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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El coste del crédito y los beneficios de la banca

Presidente de la AsociaciónEspañola de Banca Privada

En la más que delicada situación económica en que le halla el país es frecuente atribuir una parte de los males al precio del crédito, alegando que las empresas no pueden soportar el elevado coste del mismo. El segundo paso consiste en reclamar una rebaja de los intereses percibidos por los bancos, y el tercero, para apoyar esta demanda, es referirse a los grandes beneficios de la banca. Creo que todo ello exige algunas puntualizaciones, apoyándose en hechos y cifras reales, documentalmente comprobables, más que en meras declaraciones verbales. La oportunidad nos la brinda una reciente decisión del Banco de España que, en estos días, está enviando a cada banco la cuenta de resultados consolidada de todos ellos.

Antes de continuar conviene decir que, en mi opinión, el clamor de los empresarios no se dirige, prioritariamente, contra el coste del crédito, sino más bien contra la escasez del mismo.

Sin embargo, el elevado coste del crédito es un problema real que, cualquiera que sea el lugar que ocupe entre las preocupaciones del empresario, no cabe soslayar. Por ello parece oportuno intentar exponerlo en sus verdaderas dimensiones, ya que esta es la única manera de intentar resolverlo. No en balde se dice que un problema bien planteado es un problema medio resuelto.

La verdad sobre el coste

del crédito bancario

El primer aspecto a abordar es la determinación del verdadero coste del crédito bancario.

Algunos dicen, sin que se entretengan en probarlo, que el crédito bancario cuesta más del 20% anual, e incluso otros hablan del 30%. La verdad es que el coste del crédito bancario para sus usuarios es igual -impuesto y timbre aparte- al rendimiento bruto que la concesión de este crédito proporciona a sus otorgantes. Por tanto, la mejor manera de saber cuál es el coste del crédito bancario es ver los productos obtenidos por la banca de los créditos y descuentos concedidos. Y esto, afortunadamente, es fácilmente calculable a partir del balance y de la cuenta de resultados de toda la banca, facilitados por una fuente tan fiable e independiente como es el Banco de España. Por ello, es preciso señalar que estas líneas, en las que por primera vez en la historia se pretende presentar y analiza r, con un grado de desagregación notable, la cuenta de resultados de la totalidad de la banca española, no hubieran sido posibles sin la información facilitada por el Banco de España, cuya meritoria labor para homogeneizar y consolidar los datos de las 109 instituciones bancarias, operantes en el país a fines de 1978, nunca será suficientemente elogiada y agradecida.

En el cuadro número 1 se presenta un estado simplificado, para los años 1977 y 1978, de la inversión anual media de la totalidad de la banca privada en los distintos activos, junto con los productos derivados de cada uno de estos activos. En una cuarta columna, como resultado de dividir los productos por la inversión, aparecen los tipos de rendimiento obtenidos en cada clase de inversión. Lo primero que se ve en este cuadro es que, aproximadamente, un 92% del activo es rentable y el 8% restante -representado por la tesorería, el inmovilizado y otros empleos- no produce ninguna rentabilidad. Lo segundo es que, dentro del activo rentable, hay diversos niveles de rentabilidad. En 1978, la inversión obligatoria en fondos públicos, que representa el 7,88% del activo, ha rentado el 4,80% (4,27% en 1977), y la inversión, también obligatoria, en las operaciones especiales correspondientes a los llamados circuitos privilegiados, que representa más o menos el 8% del activo, ha rentado el 7,76% (7,30% en 1977). Las aplicaciones y restantes relaciones entre bancos y otras entidades de crédito y ahorro, en cuentas mutuas y de tesorería, dan lugar a un empleo de fondos, 14% del activo, aproximadamente, cuyo rendimiento medio ha sido del 6,79 % (¿,20 % en 1977). Es decir, que, aproximadamente, sólo el 62% del activo constituye la inversión bancaria de libre decisión. Esta inversión está compuesta de la cartera de valores privados de renta fija o variable, de la cartera de letras descontadas y de los créditos dispuestos.

Estos tres renglones representan la financiación libre de la banca al sector privado. En 1978, el rendimiento de la cartera de valores -intereses y dividendos- ha sido del 4,23 % (2,47 % en 1977), el rendimiento del descuento ha sido del 15,15 % (12,21 % en 1977) y el rendimiento de los créditos ha sido del 13,25 % (11,47 % en 1977). Esta última cifra es la que, de verdad, expresa el coste del crédito para los usuarios del mismo. Se trata, naturalmente, de una cifra media. Habrá bancos que habrán cobrado más y bancos que habrán cobrado menos. Y dentro de cada banco habrá clientes que han pagado más y clientes que han pagado menos. Todo ello es normal en un régimen de competencia, como resultado de las distintas combinaciones posibles entre beneficio y riesgo. Cada usuario de crédito hablará de su propio caso, y, por lo general, hablarán los afectados por desviaciones al alza. Pero la verdades que el coste medio del puro crédito bancario, que en 19 77fue del 11,47%, ha sido del 13,25 % en 1978.

