_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fray Bustelo pide a Marx la humildad

Cubierto de nieve, con estrellitas blancas en las cejas y en las pestañas, plantado al borde del abismo de una mesa ministerial, brazos cruzados sobre el pecho, capa ondeante y sombrío embeleso, Marcelino Oreja se embriaga contemplando una foto movida de Teodoro Nguema. Hasta que Abril, melífluo, va y le gruñe: «Marcelino, ¡basta ya! »Todos los compañeros de Abril se esfuerzan, desde hace algunos meses, por ser ricos de las cosas exóticas (viajes, autonomías, golpes lejanos de la libertad) y pobres de las secas virtudes por las que un pueblo alcanza opaca y necesaria supervivencia. Y sucedió cierto día que, estando reunido el Gabinete para decidir el emplazamiento exacto del carricoche de Carrero en el Museo del Ejército, muchos ministros carrasqueaban por lo bajo sobre los ascensores con dos puertas, la huelga de gasolineras o la subida del pan con tomate. Observando el relajo, Abril rogó silencio y se puso a contar el conocido ejemplo que sigue:

Había un hombre, gran amigo del Crucificado y de Marx, que tenía mucha gracia de vida activa y contemplativa. Con esto reunía tan excesiva y profunda humildad que se reputaba a sí mismo grandísimo pecador. Su humildad le santificaba y confirmaba en gracia, le hacía crecer continuamente en ella y en virtudes cristianas y marxistas que le apartaban de caer en pecado o político error municipal.

Fray Bustelo, maravillado ante ejemplo tal de humildad y conociendo en carne ajena que esa virtud profesional es hoy tesoro de alcaldía eterna, comenzó a sentirse lleno de amor y deseo hacia ella. Con gran fervor levantaba los brazos de Madrid al cielo y se hacía propósito firmísimo de no reírse ni siquiera de Enrique Múgica en tanto que la humildad no se hubiese posesionado plenamente de su alma materialista y científica. Desde entonces permanecía casi de continuo encerrado en su celda, macerándose con oraciones, ayunos leninistas, vigilias y lagrimones, en presencia de un ahumado retrato de Marx, para alcanzar de el tan señalado paquete de virtud, sin el cual se reputaba condenado a expulsión clara y a un mal cargo en el seno del PCE conquense. En esta ansiedad de encontrarse en los brazos fornidos del verdadero espíritu socialista se hallaba cuando le aconteció lo que sigue: iba por el Retiro con mucho fervor, llorando y suspirando, pidiendo a Marx con vehemente deseo aquel paquete de virtud política, sabedor de que Marx oye con mucho agrado las oraciones de los ortodoxos, cuando escuchó una voz que dos veces seguidas le dijo: «¡Fray Bustelo! i Fray Bustelo! »

Adivinó su espíritu barbudo que aquella voz, por el acento raro, entre germano y albanés, era la de don Carlos Marx. Y contestó: «¡Maestro! ¡Maestro! » Marx. le preguntó: «¿Qué darías tú por poseer la gracia que pides?» Fray Bustelo contestó: «Hasta los ojos de mi cara. Y mecheros, bolígrafos, llaveros, pirulíes, banderines y bellas pancartas con hoces y martillos floreados.» Y Marx añadió: «Pues quiero que poseas la gracia y también los ojos.» Dicho esto, la voz calló. Y fray Bustelo quedó lleno de tanta gracia por la deseada virtud izquierdista de la humildad y con tanta luz de taquígrafos encandilados que desde entonces siempre estaba muy contento, rebosante de energía y pureza. Muchas veces, cuando oraba a la espera del congreso otoñal, hacía un ruido como arrullo de paloma, repitiendo i uh, uh, uh!, y con carita alegre y corazón gozoso permanecía absorto. Preguntándole fray Pedro Altares por qué en su júbilo revolucionario no mudaba de tono, contestó con alegría que, cuando en una cosa se halla todo bien, no conviene eliminar más verso, físico y psíquico, que el de la burguesía.

Cuando Abril acabó con el ejemplo, quedáronse perplejos los ministros. ¿Qué habría querido decir? Los más pensaron que era un elogio desmedido de su propia soberbia primaveral, a fin de no ir sembrando envidia de virtud entre los próximos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_