_
_
_
_
Reportaje:

Pueblos de sabor antiguo para "andaluces nuevos"

Cerca de 800.000 andaluces, según cifras oficiales, emigraron fuera de su tierra en la década de los sesenta. Andalucía vio así reducida, prácticamente a la mitad, la población de muchísimas de sus localidades. Pueblos que a partir de ese momento sufrieron, aún más si cabe, un aletargamiento del que no se han recuperado. Ello es debido a dos causas fundamentales: muchos de los emigrantes rurales no vuelven hoy a sus pueblos de origen, sino a capitales de provincia o a poblaciones importantes como Jerez, Algeciras, San Fernando, Linares o Marbella. Por otra parte, los jóvenes campesinos marchan a la ciudad porque no encuentran en los núcleos rurales ninguna posibilidad de trabajo ni de ascenso social.El campo andaluz, y esto no es ningún descubrimiento, está abandonado. El índice de despoblamiento en muchas zonas del interior supera el 50% entre 1960-1970, en zonas como la Serranía de Ronda, Las Alpujarras, la sierra de Huelva, la sierra norte de Sevilla o el interior de Almería.

La comarca de Ronda constituye un ejemplo típico: a excepción de la capital, es la penúltima en renta per cápita (15.000 pesetas). Muchos pueblos se están quedando vacíos, como Atajate, Alpendeire, Faraján, Júzcar, Gaucín... La comarca, que comprende diecisiete pueblos, ha descendído desde los 200.000 habitantes en 1920 a 120.000 en la actualidad.

Solamente se han librado un poco de este fenómeno Málaga y Almería (debido al turismo), el Campo de Gibraltar y una pequeña franja del hinterland sevillano. Las causas de esta situación se remontan a los planes de desarrollo, que como, todo el mundo reconoce, lo que realmente lograron es desarrollar aún más las diferencias regionales.

"Txapelas" al sol

Paralelamente a este fenómeno, una nueva población, menor en cuantía, viene a instalarse definitivamente en Andalucía, y en concreto, a sus zonas turísticas, entre las que destaca, sin lugar a dudas la Costa del Sol malagueña. Esta nueva población no sólo está compuesta de jubilados, como en un primer momento, en una panorámica superficial, pudiera parecer. Son muchos los extranjeros -y no por tópico deja de ser verdad- que todavía vienen a España atraídos por su sol, su clima y sus precios. A éstos hay que añadir desde hace dos años un porcentaje, que cada vez va en aumento, de españoles, especialmente vascos. Es sintomático, por ejemplo, que El Correo Español-El Pueblo Vasco se venda en todos los quioscos de la Costa del Sol.En parte son jubilados vascos, gente de clase media acomodada, que vienen huyendo un poco de la actual situación de Euskadi y buscan sol y tranquilidad. A menudo se les ve paseando por las calles de Fuengirola o Marbella con su bastón y su chapela. Se reúnen frecuentemente para cantar y beber en comandita. Los otros vascos, los que verdaderamente huyen de la quema, son empresarios que se han negado a pagar el impuesto revolucionario a ETA. Se construyen a veces auténticos bunkers sofisticados, y algún chalet tiene incluso túneles de hasta trescientos metros de longitud, para utilizarlos en caso de emergencia.

Junto con los vascos existe otro porcentaje de españoles que se han afincado en la Costa del Sol y, aunque no es muy grande, merece mencionarse. Son los que vienen de las antiguas colonias españolas del Sahara y de El Aaiún, y un flujo lento pero constante de ceutíes y melillenses, que buscan una seguridad a este lado del Mediterráneo, ante la incertidumbre de allá.

