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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La baja en el PSOE del alcalde de Valencia y el fondo de la cuestión

No es demasiado probable que la gente informada, aquí, en el País Valenciano, acepte sin muchísimas reservas esa explicación tan poco sólida dada por la gestora federal del PSOE para explicar una expulsión que afecta a la alcaldía de la ciudad de Valencia. Basta preguntarse por qué se nombró alcalde a quien no había presentado las cuentas de su gestión administrativa electoral para llegar a la conclusión de que esa extrema medida de disciplina responde a algo más que los «cien años de honradez y firmeza». Cien años de los que habría que restar, aquí, en mi tierra, «cuarenta de vacaciones». Seguramente esos cuarenta explican muchas cosas.Porque en el País Valenciano, cuando se creó, allá por los años sesenta, el Partit Socialista Valenciá, nadie del PSOE apareció para intentar, por ejemplo, una relación. Ni ocurrió eso tampoco cuando se formalizó el PSPV, en los años setenta, después de haber existido unos Grups d'Acció i Reflexió Socialista. Ni cuando se creó la primera Taula de Forces Polítiques, el año 1972, que luego fue rota por las conveniencias estratégicas del que entonces aún no era PCPV, sino PCE, empeñado en crear las «juntas democráticas», incluso donde ya existían «plataformas unitarias» que las hacían innecesarias.

Había, sí, militantes que siempre mantuvieron su dignidad socialista, como, por ejemplo, los que se reunían en el despacho de mi amigo Joaquín Ruiz Mendoza, perplejos entre la dirección exterior de Rodolfo Llopis -con el que tuve una breve relación cordial, durante mi exilio en París, después de «lo de Munich- y la «contestación» primero del ASU y después de un PSOE interno, en el que mi amigo Enrique Múgica era la cabeza más visible y al que recuerdo como el negociador más antiguo con los socialismos «periféricos». Otro pequeño grupo en Alicante, donde hay «históricos» que se alejan velozmente de la realidad, tenía relaciones disciplinarias con la dirección «de fuera», a la que estaban afectos. Manuel Signes parecía su cabeza dirigente.

Digo todo esto porque no ha de extrañar a nadie que, al menos aquí, en el País Valenciano, los miembros del PSPV que aceptaron el modelo de integración en el PSOE, abandonando la FPS -que no pagó, por cierto, sus cuentas, de las que soy atribulado acreedor- llegaran fácilmente a puestos de dirección. La avalancha de militancia que le sobrevino al PSOE después del 20-N-75 carecía de nombres con suficiente crédito. Lo que pasa es que esa aportación del socialismo autóctono, que dejó de serio, para pasar a «federarse» en el PSOE, no llegó unida, sino todo lo contrario. Ahorraré al lector una lamentable historia que me atañe, y no sólo por eso, sino porque lo que me propongo es explicar la cuestión a los no valencianos y a los valencianos que no están suficientemente cerca del fondo de la cuestión.

Por razones de liderazgo -de competencia en el liderazgo- que no eran las únicas, sino que se unían a razones ideológicas -y vaya usted a saber cuáles primaban sobre las otras, aunque personalmente me tema que sí lo sé-, el PSPV se dividió, las siglas quedaron de un lado, el que entonces habría que haber llamado «de Cucó», por generalizar, puesto que el senador más votado del País Valenciano no estaba solo, y unas siglas nuevas aparecieron alrededor de los hermanos Garcés. Eran éstas: USPV, es decir, Unitat Socialista del País Valenciá. Cada una de las dos partes, que entonces aún no contemplaban con total nitidez lo que era evidente desde hacía tiempo, es decir, su inserción «federativa» en el PSOE, hizo supropia campaña electoral para las primeras legislativas sin éxito para el PSPV, que fue a ellas aliado en Bloc con el MC del PV y el PSAN, y con éxito para la Unitat, aliada del PSP.

