Alicia Alonso: "Yo no quería ser bailarina profesional"
Alicia Alonso, mujer de una fealdad casi hermosa, distante en un primer contacto, cálida y comunicativa en el escenario, sigue bailando y haciendo el milagro cada día a sus años. ¿Cuántos? -«Ese es el único dato que no te puedo dar», dice la relaciones públicas del Ballet Nacional de Cuba; «ella tiene una respuesta para eso»-. Y verdaderamente no se puede saber su edad, que quizá sólo importe para valorar aún más su forma de hacer en el escenario, si no es sumando a los datos oficiales -«inició sus estudios de danza en 1931 »- esa respuesta suya de que dio su primera clase de ballet a los ocho o nueve años, «quizá nueve». «Sólo Margot Fontaine, que tiene muy pocos años más que ella», dice, orgullosa, la relaciones públicas, «sigue bailando a esta edad.» ¿Cómo se le ocurrió ser bailarina? «A mí», dice Alicia Alonso, «no se me ocurrió; desde que empecé a oír música me gustaba expresarme por medio de ella. No quería ser bailarina profesional; simplemente expresaba mis sentimientos por medio de los movimientos del cuerpo. Después se hizo en Cuba una sociedad privada que daba clases de ballet, guitarra y teatro. Yo tomé ballet y teatro. Este también me gustaba mucho, pero no tanto como el ballet. Considero muy importante el estudio de teatro para un bailarín, al igual que pienso que un actor de teatro debe estudiar ballet. De hecho, cuando hago una pantomima no intento el paso, la línea, sino que resulte como una palabra, con belleza, con poesía. Alguien dijo una vez que el ballet era la poesía en movimiento. »El Ballet Alicia Alonso, luego Ballet de Cuba por deseo de su fundadora, se inauguró en 1948 con cuatro bailarines cubanos, y el resto, de Estados Unidos y América Latina. De allí surgió una escuela privada que empezó a estrenar danzarines y a dar algunas becas. «Pero», dice Alicia, «no podíamos mantenernos, porque los bailarines tenían que mantener a sus familias.» Así llegaron hasta 1956, fecha en la que el Gobierno de Batista retiró al ballet una subvención estatal que la propia Administración consideraba como insuficiente. A partir de entonces «cesamos de trabajar, en protesta por la situación del país, y no bailamos en Cuba durante los tres años siguientes».
La llegada al poder del comandante Fidel Castro supuso un empuje definitivo para el Ballet Alicia Alonso. El Gobierno revolucionario se volcó en esta institución cultural con más medios de los que podía disponer. «Nos dieron », recuerda la fundadora de la compañía, «un teatro, escuelas gratuitas, orquesta; pudimos examinar e incluir en nuestro ballet a todos los talentos de la isla y utilizar los talleres nacionales para hacer los decorados. Pudimos coger a los niños y entrenarlos técnica y artísticamente. Si no tuvimos lo mejor fue por la situación, pero dispusimos de todo lo que había. Así nació o, mejor, floreció, la escuela cubana de ballet. A partir de entonces son cubanos la mayor parte de nuestros artistas, concedemos becas y enviamos a nuestros profesores a ayudar a otros países, justo al contrario que al principio. Esto nos hace muy felices. »
Alicia ha repetido una historia que ha debido de contar innumerables veces. Ha omitido los centenares de galardones conseguidos por ella y su compañía en todo el mundo porque vienen en todos los libros. Ha dicho que le gusta todo en la vida, sobre todo «ver la vida en el ser humano», verla transcurrir. «Con el ballet», afirma, «he podido hacer coreografías y convertir a alumnos en profesores.» Ese interés suyo por la vida en movimiento le ha llevado a poner en funcionamiento el psicoballet, un método de enseñanza para niños con pequeños problemas, a cuyo frente está su hija, Laura Alonso. De hecho, muchos de los que hoy son miembros de su compañía trabajaron ya con niños al principio de la revolución en tareas más urgentes, como la alfabetización, incluso de adultos.
Cuando ha escuchado la pregunta de si el paso del tiempo impone limitaciones a su técnica de bailarina, como ha dicho alguna crítica al anotar, por ejemplo, cómo se ralentizó el adagio del segundo acto de El lago de los cisnes y apuntar que la versión de la artista simplificó bastante las variaciones, Alicia Alonso ha quedado en silencio y se ha puesto a jugar con sus manos y a recortar las cintas de unas zapatillas que ha encontrado cerca. Inmediatamente, su marido, Pedro Simón, que, junto con la relaciones públicas del ballet, ha estado presente en toda la entrevista, ha salido a protegerla de una supuesta indefensión: «No es agradable esa pregunta, ¿sabe usted? Usted la ha visto. ¿Piensa que debe retirarse?» Alicia ha respondido al fin, con mayor lentitud que el resto de su charla: «¿Limitaciones? Cuando el tiempo me las imponga, me retiraré. Desde la primera operación de desprendimiento de retina que me hizo Castroviejo en Nueva York, al principio de mí carrera, me están retirando. Pienso que soy una de las bailarinas del mundo que ha hecho su carrera a base del retiro. »
La relaciones públicas ha dicho al final, en tono de disculpa: «Siempre le dicen lo de su retiro de forma insidiosa y la crean una especie de psicosis; por eso preferimos ser desagradables nosotros.» No obstante, sin necesidad de esa urna de cristal en que parecen querer meterla, Alicia ha salido al escenario durante la estancia del Ballet Nacional de Cuba y ha arrancado las ovaciones más prolongadas de cada tarde.
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