En el cuadro número 2 se ofrece un resumen con el peso de cada clase de activos y sus respectivos rendimientos, así como el rendimiento medio del activo total de la banca, que ha pasado del 8,77% en 1977, al 10,36% en 1978.

La comisión de cobro de letras

Acabamos de ver que el coste de los descuentos es superior al coste del puro crédito. La razón es clara y sencilla. El rendimiento bancario está compuesto de intereses y comisiones. El concepto que origina el cargo de unos y otras es completamente distinto. En el descuento, el interés es la remuneración por el dinero anticipado hasta el vencimiento de la letra, y la comisión, por lo menos en parte, corresponde a la remuneración por la gestión de cobro de la misma. Es evidente que esta comisión, referida a un período inferior al trimestral, produce un porcentaje que, elevado a términos anuales, puede parece exorbitante, tanto más cuanto más corto sea el vencimiento de la letra y más todavía si el importe de la misma está por debajo de un determinado mínimo. El error parte de mezclar dos conceptos que hay que distinguir. El coste global del descuento no debe, sin alguna matización, considerarse como un puro coste financiero, ya que parte del mismo corresponde al descargo de las actuaciones que para obtener el reembolso de la letra tendría que efectuar el librador.

Para ejemplarizar esta idea puede hacerse el cálculo reducido a un solo efecto, tomando para ello (cuadro número 3) el nominal medio de las letras que se giran en España, que se sitúa alrededor de 40.000 pesetas, y el vencimiento medio de las mismas, que es, aproximadamente, de 65 días. Aplicando al descuento de este efecto-tipo los intereses y comisiones de tarifa, resulta un interés aparente del 15,98% anual. Pero, suponiendo que del importe percibido por el banco, 250 pesetas correspondan a la remuneración de la gestión de cobro, el tipo efectivo, correspondiente al puro otorgamiento de crédito, resulta ser del 12,34%, en plena congruencia con el, tipo medio del crédito resultante de los datos reales de 1978. Los empresarios juzgarán si es posible encontrar quién les realice la gestión de cobro de todas sus letras, sea el que sea el domicilio del librado, cobrando 250 pesetas por letra.

Otra de las cosas que se oyen con frecuencia, cuando se habla del coste del crédito bancario, es que éste se encarece por medio de la retención de una parte del crédito concedido. En la línea de la plena transparencia informativa adoptada en este artículo, no parecería correcto soslayar este tema, cuya explicación es también clara y sencilla.

Los saldos

compensatorios

Estos saldos compensatorios, que existen en la práctica bancaria de todos los países, tienen un doble origen. De una parte, se trata de cubrir el riesgo de devoluciones impagadas; en este sentido puede hablarse de retención de una parte del producto del descuento y la finalidad de la misma es la cobertura parcial del riesgo asumido por el banco. De otra parte, cuando un cliente no puede ofrecer operaciones de mera prestación de servicios, que permitan el adeudo de comisiones, el banco le invita a constituir depósitos de ahorro o a plazo con una parte del producto del crédito o del descuento. En este caso tiene plena validez hablar de saldos compensatorios; el cliente que no puede hacerlo de otra forma compensa al banco manteniendo saldos pasivos. Tan es así que aquellos clientes que ofrecen, en cuantía importante, operaciones de extranjero, giros y transferencias, avales, créditos documentarios, órdenes de bolsa, etcétera, saben que obtienen líneas de crédito y descuento, no sólo sin que se les exijan saldos compensatorios, sino, además, en condiciones preferentes de interés. Es una consecuencia normal de las reglas de juego y no un mero mecanismo para encarecer el crédito, que, en la mayoría de los casos, podría hacerse de otra forma, pero no proporcionaría al banco el aumento de pasivo que constituye el objetivo básico para la expansión del negocio.

