Encuentro con Kierkegaard
Uno de los encuentros espirituales más ricos de nuestro siglo es su encuentro con Kierkegaard. El primer europeo que lo hizo fue Unamuno, un español henchido de españolidad, con todas sus contradicciones, entre ellas no la menor la de su antieuropeísmo. La obra de Kierkegaard, estudiada e interpretada apasionadamente en nuestro siglo, posee una extraordinaria riqueza expresiva y problemática, y en cuanto tal ha sido natural que se haya buscado su presencia en Ibsen, Strindberg, Dostoievski, Unamuno o Pirandello, escritores profundos de la condición existencial. Se ha hablado a veces de una fraternidad ontológica entre Kierkegaard y estos escritores. Para Unamuno, del cual se sabe que había leído, aprendiendo para ello el danés, una buena parte de la obra de Kierkegaard, se trataba explícitamente de un «hermano». Alguna vez el gran escritor español se refiere así al danés: el «hermano Kierkegaard», y le dedica un estudio comparativo con lbsen.La obra de Unamuno, literaria y de pensamiento, se ha prestado muchas veces durante los últimos tiempos a la explicitación de esta «hermandad». Sin embargo, creemos que en el problema específico de la interioridad debemos buscar los rasgos esenciales y de alguna manera nuevos de esta proximidad. El texto del Diario íntimo de Unamuno y una crítica textual comparativa de los escritos de Unamuno y Kierkegaard, que desplieguen los temas de la interioridad existencial y religiosa están acaso destinados a ofrecernos una perspectiva nueva en esta materia ya largamente explorada bajo aspectos diversos, pero con resultados por lo menos discutibles.
La vía de Kierkegaard hacia la interioridad y los problemas de la dialéctica existencial es más compleja, desde el punto de vista intelectual, que la de Unamuno. Se trata, ante todo, de su admiración constante por Sócrates. Hay, después, su admiración por Spinoza, Kant y Hegel y, sobre todo, la ruptura de Kierkegaard con Hegel, el gran maestro formador de su espíritu filosófico. Hay, por fin, su encuentro, en la vía del pensamiento, con Job, con Abraham, sobre las huellas de Pascal, y sobre todo su encuentro con Cristo, encuentro doloroso y ardiente. En este punto Unamuno y Kierkegaard se encuentran. La crisis religiosa de Unamuno, en 1897, cuyos rasgos son evidentes en su Diario íntimo, descubrimiento bastante reciente de los estudios unamunianos, constituye la prueba. Tensión religiosa, melancolía, miedo y temblor, angustia de la muerte, son algunos de los términos de este encuentro significativo. Según Chestov, Dostoievski es el doble de Kierkegaard. Unamuno llama él mismo a Kierkegaard su «hermano». Los tres -Kierkegaard, Dostoievski, Unamuno- abandonan la filosofía especulativa por el «pensamiento particular». El Diario de Kierkegaard, el Diario de un escritor de Dostoievski y el Diario íntimo de Unamuno muestran las etapas de la renuncia a la razón y la búsqueda dolorosa de las vías de la interioridad.
La permanencia estética acompaña el espíritu de Kierkegaard en el «tiempo» de la estética, como en el «tiempo» de la ética, y el «tiempo» de la religión. Esta permanencia acompaña su existencia en todas sus tempestades, en la «noche eterna» de la vida de Kierkegaard, su «melancolía», sus «desgracias», su dialéctica interior entre vida y arte, la transfiguración de su personalidad en la «genialidad sensual» de Mozart, el mito de Don Juan y del «seductor», la atracción de la feminidad y la tentación del deseo, la virtuosidad poética. Antes que Cristo está Fausto, Don Juan, Ahasverus, Agamenón, Jefté, los que ocupan el campo del interés y de la virtuosidad intelectual de Kierkegaard. El carácter inmediato de la estética supera una fase inicial y se constituye en polo permanente, elemento primordial de ambivalencias sucesivas. La vida moral y la vida religiosa se desenvuelven como expresión existencial de una interioridad secreta, sobre el fondo de lo bello, lo armonioso, lo artístico y lo poético. Kierkegaard puede abandonar a Hegel para entregarse a Job, puede suspender la ética para entregarse filosóficamente a lo absurdo, para renunciar metafísicamente a la ontología del deber, para alcanzar la verdad religiosa. Pero él no renunciará nunca a la carga estética del problema. Unamuno exalta a veces el amor «salvaje» de Kierkegaard y de su discípulo lbsen por la verdad «sentida» y no «concebida» lógicamente y, sobre todo, la «religiosidad» del filósofo danés. Pero, al mismo tiempo, Unamuno percibe el valor poético de la tensión existencial, la expresión de la interioridad secreta, en Kierkegaard y en lbsen. En su ensayo Ibsen y Kierkegaard, Unamuno establece una dramática comparación entre la existencia de lbsen y la de su maestro Kierkegaard. Mientras la vida de Kierkegaard es poema dramático de la soledad heroica, la vida de Ibsen es un poema dramático de una poderosa independencia. Los personajes de los dramas de Ibsen son almas soberbias y robustas que se atrincheran en su soledad como en un refugio, allende el mar muerto de las muchedumbres y allende el dominio estúpido de la carne y la rutina.