De todas maneras, los extranjeros, y dentro de éstos los jubilados, constituyen el grupo más numeroso de nuevos habitantes de los diversos pueblos de la costa. En el hábitat de este turismo residencial se vienen produciendo desde hace algún tiempo cambios muy acusados. Si en un primer momento todo lo que se construyó en la Costa del Sol fueron cajas de cerillas, bloques y bloques de apartamentos, que se vendían sin ningún esfuerzo y de los que la especulación y el capitalismo salvaje sacaron jugosos dividendos, a lo largo del tiempo el concepto ha ido cambiando y, cada vez más, el comprador exige una serie de servicios, una edificación menos impersonal y más de acuerdo con el medio ambiente. El que compra una segunda residencia, que con el tiempo tal vez sea única, la quiere completamente diferente de lo que tiene en la ciudad de que proviene, y por supuesto, que no le recuerde su anterior hábitat. Sólo unos cuantos promotores ven claro y con buenos ojos este cambio y se deciden a arriesgar su tiempo y su dinero en algo que tenía mucho de aventura: nacen así los nuevos pueblos andaluces.

Los nuevos pueblos andaluces

«Al 90% de los extranjeros le gusta el estilo andaluz, la cal, las tejas, las rejas», afirma Vicente Pitarch, promotor de varios pueblos andaluces y pionero en este campo. «Todo lo andaluz les encanta. ¿Por qué copiar bloques y edificios del exterior si lo nuestro es más bonito? Da un poco más de trabajo que otras cosas, pero se hace porque gusta, porque se siente y además se gana casi el mismo dinero. »«Los nuevos pueblos andaluces tienen un habitante muy definido», confirma Juan Mora, ex arquitecto municipal de Marbella y artífice de numerosos pueblos andaluces. «Es gente que no quiere vivir en bloques de apartamentos y para la cual el chalet tiene ya un precio prohibitivo, por lo que el pueblo andaluz constituye una solución intermedia. » Eduardo Oria, arquitecto también de varios nuevos pueblos, considera como una causa más la necesidad de servicios comunes que tienen muchos de los habitantes de estas edificaciones.

«No se destruye un pueblo para construir otro», afirma Eduardo Oria, «como puede ser el caso de pueblos de Castilla que desaparecen y la gente se concentra en otros, al lado de un núcleo industrial. El pueblo andaluz típico se destruye por especulación inmobiliaria. Es lo que pasó en Torremolinos Fuengirolá e incluso está pasando en una ciudad como Sevilla. El pueblo que desaparece y el que se construye nuevo ahora no tienen ningún, nexo de unión a no ser el esfuerzo que se realiza para salvar ciertos elementos como rejas, tejas cerámica, azulejos. Los que destruyen los pueblos suelen ser especuladores, y, en cambio, el que lo construye es un promotor. »

«Sociológicamente cambia a la gente mucho. El bloque hace que la gente sea mucho más agresiva» observa Juan Mora. «Con el pue blo la gente se siente mucho má partícipe. Habría que revitalizar el concepto del pueblo socialmente. » Para Juan Mora hay que volver al concepto de las agrupaciones de familias. Estas serían de siete u ocho, alrededor de una placita o algún elemento común a todas ellas. «La gente se siente orgullosa cuando tienen algo que las diferencia de otras. » Vicente Pitarch es de la misma opinión: «La gente que compra una casa en el pueblo andaluz nuevo lo hace porque tiene su jardín, sus espacios grandes, sus porches, sus ventanas con rejas. En fin, todo un conjunto con personalidad y con aire andaluces. El color preferido, por supuesto, es el blanco, aunque con algo de ocre.»

Aparte de los conceptos previos a los que obedece la construcción de los pueblos y que son distintos para antiguos y nuevos asentamientos, conviene señalar varías diferencias, también fundamentales. La primera es clara: el número de habitantes. El número de casas de los nuevos pueblos (los que se pueden considerar como tal y no un conjunto de casas más o menos típicas) es difícil que pase de 250. Los habitantes, pues, oscilan entre trescientos y quinientos, por regla general. La composición de la población es también una característica diferencial: suelen ser jubilados en su mayoría -no olvidemos que son edificaciones residenciales- Y para recalcar aún más este punto, fijémonos en su situación: el pueblo andaluz clásico huye del sol, mientras el nuevo lo busca.