Las causas del crédito

caro

Una vez clarificado el coste medio del crédito, que en 1978 resultó ser del 13,25% (11,47% en 1977), cabe pensar dos cosas. La primera, que entre 1977 y 1978 se ha encarecido en el 15%, y la segunda, que tanto al nivel de 1977 como al de 1978, la media es excesivamente cara. Aunque esta segunda afirmación es más que discutible al nivel español de inflación, ya que no hay ningún país del mundo con inflación alta en que el crédito sea barato, ambas cosas suscitan algunos comentarios. Empezando por la segunda hallaremos la explicación de la primera. En efecto; el principal componente del coste del crédito es el coste de los recursos que utilizan los bancos para concederlo. Como entre 1977 y 1978 los recursos se han encarecido, no tiene nada de raro que el crédito también se haya encarecido. Pero además del coste de los recursos, del que hablaremos luego más extensamente, hay otros importantes culpables del coste del crédito normal. Y estos culpables son las inversiones obligatorias a bajo rendimiento. Es decir, la colocación en la banca de fondos públicos para financiar el crédito oficial y la obligación de atender operaciones especiales a intereses preferentes significan una penalización para los usuarios comunes, que, de hecho, subvencionan a los sectores privilegiados pagando por sus créditos más de lo que pagarían si estos privilegios no existieran. En el cuadro número 4 se ve que, en 1978, el crédito normal podía haber sido casi dos puntos más barato si no hubiesen existido las inversiones obligatorias, que han representado casi el 30% del crédito libre. Es evidente que, en este terreno, la decisión para abaratar el crédito no corresponde a la banca, sino al Gobierno.

Pero la acción del Gobierno tendente a abaratar el crédito normal podría ir más lejos, no limitándose a la supresión o reducción de los coeficientes de inversión obligatoria. La reducción del coeficiente de caja, que significa un activo no rentable y actualmente es operativamente excesivo en 0,75 puntos, por lo menos, sería una medida en la línea de abaratar el crédito. Desgraciadamente, las cosas no van por ahí. En 1979, las exigencias de la política monetaria, si bien no han producido la elevación del coeficiente de caja, han creado un coeficiente de depósitos obligatorios en el Banco de España, remunerados al 8%, que, al lado del buscado drenaje de liquidez, no pueden dejar de presionar al alza el precio del crédito.

En el contexto de la lucha contra la inflación no es demasiado discutible el propósito de mantener la expansión de las disponibilidades líquidas dentro de un determinado techo. Pero lo es mucho que, para lograrlo, se recurra siempre al ajuste operando sobre el crédito al sector privado, ya que esta acción entraña, además de la propia reducción del crédito, un encarecimiento del mismo por obra y gracia, como acabamos de ver, de los instrumentos de drenaje.

El encarecimiento de

los recursos

La materia prima para conceder los créditos son los depósitos de los clientes. Si la materia prima se encarece, el producto acabado, que es el crédito, se encarecerá. Esto es lo que ha sucedido entre 1977 y 1978. El cuadro número 5 lo pone claramente de relieve. En este cuadro se presenta, como se ha hecho antes para el activo, un estado simplificado, para los años 1977 y 1978, de los recursos anuales medios de la totalidad de la banca privada, que, evidentemente, coinciden con los activos totales medios del cuadro número 1. También aparecen en el cuadro los costes financieros inherentes a todos estos pasivos y, como consecuencia, el tipo de coste resultante para cada uno de ellos. De la totalidad de los recursos, un 89,5 % aproximadamente son recursos onerosos; un 4%, más o menos, son recursos sin coste, y un 6,5% corresponde a los fondos propios, que, sí bien no comportan un coste contractual fijo, esperan ser remunerados precisamente con el beneficio que resulta de la actividad propia del negocio. Al ser, por tanto, su remuneración el rendimiento residual, la casilla del coste financiero correspondiente a capital y reservas aparece vacía. Más adelante volveremos a este aspecto. Entre los recursos con coste destacan por su importancia (67% del total) los recursos procedentes de clientes. Su coste ha pasado de 4,26 %en 1977 a 5,94% en 1978.

Aquí también hay que señalar que se trata de un coste medio compuesto de los costes específicos de las distintas clases de recursos. Desde las cuentas a la vista, que tienen limitada su remuneración al 1%, hasta las imposiciones a más de un año, que en 1978 han resultado en media al 10,53%, hay toda una gama de costes crecientes. Especialmente es de señalar el encarecimiento experimentado en las imposiciones a mayores plazos, incluidos certificados de depósito, que han pasado del 8,41% en 1977 al 10,53% en 1978, superando el coste de los bonos de caja, que en 1977 fue del 9,38% y en 1978 ha llegado al 10,37%.

Al lado de los recursos de clientes están los procedentes del Banco de España y resto del sistema crediticio, que también han experimentado un crecimiento, al pasar del 7,94% en 1977 al 8,91% en 1978.

