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Kreisky y Kirchschlager, los protagonistas de la dimensión internacionalista de Austria

Augusto Delkáder

Los representantes occidentales del cuerpo diplomático acreditado en Praga en 1970 compraban sus cigarrillos en el mismo estanco. Solían hacer provisiones un tanto desmesuradas para sus consumos privados. La razón de estas provisiones estribaba en la personalidad del estanquero: era el jefe de protocolo de la época de Dubcek, que por la depuración originada por la invasión de las tropas del Pacto de Varsovia había pasado a ejercer este nuevo oficio.Entre los representantes diplomáticos que cultivaban este auxilio se encontraba el hoy presidente de la República Federal de Austria, doctor Rudolf Kirchschlager, y desde 1976 hasta 1970 embajador de su país en Checoslovaquia.

El presidente austriaco tiene 64 años, casado y con dos hijos y cuatro nietos, y es hombre de profundas convicciones católicas. Procede de Obermuhl (Alta Austria) y su padre trabajaba en una fábrica de papel de aquella localidad. Ejerció la carrera judicial como fiscal y juez y posteriormente pasó al Ministerio de Asuntos Exteriores. Jefe del Gabinete de Kreisky, cuando el actual canciller desempeñaba esta cartera, desempeñó la responsabilidad de este departamento en los dos primeros Gabinetes de Bruno Kreisky. En 1974, en elecciones directas, fue elegido presidente federal como candidato del Partido Socialista, aunque no milita en sus filas.

La residencia presidencial de Viena es una villa tranquila, rodeada de sencillez y un escaso aparato de poder. El despacho oficial está en el palacio imperial de Hasburg, rodeado de historia y obras de arte. Desde que el doctor Kirschschlager accedió a la jefatura del Estado los ciudadanos de su país pueden solicitar audiencia para plantear al presidente cualquier tipo de problemas. «Las primera audiencias», dice su jefe de prensa, «resultaron un tanto especiales: todo el mundo planteaba problemas de vivienda u otras cuestiones de estilo. Ahora, no obstante, se va encajando bastante bien este tipo de encuentros.»

«Con nuestra próxima visita a España», dice el presidente austriaco, «queremos expresar la admiración y respeto de Austria y de mi mujer y mía por el pueblo español, por el Rey Juan Carlos y por el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, cuya inteligencia política es de general admiración en nuestro país.» «Nosotros hemos seguido atentamente y admirado la transición política española», afirma el doctor Kirschschlager, «y el camino que le ha llevado al Consejo de Europa. Tengo la impresión que entre nuestros pueblos existe un amplio entendimiento y poseemos también numerosos intereses comunes en los que debemos de realizar una política de concertación.»

El presidente comenta el fenómeno mundial del terrorismo y sus consecuencias en España con precaución: «Austria se enfrentó a este problema, aunque no tuvo grandes dimensiones. Desgraciadamente, tengo la convicción de que con llamamientos a los terroristas no se consigue nada. Nosotros hemos elegido el único camino posible, la única vía que nos han dejado: acentuar las medidas de precaución y sofisticar nuestros métodos de defensa. Sobre este tema no existen recetas de validez universal. En cada país, en cada caso, las soluciones son diferentes. Personalmente, sobre este asunto, no me atrevo a dar consejos a otros Estados, especialmente si se han cometido errores en la historia, como es nuestro caso.»

Las funciones del presidente federal son limitadas y circunscritas en buena medida a la representación de la soberanía nacional, pero los austriacos valoran la figura constitucional como garantía de estabilidad política.

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Kreisky, el polémico canciller

«No se rompa usted su cabeza por mí», contesta Bruno Kreisky a un periodista que le ha interrogado al término del Consejo de Ministros sobre las diferentes combinaciones que ha de realizar el canciller para sustituir a la ministra de Salud, a quien ha pedido presente su dimisión en el Gabinete. El presidente del Partido Socialista austriaco se encuentra en un momento especialmente importante para su carrera política. Maliciosamente, algunos ciudadanos formulan hipótesis aventuradas sobre la enfermedad que le aquejó hace más de un año en un ojo. No obstante, el canciller prosigue su cada vez más acusada presencia en el campo de las relaciones internacionales.

«Yo quiero decir que recibí a Yasser Arafat en mi calidad de vicepresidente de la Internacional socialista, y como presidente de mi partido, pero celebro mucho el gesto del presidente del Gobierno español de entrevistarse oficialmente con el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Creo que muchos países seguirán su ejemplo.»

El origen judío del canciller austriaco ha sido destacado por sus privilegiados contactos con los árabes y palestinos. Para Kreisky, el problema de Oriente Próximo «no tiene solución posible, si no se incluye a los palestinos». «Las Naciones Unidas», dice, «han considerado a la OLP como representantes de los palestinos, e Israel debe reconocerlo. Particularmente, me gusta la forma adoptada por la Internacional Socialista, que aconseja la negociación con los representantes de los palestinos, dejando la titularidad de esa representación como problema interno del propio pueblo.»

«España y Austria», dice el canciller, «han padecido dos dictaduras fascistas, y por eso sabemos apreciar singularmente la forma democrática de gobierno. La libertad es siempre la fórmula más barata de gobierno».

No existe -a su modo de ver- una crisis en la detente de las dos superpotencias, sino que los acontecimientos recientes sólo son exponentes normales de los movimientos de separación y acercamiento constantes de las dos superpotencias.

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