A la caza de viejos materiales

«Por supuesto que es muy difícil encontrar artesanía y elementos primitivos, primigenios, para la construcción del nuevo pueblo», afirma Vicente Pitarch, respecto al procedimiento para obtener los materiales adecuados. «Ya hay pocos artesanos. Se recurre al ladrillo tocho, a la teja antigua de edificios que se han derribado, que es de donde se sacan también muchos balcones y rejas, Azulejos también se encuentran de la misma manera, pero son conjuntos parciales y fragmentados. Hay que buscar por todos sitios elementos de cerámica, de madera y de hierro Ahora mismo, la Renfe ha vendido unas partidas importantes de travesaños de las vías. Yo he comprado cinco vagones porque es roble brasileño, madera muy curada, que sirve perfectamente para vigas. También compro de los derribos, porque hay gente que se dedica a este negocio. Son muy rápidos y además guardan sus secretos celosamente. El reloj que yo compré para un complejo», añade, «data de 1729, está hecho a mano y es una verdadera joya. En Peñarrubia, un pueblo abandonado porque iba a ser inundado por las aguas del pantano de Guadalhorce, compré miles de tejas, algunas barandas, faroles, puertas antiguas, etcétera, que se han empleado en otro pueblo de nueva creación.»Son muchas las zonas de Málaga y cerca de ella que se quedan abandonadas. Por los montes de Málaga, desde Morachar a Periana pasando por Vélez-Rubio hay numerosos caseríos abandonados. No muy lejos está la zona de Escúzar, en Granada, que se despuebla a marchas forzadas. Para Eduardo Oria, no hace falta, de todas maneras, buscar mucho: «La gente está destruyendo sus propios pueblos. Esto yo creo que es debido a una modificación, a un cambio cultural y de mentalidad demasiado fuerte. Pero, desde luego, resulta triste y horrible que se tiren casas antiguas en pueblos para construir edificios modernos de tres o cuatro pisos. »

Veto a los "conejitos"

Por lo menos, en lo que respecta a la Costa del Sol, los nuevos pueblos andaluces están favoreciendo y no destruyendo su entorno, práctica sistemática durante tantos años. Para Vicente Pitarch, compensan de las horribles masas de bloques construidos, algunos de los cuales tienen dieciocho pisos: «Debieran estar prohibidos», afirma.En un balance rápido citaremos algunos de los más importantes pueblos andaluces. El primero de todos fue Cortijo Blanco, que tiene ya dieciocho años y unos trescientos habitantes, extranjeros en su mayoría. Pueblo López, el siguiente en antigüedad, es casi un pueblo inglés en lo que a habitantes y promotor se refiere. El que lo construyó fue un inglés, Bryan Hingson, mucho más popular en Fuengirola por, el sobrenombre de Juanito López. De ahí precisamente surgió el nombre del pueblo. Puebla Blanca, también en Fuengirola, tiene 103 casas, ocupadas en su mayoría por escandinavos. Por escandinavos, asimismo, está copuesta la casi totalidad de Pueblo Andaluz, en Marbella, con 110 casas. En esta localidad se encuentran también dos promociones, en las que ha entrado capital árabe: Las lomas de Marbella Club y Puente Romano (que ha acabado convertido en hotel).

Otros pueblos de nueva creación son el Rincón Andaluz, promovido por y para italianos; Puerto Cabopino (a pesar de que tiene edificios de hasta diez plantas); Puerto Marinero y Capistrano, en Nerja.

La experiencia de los nuevos pueblos pudo comenzar en la Costa del Sol en los comienzos de los años sesenta, antes de que las torres de apartamentos lo inundaran casi todo. En esa época, el Play Boy Club compró un millón de metros cuadrados en Marbella, cerca de Los Monteros, donde quería construir un pueblo andaluz. El que luego sería cardenal y entonces era obispo de Málaga, Herrera Oria, cuando tuvo conocimiento del proyecto puso inmediatamente el veto: «Aquí no entran conejitos», llegó á decir. El proyecto, según los expertos, era una maravilla en todos los sentidos. En los años setenta, y en época aperturista, hubo intentos oficiales de que el Play Boy reanudara el proyecto. La respuesta no por lógica fue menos tajante. Y, por supuesto, negativa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_