La causa del encarecimiento de los recursos es obvia. Responde a la actitud de los ahorradores, que, cada vez más conscientes de la erosión del poder de compra debida a la inflación, buscan intereses que se alejen lo más posible de ser negativos en términos reales. Aunque de hecho la inflación en 1978 fue inferior a la habida en 1977, el efecto sobre el coste del dinero se produce con retraso porque, con la persistencia de la inflación y, sobre todo, ante la expectativa de que no quiebre en un plazo corto, cada día son más los que desean cubrirse de este riesgo. Con ello, la presión hacia los intereses altos se va haciendo más general. Aunque la banca, como es lógico, se resiste a remunerar excesivamente los depósitos, el drenaje de liquidez derivado de la política monetaria le induce a buscar recursos de clientes, pagando por ellos más de lo que desearía.

El margen de transformación

En los cuadros número 1 y 5 se ve que en 1978 el rendimiento global de los empleos ha sido del 10,36% (8,77 % en 1977) y que el coste de los recursos de terceros, referido al total de los recursos que, evidentemente, igualan a los empleos, ha sido del 5,93% (4,66% en 1977). De ello se deduce que el margen entre el coste de los recursos y los productos de la inversión ha sido del 4,43 puntos porcentuales (4,11 puntos en 1977). El observador profano puede sentirse tentado a pensar que este margen es demasiado grande y debido, como algunos intentar propalar, a una falta de eficiencia de la banca española o a su pretensión de obtener un excesivo beneficio. También aquí lo mejor es sustituir las palabras por los números. En el cuadro número 6, y con los datos facilitados por el Banco de España, se presenta la cuenta de resultados de la totalidad de la banca para los años 1977 y 1978, refiriendo a los activos medios totales de los respectivos ejercicios cada uno de los elementos de ingreso y gasto que constituyen la cascada hasta el beneficio neto. Las dos primeras líneas de este cuadro proceden de las líneas finales de los cuadros 1 y 5, con los que queda, de esta forma, enlazado.

De la observación del cuadro número 6 se deducen varias cosas. La primera de ellas es que, para un incremento de los activos totales medios del 16,7%, el beneficio neto, después de amortizaciones e impuestos, ha aumentado sólo un 7,7%. Esto hace que la rentabilidad neta de los activos totales en 1978 haya descendido, quedando situada en el 0,64% (0,69% en 1977). La causa de este descenso es el mayor aumento porcentual de todos los gastos operativos, que, en conjunto, han subido casi medio punto y no ha podido ser compensado por el aumento de 0,37 puntos logrado en el margen bruto. De esta forma, el beneficio antes de impuestos ha aumentado sólo un 1% en términos absolutos y ha disminuido en 0,13 puntos en términos porcentuales.

Entre los gastos operativos, el de mayor entidad es el relativo a los pagos al personal, que, por sí solos, absorben el 50% del margen, habiendo crecido un 26,3% entre ambos años. Este aumento es debido, en parte, al aumento de las retribuciones y gastos sociales, y, en parte, al incremento de las plantillas. Aunque no se dispone, en estos momentos, de estadísticas ciertas sobre este último extremo, puede estimarse, sin margen de error, que el incremento de los costes salariales por persona entre 1977 y 1978 ha sido del orden del 22%, y el incremento de plantillas, del 3,5%. En cualquier caso, los pagos al personal representan el 64% de los gastos operativos. Este gran peso da idea de la dificultad de reducir los costes de transformación de la banca.

El saneamiento de activos

Dentro también de los gastos operativos destaca el incremento experimentado en 1978 por la cantidad destinada a cancelar o proveer aquellas partidas del activo, sean títulos, sean créditos, que han perdido el valor contable o corren fuerte riesgo de ello. Esta amortización de fallidos, que constituye un gasto normal de todo negocio, tiene especial importancia en el negocio bancario y adquiere caracteres más relevantes en épocas de crisis económica. La situación que atraviesa la economía del país daña a las empresas que son deudoras de la banca, y, por tanto, es lógico que se produzcan impagos que, de acuerdo con las reglas de una sana administración y las normas del Banco de España, obligan a clasificar a los deudores en el epígrafe de fallidos, dudosos o de moroso cobro, destinando al saneamiento de esta partida cantidades suficientes para cubrir la pérdida experimentada o previsible . Esto explica que los gastos de saneamiento hayan casi doblado entre 1977 y 1978. Puede objetarse que el deseo de dotar estas cuentas fallidas o dudosas ha producido un encarecimiento del crédito y, en principio, puede ser cierto. Una de las causas de la elevación de los intereses de los créditos es el aumento del riesgo y la necesidad de cubrirlo con un mayor margen. Pero entendemos que esto es bueno no sólo para la banca, sino para todo el país. Pienso que no sería nada deseable que a una situación como la presente tuviéramos que añadir la preocupación por la sanidad de la banca, que, al perder su solidez, perdería la confianza de los depositantes y, en breve plazo, se hallaría sin medios de seguir atendiendo a la financiación de la economía.

