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Reportaje:

Sólo 64 inspectores de Abastos, contra la picaresca comercial

Un caserón, que posiblemente se acerque a los 150 años de existencia, sirve como sede del servicio de inspección de la Delegación de Abastos y Mercados del Ayuntamiento. Entre treinta y cuarenta personas llaman por teléfono cada día a este departamento o se personan en él, con objeto de denunciar fraudes comerciales, competencias ilegales o faltas de higiene en alguno de los cuatro mercados centrales, seis municipales de abastos, 48 mercados en concesión, tres particulares, o en las 236 galerías de alimentación con que cuenta Madrid; eso sin contar los miles de tiendas que también hay que inspeccionar.Los que acuden a presentar la denuncia personalmente, tras subir por una de las dos escaleras de la antigua casa bien, situada en la calle del Conde de Plasencia, en la que los escalones hoy están comidos, se encuentran con un gran pasillo al que los funcionarios han tenido que sacar sus mesas, «ya que la oficina se ha caído».

Para corroborar el estado de la casa, el jefe del servicio, señor Muñoz, enseña el patio en el mismo momento en que cae una gran teja contra lo que fue una claraboya de cristal.

Y tras informar que la plantilla de la inspección es de 64 personas, distribuidas por parejas a las que se adjudican, de forma rotativa, los barrios en los que van a trabajar durante dos o tres meses, el señor Muñoz presenta a una pareja del servicio: Moisés Elena, de sesenta años, y Luis González Carvajal, de 64, en servicio en el departamento desde que éste se creó, en 1963, al desaparecer los funcionarios de Arbitrios, que tenían sus despachos en la entrada de Madrid -en los llamados consumeros- y cobraban a los conductores de los camiones por el género que traían a la capital.

La zona en la que tienen que trabajar el ueves es Canillejas, y en un Seat 1500, que resulta ser el único del departamento, a pesar de sus once años y sus 280.000 kilómetros, y que se usa sólo para incidencias, nos dirigimos a la galería de alimentación designada para hoy.

«Nos conocen a todos, y es lógico. Excepto veinte que han entrado para cubrir vacantes en los últimos seis años, el resto estamos en inspección desde 1963, y claro, aunque son muchos los mercados, las galerías y los comercios, los comerciantes nos conocen y subsanan rápidamente los errores que pueda haber», informa el señor Elena.

Este conocimiento se demuestra en los sistemas de aviso con que los comerciantes saludan a los inspectores cuando llegan a los mercados. «Lo mismo gritan lo ricas que están las sardinas, que tocan con un cuchillo la balanza, produciendo un tintineo delator de nuestra presencia.»

"Un día me pierdo, como «el Algarrobo»"

El pasado jueves, día de mercado, antes del puente del Pilar, a las once de la mañana, la galería elegida por los funcionarios municipales está repleta de clientes. A pesar de ello, un pescadero grita ¡vaya boquerones!, en tanto un de pendiente de variantes toma casualmente el teléfono y llama a alguien. A partir de ese momento, los comerciantes de la galería alternarán sus despachos a las clientas con oleos a los dos inspectores.«Pese ese paquete, por favor. Somos de Abastos.» El paquete pesa 220 gramos. Tras preguntar al cliente cuánto jamón pidió -doscientos gramos-, el inspector saca una pesa de cien gramos y la pone en la balanza. «Tiene usted adelantada la balanza; pesa veinte gramos de más.»

La apertura de la carpeta de actas desencadena la protesta del dependiente del puesto de fiambres. «Desgraciados, que son ustedes unos desgraciados. Hagan lo que quieran, pero no tienen por qué meterse con un trabajador que está detrás del mostrador diecinueve horas, cuando el mercado está sucio y ustedes no hacen nada cuando otros comerciantes dejan cajas en medio de los pasillos. Ya está bien de aguantar chupones, personas que hacen pluriempleo y vienen a incordiar.»

El parlamento parece no ser escuchado por los inspectores, que toman nota de la infracción, piden la licencia -«espérense, o es que se creen que no tenemos otra cosa que atenderles a ustedes», dice el dependiente-, y apuntan los datos del propietario. Las clientas, entre tanto, permanecen ajenas al tema y gritan a los dependientes «que atiendan ya», « que he dejado sola a mi niña» o «que voy a perder el turno de la carne».

Una de ellas, ante los insultos del dependiente, defiende a los funcionarios «porque ustedes no tienen por qué tener la báscula así». Pero tal como antes de entrar en la galería habían manifestado los empleados municipales, las clientas se ponen en su mayoría de parte del dependiente. «Este chico es de los pocos que nunca nos ha robado en el peso. Estos señores podían esperarse a que nos atendieran.»

El dependiente parece encontrar alivio golpeando los paquetes de jamón, de chicharrones y de salchichón del cliente, hasta el punto que éste tiene que pedir tranquilidad «porque los vas a triturar». Y con el cuchillo en la mano, el dependiente parece actuar para la televisión: «Un día me pierdo, como el Algarrobo.»

«No se llega normalmente a la agresión, pero en una ocasión, un carnicero, que había puesto veinte gramos de papel para un filete de cien gramos, dijo que en su casa él hacía lo que quería, y gracias a que pasó un policía armado, que si no...», dice el señor Elena.

Sin embargo, en esta ocasión no es necesaria la intervención de la policía, porque los inspectores han preguntado si había alguna alegación, y han entregado ya una copia del acta al dependiente, y prosiguen su inspección, mientras el dependiente rompe el papel y las clientas piden que se las atienda.

Disminuyen las sanciones

Las actuaciones siguientes no son tan tensas. En dos hueverías se levanta acta por falta del marchamo, o garantía de origen de los pollos expuestos. En un puesto regulador no están los precios del género. Lo mismo ocurre en otros tres puestos.Tres cuartos de hora ha durado el servicio, y las siete actas levantadas se enviarán a la Delegación de Abastos y Mercados, donde tienen un archivo tremendo, según los responsables, en el que figuran miles de fichas con los expedientes de los comerciantes infractores.

En la actualidad, en opinión de los inspectores, «el servicio de alimentación está bastante mejorado. El fraude más frecuente ahora no es del comerciante, sino del fabricante.» A pesar de ello, los desniveles de báscula, crónicos o provocados con monedas de cincuenta pesetas en el fondo del platillo, la inclusión del peso de la envoltura, la falta de envoltura de los artículos vendidos, la falta del marchamo o la colocación de salientes o bultos fuera del puesto son las infracciones más usuales que se producen. La existencia de salientes para algunos inspectores no es suficiente motivo de sanción, ya que, como argumentan los comerciantes, los vendedores ambulantes ponen, «sin que nadie lo impida, los salientes que quieren y donde quieren».

Según los inspectores, estas infracciones «no son cometidas más que por un 20% aproximadamente de los comerciantes, ya que, para otros muchos, nuestra intervención está bien considerada». Sin embargo, y a pesar de que hay inspectores que tienen 68 años -la jubilación es a los setenta- y que la mayoría viaja en metro y autobús, o a pie cuando hacen calle; se levantan diariamente unas ochenta actas, que son estudiadas y terminan, tras un período de alegaciones, en multas de cien a 10.000 pesetas. El pasado año, con los medios y personal disponible, se pusieron multas por valor de 36 millones de pesetas. Este año, y a pesar de que en la delegación se confiesa que el personal, además de ser demasiado mayor, es sólo la mitad del que se haría falta, no sólo se vigilan los comercios y se toman las medidas de los locales para darles la licencia, sino que también se persigue la venta ambulante en camiones. En lo que va de año las multas impuestas superan ya los veinte millones.

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