El conflicto formal entre la ética y la estética, que es en el fondo la motivación de la angustia existencial en la búsqueda de la verdad religiosa, es un conflicto que, desde el punto de vista de la creatividad, obtiene una solución poética o, si se quiere, estética. El abandono de la racionalidad y la reflexión, a favor de la interioridad emocional en términos de desesperación, se traduce en la búsqueda de un absoluto estético, búsqueda de un mismo infinito de una personalidad finita. Los estadios del pensamiento kierkegaardiano no corresponden en el fondo a la propedéutica formal que él mismo propone en la forma de una alternativa, que otra cosa no es, sino una manifestación de la tensión interior secreta de su propia personalidad. En realidad, su alternativa es al mismo tiempo una permanencia ética y una permanencia religiosa. «Temor y temblor», con sus sucesivas «suspensiones» y «repeticiones». La idea de suspensión, y sobre todo la «suspensión de la ética», no es otra cosa que una de las manifestaciones de la tensión kegaard se realiza en la necesidad de «suspensión» y de interiores.
La naturaleza estética de Kierkegaard se realiza en la necesidad de «suspensión» y de «superación», en esa forma personal y emocional de la Aufhebung y sobre todo en su constante necesidad de hablar, de revelar su interioridad oculta. El «cambio» del ser realizado, el «retraimiento» conseguido, el «repliegue», la conclusión permanece así: «Es preciso hablar. » Este es el sentido de su Diario, de su obra póstuma. Punto de vista explicable de su obra. El mundo imaginario que se encuentra entre su «melancolía» y su «yo» es el que Kierkegaard quiere colocar, en definitiva, al servicio de su experiencia religiosa. El esfuerzo estético es al mismo tiempo la defensa permanente de la interioridad secreta de Kierkegaard. Esta interioridad secreta constituye el lado dramático de su existencia: «¡Oh, esta forma de desnudarse, si me atrevo a decirlo, me es tan dura, tan dura! Como si mi interioridad fuese demasiado verdadera para que yo pudiera hablar de ella. Y, sin embargo, es quizá un deber hacia Dios; y este secreto de mi interioridad es quizá algo que Dios por conveniencia me ha permitido conservar hasta que yo llegue a ser bastante fortificado para poder salir al claro día. Mi infancia desventurada, mis tristezas sin fin, la miseria de mi vida personal hasta el día que me hice escritor, todo esto ha contribuido a desarrollar en mí esta interioridad secreta. Puedo afirmar literalmente que nunca en mi vida, nunca he hablado a un solo hombre como hacen de costumbre dos seres humanos que se encuentran... Mi interioridad siempre la he guardado para mí, incluso al hablar en un plano más confidencial. Y confidencialmente yo nunca he podido hablar. »
La interioridad secreta es para Kierkegaard una forma de tensión existencial, el tormento del silencio de expresión -este silencio que el gran danés describe, «como un Guadalquivir», en una curiosa confusión de este río español con el Guadiana, que se pierde un buen trecho bajo tierra-, que se traduce en la necesidad de «hablar». Pero hablar, no «confidencialmente», sino «estéticamente», en tanto en cuanto escritor a veces amante del secreto, empleando seudónimos, buscando siempre nuevas formas estéticas de camufiaje de su personalidad. Quiere ser siempre, «poeta». Al margen de Diván occidental y oriental, de Goethe, él marca: «Yo protesto cuando puedo contra los que me toman por un profeta. Yo quiero ser sólo un poeta.» Un poeta que se ha lanzado en el absurdo. En la dialéctica de lo extraordinario y lo absurdo, fuente permanente de su religiosidad, de su melancolía, de su angustia. Poeta y dialéctico de lo extraordinario y lo absurdo. ¿Pero qué es lo absurdo? «Lo absurdo es, como se ve, algo muy simple. » Para un ser racional, inteligente, reflexivo, es actuar en el espíritu de la «disproporción entre acción y reflexión», «actuar en la fe y confiando en Dios». Cuando un escritor como Kierkegaard se declara a sí mismo un «escritor al servicio de la religión» es, sin duda, el elemento estetizante, el que se opone a todos los demás. Por todo ello, no debe extrafiar el éxito de Kierkegaard en el siglo XX, edad típicamente alejandrina de la cultura europea.
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