Por otra parte, no será malo cuantificar el encarecimiento del crédito que pueda ser debido a la mayor dotación a saneamiento de activos. En el cuadro número 7 se ha calculado la diferencia que va entre la cantidad realmente destinada a este fin y la que hubiera resultado si en 1978 se hubiera aplicado el mismo tipo de 1977. Los 19.000 millones de diferencia referidos a la inversión media en créditos y descuentos no llega a Tedio punto. La pregunta a formularse es si una eventual rebaja de 0,43 puntos en el coste del crédito compensa el riesgo de tener una banca en malas condiciones de sanidad.

Los beneficios de la banca

Las anteriores consideraciones llevan necesariamente a hablar de los beneficios de la banca, puesto que alguien podría sugerir que este saneamiento cabe hacerlo a expensas del beneficio. De hecho, en 1978, el beneficio total, después de amortizaciones e impuestos, ha si do de 49.176 millones. La cifra, en sí, no puede considerarse ni grande ni pequeña, puesto que la calificación del tamaño sólo puede ser resultado de una comparación. Ya hemos visto que, comparado con el año 1977, este beneficio es superior en un 7,7% al obtenido en aquel año. Esta progresión, sin embargo, es debida a la disminución entre 1978 y 1977 del tipo impositivo, ya que el beneficio antes de impuestos sólo ha crecido un 1%. Comparado con los recursos totales administra dos, el beneficio representa un 0,64% de los mismos, con descenso respecto al 0,69% que representó en 1977.

Pero la única comparación válida para enjuiciar un beneficio es la comparación con los recursos propios, puesto que estos recursos se invierten en la empresa con la esperanza de obtener un beneficio. Aunque es bien sabido, no parece ocioso recordar que estos fondos -capital y reservas- son propios de los accionistas de los bancos, que son casi dos millones, con participaciones, en su inmensa mayoría, muy pequeñas. El beneficio de los bancos, como en cualquier empresa, es necesario para atraer al capital y retribuirlo con el dividendo y con las reservas. Pero en los bancos es además indispensable poder atraer el capital, ya que, por exigencia legal, los fondos propios deben alcanzar el 8% de los depósitos de clientes. Si la banca no hiciera beneficios no podría ampliar los capitales y, por tanto, no podría expansionar los depósitos y, en definitiva, los créditos. Es decir, no podría cumplir su misión.

Pues bien, entre 1977 y 1978 los fondos propios medios de la banca (cuadro número 6) han crecido en un 11,3%, quedando retrasados respecto al crecimiento de los recursos totales, que ha sido del 16,7%. A pesar de ello, como el beneficio neto ha aumentado sólo un 7,7%, la rentabilidad de-losfondos propios ha descendido, pasando del 10,22% en 1977 al 9,89% en 1978. Conviene también aquí recordar que se trata de una rentabilidad media del sector y que hay bancos que superan esta rentabilidad como hay otros que no la alcanzan. Ateniéndose a la media, la rentabilidad lograda en 1978 permite pagar el dividendo máximo legal del 6% sobre capital y reservas -lo cual puede significar una rentabilidad efectiva en dinero del orden del 4%- y llevar a reservas una cantidad aproximadamente igual a la mitad de la repartida. Con la reiterada salvedad de que se trata de una media, puede concluirse que la rentabilidad media de la banca en 1978 permitiría un crecimiento vía auto financiación de poco menos del 4%. Toda mayor expansión debería ser hecha apelando a nuevos capitales.

La comparación internacional

Hasta ahora hemos hablado sólo de la banca española. Pero no es raro oír que esta banca es la más ineficiente del mundo y la que más gana. Urge, pues, hacer una comparación que descanse en bases fiables. Para ello, pienso que lo mejor será hacer la comparación con la banca de Estados Unidos, precisamente porque se trata de la comparación más dura, ya que, como es bien sabido, aquella banca pasa por ser la más eficiente del mundo y aquel país es donde se dan las condiciones más cercanas a la competencia perfecta. Dejo sentado que la comparación con bancos alemanes, ingleses, franceses e italianos, por ejemplo, dejaría mucho mejor parada a la banca española, ya que en la mayoría de estos países los costes de transformación, y en particular los de personal, son superiores (caso francés e italiano), iguales o poco inferiores (caso alemán) a los nuestros.

