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Tribuna:Freud en la grada de preferencia / 1
Tribuna
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El penalti

El penalti es la institución más didáctica del ritual futbolístico. A través de este momento sacrificial (la inmolación del portero), la fiesta deportiva se emparenta con las ofrendas de sangre del culto pagano. El césped y la arena, el estadio y la plaza de toros se confunden: el penalti es la expectativa de la muerte.El guardameta no está absolutamente desvalido. El toro tiene los cuernos, él tiene los brazos, los reflejos, puede salvarse, aunque las posibilidades de que lo consiga son ínfimas. Todo preanuncia el sacrificio. La bulliciosidad del estadio se colapsa bajo la expectativa de la muerte: se hace un silencio grave, denso, litúrgico. El estadio es el circo romano.

La inmolación del portero se realiza en público como escarmiento de masas que prepara al espectador a la aceptación de la severa autoridad de la Autoridad. El penalti es la justicia llevada a sus extremos capitales y ejecutada al aire libre a guisa de ejemplo y recordatorio.

Las protestas del equipo perjudicado, las peticiones de clemencia, las agitaciones, las concentraciones ilegales (de jugadores en el área), son disueltas enérgicamente. Si la protesta arrecia, se adoptan entonces medidas más drásticas contra la subversión: del bolsillo del árbitro surge la tarjeta de las amonestaciones, la policía armada da la espalda a la cancha y mira amenazadoramente a las gradas, el árbitro ficha a los más revoltosos (expulsa a alguno, que es recibido al borde del césped por el entrenador y los directivos, ofreciendo el efecto óptico de un arresto). Se restablece la calma con energía y, si es necesario, incluso mediante la intervención de la fuerza pública, autoridad ya no figurada, sino la autoridad de la calle, es decir, la policía.

Entonces, el penalti deja de ser ficción deportiva, ilusionismo del estadio, y se transforma en represión cotidiana, con los intérpretes de cada día.

Desde las gradas se lanzan cohetes y objetos contundentes. Por algún lado aparece humo. Estalla alguna que otra pelea: nerviosismo, detonaciones y sangre como percepciones esporádicas que reconducen el estadio a la vida real. La policía, inquieta, confundida, corre de aquí para allá para apagar los conatos de rebelión. Se llevan a rastras al hincha que ha invadido el campo armado de una bandera partidaria. La insignia de la patria deportiva ofendida flamea unos instantes en medio del enemigo, pero inmediatamente sucumbe bajo las porras, los empellones, las agresiones.

El césped se llena de objetos heterogéneos, testimonio de la batalla. Los espectadores arrestados sobre la cancha van directamente a comisaría: arrestos reales, el penalti ya no es ficción.

La figura del portero en las vísperas del castigo supremo es extremadamente patética. Está preso bajo los palos; tras él está la red, la fuga imposible. Y ante él se ponen la Autoridad y el pelotón de ajusticiamiento: su verdugo y el grupo de justicieros prontos para el remate o el tiro de gracia.

Patética la figura del portero, solo ante la bestia magnífica de la Autoridad, aislado de sus soportes morales (la solidaridad reprimida de sus compañeros y de las gradas), secuestrado bajo los postes. Y digna y severa la imagen del árbitro, testigo directo de su propia justicia.

Autoridad, escarmiento, resistencia. El penalti reproduce a escala deportiva las tensiones sociales familiares al público, sustituyendo el rehén político por el rehén deportivo, y a las Autoridades del Estado por las Autoridades del Estadio.

El penalti es el asesinato de una ilusión colectiva: la victoria. Este tiene un significado especial como escarmiento colectivo o ejecución figurada de los líderes y de los ideales de la masa (el portero admirado, guardián del honor del Club y la derrota impuesta).

A través del penalti, el Estado promociona en la masa actitudes de aceptación y pasividad ante la extrema justicia del Poder: la pena capital, los procesos de Burgos, los fusilamientos de septiembre. El penalti es didáctica de la represión.

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