Cualquiera que haya estado en un partido político, y más aún si lo ha hecho en la clandestinidad, sabe que las divisiones de este tipo generan sectarismos radicales insalvables. Aunque el PSOE no sea mi partido, ni lo será, ni probablemente ninguno, y aunque, en todo caso, escogería una izquierda más izquierda, se trata del segundo partido en el ámbito del Estado y del primero en electores, en el conjunto de un País Valenciano que no padeciera la división «provincial». Es por esto que algunas veces, en momentos en que la crisis permanente se ha agudizado, he llegado a ofrecerme como mediador. En la precaria democracia que nos ha deparado el «consenso» y en la autonomía que la derecha de mi país no quiere, una fuerza así es importante. La mediación nunca fue admitida, pero en cambio, triste cambio, he podido escuchar de una y otra parte atrocidades respecto de la contraria. Cosas de aquellas que sólo con mucha imaginación pueden ocurrírseles a comadres profesionales de vecindad. ¡Qué izquierda, Señor; qué izquierda! ¡Ya tiene la derecha garantizado su mandato para otros cuantos siglos!

Naturalmente, al correr de los pocos años transcurridos desde la «legalidad», una cierta parte de la militancia del PSPV-PSOE se ha ido radicalizando a un lado y otro de las fuerzas en lucha. No sé qué es lo que piensa la mayoría. Supongo que, como siempre, seguirán a las minorías que han tornado, no partido, sino fracción. Me temo, sin embargo, que sí se puede saber el partido que tomará una parte del electorado y no será el mismo que la última vez. Votar a un partido en las condiciones en que está el PSPV-PSOE es para pensárselo. Y muchos se lo pensarán, sin duda alguna.

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Estas dos fracciones irreconciliables se corresponden a las que, en el ámbito de todo el Estado, son llamadas «felipistas» y «críticas». Y por eso, además de por lo dicho al principio, se hace más difícil creer en la imparcialidad suficiente de una sanción como la impuesta al que ha sido hasta hace poco alcalde de Valencia. Porque pertenece a la corriente «crítica», aunque, si he de confiar en mi propio juicio, sin demasiado entusiasmo. No lo estoy defendiendo. Ni atacando. Trato sólo de suscitar una reflexión sobre los métodos de la competencia interna por el poder en el seno de los partidos y los diversos enmascaramientos que se utilizan. El probable nuevo alcalde de Valencia es también amigo mío y desde más antiguo que el que ha cesado. Y no creo que haya jugado fuerte ni entre los críticos ni entre sus oponentes, que aquí llaman «albiñanistas».

Personalmente he estado en contra del presidente Albiñana, que se dejó malaconsejar por personas hoy furiosamente opuestas. Era fácil verlo y él no lo vio. Dijo cosas de los socialistas y nacionalistas que hoy, seguramente, querría ver borradas de la memoria. Yo, que era, principal destinatario, las he borrado. Y, sin embargo, hay que decir que en sus últimos meses se ha comportado como un político que sabe lo que quiere. Y lo que quiere es la autonomía, frente a una UCD que sólo dice quererla, porque el trabajo del presidente Albiñana cerca de los ayuntamientos para que la pidan ha tenido un éxito que les obligará a no quedarse atrás. Es algo que, al menos para «continuar», no para llegar, porque es muy poco, ni para empezar, porque ya hace años que empezamos, también quiero yo.

Digo esto porque, naturalmente, no están, ni toda la razón, ni todos los políticos aptos, de una parte, sino que hay una y otra cosa en cada una de las dos irreconciliables. En la parte «pastorista», como aquí se dice, está, por ejemplo, un hombre como Beviá, senador, al que la división del PSPV «le tocó» en las comarcas del Sur y se vio implicado, por radicación, amistades, cordialidad, etcétera, en la USPV. Supongo que a Beviá hechos como estos -y si se hubieran producido a la inversa lo sentiría igual- le duelen y le dejan perplejo.

No es fácil creer, por tanto, que la única causa del cese de mi amigo Fernando Martínez Castellano se deba a cuestiones administrativas. Es más fácil creer que han jugado también «cuestiones efectivamente internas» del partido. Y es triste que nos sea imposible a muchos poder decir que allá se las compongan. Porque el poder electoral del PSPV-PSOE es de todos los que le votaron y hasta de los que no les votamos.

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