Por otra parte, la información que obligatoriamente suministran los bancos americanos es la más amplia, clara y concreta que existe. A partir de las memorias de 1978 de un grupo de bancos americanos que, en conjunto, representan un volumen de activos igual a 2,7 veces el total de la banca española, hemos elaborado una cascada de resultados totalmente homogénea con la que, gracias al Banco de España, se presenta para la banca de nuestro país.

El resultado de este trabajo aparece en el cuadro número 8, en el que se han mantenido las cantidades absolutas en las respectivas monedas, ya que lo que interesa es la comparación de los porcentajes de cada uno de los saltos de la cascada en relación con los activos medios totales.

Analizando ambas cascadas de arriba hacia abajo, resulta necesario, en primer lugar, desagregar los productos de empleos y los costes financieros para, teniendo en cuenta la distinta estructura de los activos y pasivos en los dos países, poder comparar mejor los tipos cobrados y pagados. A tal fin, se ha elaborado el cuadro número 9, en el que se comparan pesos y tipos de los activos rentables y los pasivos remunerados.

Este cuadro número 9 proporciona también alguna lección. En cuanto al activo, habida cuenta del distinto nivel de inflación en los dos países, parece lógico que los intereses percibidos sobre los activos rentables sea mayor en España que en Estados Unidos. El hecho de que esta diferencia se haga todavía mayor a nivel de activos totales responde exclusivamente al mayor grado de inversión rentable practicada en nuestro país. En cuanto a los intereses pasivos, a primera vista parece que la lógica se quiebra, ya que el tipo de interés pagado en Estados Unidos a los depositantes es, en media, superior al pagado en España. No hay que olvidar, sin embargo, que este más favorable trato al ahorro de reposo pueden hacerlo los bancos americanos a expensas de los depósitos en cuentas corrientes a la vista, que representan en 1978 el 16,90% del pasivo de la muestra elegida, y no perciben ningún -interés. Si -para establecer una mejor comparación con la banca española, que remunera, aunque sea poco, las cuentas corrientes- estas cuentas de clientes no retribuidas se mezclaran con las demás, resultaría un tipo medio del 5,88%, que, desde luego, es inferior al tipo medio pagado por la banca española a los recursos onerosos de terceros. Aparte de esta corrección, que afecta a los depósitos, los otros pasivos no remunerados en la banca americana son superiores a los de la banca española-7,31% contra 4,36%- .Todas estas diferencias, incluida la derivada de la distinta proporción de recursos propios que se ve en el cuadro, hacen que el tipo medio de los recursos totales en España sean sólo 0,71 puntos mayor que en Estados Unidos. Si esta diferencia se compara con la diferencia en los tipos de rendimiento ,de los activos, que es de 2,40 puntos, resulta una diferencia en el margen financiero de 1,69 puntos. Esta diferencia es la que, aparentemente, podría servir para reclamar una reducción de los intereses de crédito. Pero sigamos el análisis comparativo de las cascadas de explotación.

A partir de la diferencia de 1,69 puntos en el margen financiero, la diferencia de 0,23, a favor de los bancos americanos, en los productos derivados de la prestación de servicios, reduce esta diferencia a 1,46 puntos en el margen bruto. La mayor productividad de los bancos americanos en la prestación de servicios merece ser señalada, puesto que va en la línea de lo que la banca española debería imponerse. Es decir, la reasignación de costes para que los usuarios del crédito no tengan que pagar los derivados de los servicios. De hecho, en el margen bruto americano los productos de servicios representan más del 21 %, mientras que en nuestro país alcanzan sólo el 10%.

Pasando a los costes operativos, la banca americana los tiene 1,49 puntos más baratos que la española. Esta diferencia corresponde prácticamente toda -1,32 puntos porcentuales- a gastos de personal que, en términos relativos, son en España más del doble de los americanos. En el resto de gastos las diferencias son mínimas. Son, por .tanto, sin lugar a ninguna duda, los gastos de personal los que originan la necesidad de que la banca española tome un margen superior al de la banca americana. De hecho, aún con este mayor margen bruto, una vez absorbidos los costes operativos, como se ve en el cuadro número 8, el beneficio bruto de la banca española en 1978 ha sido igual al 1,13 % de los activos medios totales, frente al 1,16% logrado por la banca americana.

La distinta presión fiscal existente en ambos países hace que en 1978 el beneficio neto, después de impuestos, haya resultado en términos porcentuales superior en España -0,81 puntos frente a 0,56- Sin embargo, una vez añadidas las operaciones de valores, que comprenden el saneamiento de las carteras, la diferencia queda reducida a la que va de 0,64 para la banca española a 0,54 para la muestra americana.

