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Sólo buenas intenciones en el simposio de Estocolmo sobre medio ambiente

Estocolmo fue sede, durante la pasada semana, de un simposio internacional convocado por las Naciones Unidas para deliberar sobre el tema Relación entre recursos naturales, medio ambiente, población y desarrollo. Entre una treintena de participantes, había ministros de Estado, científicos, algún premio Nobel y representantes de UNCTAD, FAO, Club de Roma y otros organismos internacionales.

No hubo, sin embargo, delegaciones oficiales de países u organismos, y cada participante solamente se representó a sí mismo. Ello explica, en parte, la ausencia de resoluciones concretas susceptibles de traducirse en medidas prácticas conducentes a remediar los males denunciados.Quizá el aspecto más destacable de este simposio haya sido la propuesta, implícita en su denominación, de analizar las relaciones existentes entre grandes temas que hasta ahora habían sido tratados separadamente. La oportunidad de una síntesis como la propuesta cobra mayor relevancia en vísperas de la conferencia monstruo sobre Ciencia y tecnología para el desarrollo que comienza el próximo día 20 en Viena. Pero una vez más las connotaciones políticas de los temas en cuestión fueron soslayadas, lo que parece ser una constante en este tipo de reuniones. Se diagnostica con rigor científico los síntomas de la enfermedad, pero nadie parece tener poder de decisión para aplicar la terapia necesaria.

Los debates del simposio -que estuvieron vedados incluso a la prensa- tuvieron como telón de fondo la crisis energética, la explotación irracional de los recursos naturales, el crecimiento demográfico y la brecha cada vez más honda entre ricos y pobres.

El economista Raúl Prebisch, conocido pionero del desarrollo económico de Latinoamérica y el Tercer Mundo, fue categórico en su diagnóstico: «Si los países industrializados, no rompen sus modelos y cambian su estilo de vida, que son los mayores consumidores de energía, si no se deciden por una vía alternativa, entonces vamos de cabeza, ricos y pobres, a la ruina total, al caos.»

La reserva forestal reducida a la mitad

Por su parte, Han Blix, ministro de Relaciones Exteriores de Suecia, luego de referirse a que su país es considerado el «espejo ecológico del mundo», señaló que la existencia de más de 850 millones de seres en e! mundo viviendo en un grado extremo de pobreza y necesidad es la mayor demostración de la importancia de los temas en debate. Aportó algunas cifras inquietantes: «Entre los años 1950 y 1973 las reservas forestales de la Tierra se redujeron en un 50%, es decir, pasaron de un total de cinco millones de hectáreas a 2,6 millones. Paralelamente, los desiertos se expanden a un ritmo de 50.000 a 70.000 kilómetros cuadrados por año.»Edouard Saouma, director general de FAO, señaló que el mayor peligro a que está expuesto el mundo no es el de la escasez de energía, sino el que surge de la división, entre naciones y en el seno de cada nación, entre ricos y pobres. Admitió que la solución de un problema de tal magnitud es del dominio de la política.

Hizo una propuesta concreta, aunque de dudosa viabilidad: a partir del reconocimiento de que ricos y pobres están confrontados a la crisis de la energía y la degradación del medio ambiente, ambos sectores deberán ponerse de acuerdo para poner en marcha lo que llamó « La tercera revolución agrícola», fundada en el respeto a las leyes de la ecología.

Ignacio Sachs, director del Centro Internacional de París para Investigaciones sobre Desarrollo Económico, cuestionó la adaptación indiscriminada de modelos de industrialización sin tener en cuenta los recursos y las necesidades locales. Postuló que cada sociedad debe tener su Propio modelo de desarrollo.

El máximo de las nuenas intenciones fue alcanzado por la propues ta del ecónomista y premio Nobel Jan Tinberger, sobre creación de una tributación internacional, una especie de impuesto a la renta a nivel de países, que permitiría redistribuir recursos a los países más pobres.

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