Las estaciones
Estación del Norte, punto de partida de nuestros abuelos hacia los templados balnearios, hacia los paraísos termales de fin de siglo. Ya en sí, la estación del Norte, del Príncipe Pío, tenía, tiene algo de balneario, adonde los trenes acudían a curarse la tos, como a un moridero de viejos elefantes.Estación de Atocha, un poco pariente de la Torre Eiffel y de los versos de Rubén, entre modern/style y secarral. Era, es, la estación de los timos, los paletos y la inmigración de la España honda, cereal, que viene buscando una portería en Madrid. Estación de Delicias, que ya hemos perdido para siempre. Todas clausuradas o a punto de clausura, sustituidas por ese falso aeropuerto de Chamartín, de donde parece que los trenes van a salir volando hasta Palencia.
En 1976 cerraron la estación del Príncipe Pío. Se trataba, sin duda, de ganar para la especulación y el rascacielismo unos acres infinitos y muy situados, desde el Campo del Moro hasta el Puente de los Franceses. (Ya talaron parte de los Viveros de la Villa, en un Rashomon municipal y sangriento de sangre verde y resinosa). El capitalismo, que no cesa, ha devorado Madrid de punta a esquina, y el progreso indefinido, que en principio era una teoría de izquierdas, se ha convertido en la gran coartada de la derecha para usar y tirar, usar y tirar.
Lo que se usa y se tira, sobre todo, son hombres.
Pero, dentro de que el dinero sigue siendo de los mismos, la idea del crecimiento cero y la supresión de la competitividad es un contagio que, sutilmente, va llegando del mundo pasota a los tour/operators enfebrecidos, y así es como parece que la estación de Atocha se salva (ya le estropearon la perspectiva con el escalextric, grandiosamente ridículo) y la estación del Príncipe Pío volverá a entrar en agujas muy pronto, si no ha entrado ya.
A mí me gusta volar, que tampoco está uno tan carroza, y ahora mismo tengo sacados billetes para Mallorca, Marbella y Santander, pero el confiarlo todo al dinamismo loco de los aeropuertos ya se ve los resultados que viene dando: un lentísimo caos permanente en Barajas y en todos los aeropuertos españoles.
Por otra parte uno no es el Cordobés -nadie es el Cordobés, ni siquera el Cordobés, ya- para coger un avión de pueblo a pueblo. El otro día hablaba yo aquí de las bicicletas. Europa y Estados Unidos han vuelto al tren como han vuelto a las bicicletas. He viajado en tren de Copenhague a Estocolmo y viceversa (un tren que cruza sencillamente el mar, como pilotado por Alicia), y no creo que haya manera más incruenta y plácida de desplazarse de uno mismo a uno mismo.
En medio de tanta horterada desarrollista, vuelven las viejas estaciones madrileñas, y lo que tenía que volver son los balnearios con su agua como mano de santo (los santos, efectivamente, solían tener las manos de agua) para que los españoles veraneásemos tranquilos, dejando la Costa del Sol, la Costa del Azahar y costas las de Levante, al mecánico de Hamburgo, que cree en sus vacaciones como en el cielo, en el que ya no cree. Al mecánico de Hamburgo y a la sueca de donde sea (de París para arriba todas son suecas), que viene a realizarse -oh- a Spain/affiche.
Incluso los políticos y los empresarios, que quieren hacer una política y una España canovista/UCD, debieran volver a Archena, donde Suárez se curaría muchos humores melancólicos; Abril, muchas iras divinas, y Felipe tendría hasta tiempo de releer un rato a Marx, siquiera para negarle.
Si el Ayuntamiento de Madrid, tan criticado por la destrozonas de la oposición de derechas (la oposición es un estilo, una forma de ser, estar y escribir), consigue salvar de la especulación las viejas estaciones ya casi románticas, y desde luego monumentales, para la próxima legislatura, habrá que ir pensando en la diligencia. Demos marcha atrás, como quieren los ultras. Pero hasta llegar a Carlos III.
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