El impacto negativo en España de las operaciones de valores en 1978 -como también sucedió en 1977- hay que verlo conjuntamente con los cargos por saneamiento de activos comprendidos en los gastos operativos. Aunque no es demasiado grande la diferencia entre los 0,26 puntos porcentuales destinados por la banca americana a la cobertura y provisión de fallidos y los 0,37 puntos destinados por la banca española a este mismo necesario fin, puede pensarse que sí lo es la relativa al saneamiento de carteras. Lo cierto es que, tanto una cosa como la otra, necesarias ambas para una buena gestión, no dependen de la voluntad de los bancos, sino de la coyuntura de sus respectivos entornos. Que el comportamiento de la bolsa española en 1978 fue lamentable no es ningún secreto para nadie, y este mismo conocimiento general del tema debería bastar para explicar y justificar el cargo de los 0,17 puntos porcentuales, después de impuestos, que aparece al final de la cascada. Como es también bien conocido que el desastre de las operaciones inmobiliarias que tuvo lugar en Estados Unidos en los años 1975 y 1976 obligó a los bancos a destinar a la provisión de fallidos cantidades que, en medía, fueron bastante más del doble de las cargadas en 1974 y que resultan todavía superiores en un 35% a las que hoy, superada aquella situación, ha sido necesario cargar en las cuentas de 1978. Nadie, pues, puede extrañarse de que en España, en 1978, los bancos, para atender a la sanidad de su balance, además de sanear sus carteras por exigencias del comportamiento de la bolsa, hayan tenido que destinar 0,10 puntos porcentuales más que los americanos a la provisión de deudores dudosos, superando en casi un 90% la cantidad destinada en 1977.

Pero para llegar al final de una comparación correcta de la banca española con la banca americana es necesario descender hasta la rentabilidad sobre los fondos propios. En el mismo cuadro número 8 puede verse que en 1978 los recursos propios medios de la muestra de bancos americanos son iguales al 3,70% de los recursos totales, mientras que en España esta relación -llega al 6,48%. Como consecuencia de esta distinta proporción, en 1978, la banca española, con una rentabilidad sobre recursos totales del 0,64%, ha obtenido una rentabilidad sobre recursos propios del 9,89%. Mientras qué la banca americana, con una rentabilidad sobre recursos totales del 0,54%, ha logrado una rentabilidad sobre recursos propios del 14,68%.

La conclusión, en mi opinión, es que pueden desearse toda clase de mejoras en lo relativo a los tipos de interés activos y pasivos practicados por la banca española, en la reasignación de costes a los usuarios de cada servicio, en la racionalización y automatización de las operaciones, etcétera, pero lo que no se puede, en forma inteligente, es propugnar la rebaja del nivel de rentabilidad de la banca española, que está, en media, casi cinco puntos por debajo de la rentabilidad de la banca americana. Cierto que los bancos franceses e italianos -que, en la mayor parte del volumen del sector, están nacionalizados- ganan menos que los españoles. Pero, ni desde el punto de la seguridad de la economía, ni desde el de la eficiente distribución social de las cargas, parece envidiable e imitable la situación de los sistemas financieros de estos dos países. Entiendo que es mucho más constructivo para el futuro de nuestra economía y para la defensa de los verdaderos intereses de los clientes de la banca, dirigir la vista hacia el país donde se logran los mayores grados de libertad y competencia.

Todo lo que antecede, y en modo especial los cuadros números 1, 5 y 6, permiten investigar la verdadera senda para llegar al abaratamiento deseado del crédito bancario.

Está en primer lugar la rentabilización de la inversión obligatoria. Es evidente que no puede pensarse en suprimir de golpe la obligación de invertir en fondos públicos y determinadas líneas privilegiadas. Pero lo que sí puede hacerse es aumentar el rendimiento de estas inversiones. A fin de decidir el cuánto y el cómo de esta rentabilización, basta ver que por cada punto de mejora en el rendimiento de la inversión obligatoria, todo lo demás permaneciendo igual, podría rebajarse en 0,28 puntos el tipo de los créditos y descuentos libres. Si, teniendo en cuenta la situación de los sectores privilegiados, toda la acción para aumentar el rendimiento de la inversión obligatoria debiese descansar en los fondos públicos, conviene saber que por cada punto de aumento en el interés de las cédulas para inversiones, todo lo demás igual, podría rebajarse en 0,14 puntos el tipo de los créditos y descuentos libres.

