urgente que debe someterse al Parlamento, y no una modificación del Código Penal para hacer posible el aborto libre, que no es más que un expediente cobarde. Países como la República Democrática Alemana y Checoslovaquia acaban de adoptar medidas familiares con efectos sobre la natalidad. La República Federal de Alemania también ha aumentado considerablemente las ayudas familiares para matrimonios con tres hijos en adelante.

Sin embargo, hay que rendirse a la evidencia de que poco se puede hacer contra el sentimiento egoísta que fríamente impulsa a eliminar al niño por motivos de conveniencia. La declaración de esas 1.300 mujeres, que públicamente han confesado haber abortado voluntariamente es buena prueba de ello. Mujeres sanas, la mayoría sin problemas económicos o sociales, decidieron que no querían, en determinados momento o nunca, tener un niño. No existe en estos casos justificación posible.

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Hay otro aspecto del documento firmado por esas mujeres que a mí personalmente me preocupa más: la repercusión que puede tener sobre espíritus jóvenes y poco formados. ¿Han pensado esas actrices, abogados, escritoras, médicos, profesoras, etcétera, en la responsabilidad que han contraído?

A ese documento de las que abortaron me gustaría, si ello fuera posible, oponer el testimonio de cientos de miles de mujeres, valientes, responsables, que quisieron ser madres por encima y a pesar de todo. Mujeres que sin duda pasaron por situaciones angustiosas, que quizá se encontraron solas, pero que quisieron seguir adelante. Y que podrían decir: «Yo no quise abortar». Pero si el exhibicionismo es ruidoso, la dignidad es silenciosa.

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