Sigue la reasignación de costes. No es fácil hacer aceptar a los usuarios, mal acostumbrados por las prácticas actuales, que deben pagar a su costo los servicios que se les prestan. Pero no hay más remedio que intentarlo y perseverar en el intento, ya que es de justicia para los utilizadores del crédito. Hay determinadas operaciones, por ejemplo el abono y cargo de recibos periódicos, en las que los beneficiarios son tanto las entidades emisoras de los recibos que abonan los gastos de cobro como los pagadores de los mismos, que se evitan todas las molestias de cualquier fórmula alternativa. Unos y otros deben entender que es razonable que la banca les cargue algo por todo ello. La lista de los servicios. que actualmente la banca española presta, en forma gratuita o por debajo de su coste, es bastante larga y proporciona campo suficiente para intentar mejorar por esta vía el coste del crédito. Antes hemos visto que los productos derivados de la prestación de servicios en las cuentas de 1978 de la banca española han representado algo más del 10% del margen bruto. Suponiendo que se tomaran las decisiones para elevar este porcentaje hasta el 20% -caso de los Estados Unidos-, cada aumento de un 1% en la participación de los beneficios en el margen permitiría, todo lo demás permaneciendo igual, rebajar el crédito normal en 0,09 puntos porcentuales.

Vienen después los costes operativos y, dentro de ellos, los verdaderamente significativos, que son los de personal. Es evidente que cualquier mejora de la productividad puede traducirse en un abaratamiento del crédito. Dejando para otra clase de estudios los campos en que esta mejora puede producirse, desde el punto de vista meramente financiero, una forma de medir la productividad sería poner en relación los activos total-mes manejados en cada ejercicio con el coste de personal durante el mismo. Esta relación, en 1978, es de 40,3 millones de recursos por millón de coste de personal, contra 43,7 millones en 1977. Con independencia de las causas y de su imputabilidad, el hecho es que entre 1977 y 1978 la productividad ha bajado, Siguiendo el mismo criterio utilizado para ver el efecto en el coste del crédito de las variaciones en otras causas, podemos decir que cada 1% de aumento en la cifra de activos totales medios actualmente administrados por millón de coste en personal permitiría rebajar en 0,04 puntos el coste de los créditos libres, si todo lo demás permaneciese igual.

Finalmente, por cada punto de rebaja en el tipo medio de interés pagado a clientes podría rebajarse en 1,18 puntos porcentales el coste de los créditos y descuentos normales. Como se ve, y es lógico, la causa cuya variación produce mayor impacto en el coste del crédito es el coste de remuneración del pasivo.

En el cuadro número diez figura un resumen de las consideraciones hechas. Su contemplación puede ayudar a decidir cuáles deberían ser los caminos a emprender y el peso a dar a cada uno de ellos para propugnar, en forma realista, una rebaja del coste del crédito. Resulta evidente que las acciones relacionadas con el cobro de los servicios y la mejora de la productividad no pueden producir resultados importantes ni, sobre todo, rápidos. Tampoco parece actualmente viable una rápida rentabilización de las operaciones especiales. No quedan, pues, más que dos acciones que, si pudieran tomarse, deberían producir sus efectos en un plazo corto. Estas acciones son la elevación del interés de los fondos públicos obligatoriamente adquiridos por la banca y la disminución de la remuneración media del pasivo de clientes.

En cuanto a lo primero, del cuadro 10 se deduce que si el tipo de interés de toda la cartera de fondos públicos de la banca, que ahora está cerca al 5% en media, se elevara al 12%, que es el tipo de la última emisión de deuda, podría rebajarse el interés de los créditos libres en 0,98 puntos porcentuales. Si la elevación se hiciera hasta el 8%, que es el tipo de redescuento del Banco de España, la reducción en el coste del crédito podría ser de 0,42 puntos.

Por lo que se refiere a las acciones encaminadas a reducir el coste del pasivo, su efecto multiplicador sobre la reducción del coste del crédito es patente. Sin embargo, también es verosímil suponer la resistencia de los depositantes a una rebaja de interés que, ante el mantenimiento a nivel alto de las expectativas inflacionistas, pueden estimar prematura. No cabe duda, por otro lado, que el ejemplo dado por el Estado al emitir deuda a cinco años al 12% de interés no va a ayudar a lograr esta rebaja, por lo menos para las imposiciones a plazo.

Como se ve, los males que causa la inflación son difíciles de curar, porque se resisten a los tratamientos. De aquí la importancia fundamental de acabar cuanto antes, por lo menos, con el diferencial de inflación que todavía separa a España de la media de Occidente.

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