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Reportaje:

Luigi Dadaglio, nuncio del Vaticano, expone sus cuadros

Juan Cruz

El pintor Luigi Dadaglio, nuncio del Vaticano en España, se siente, como artista, «un poco esclavo del dibujo», y, como diplomático, «algo prisionero en el mundo de la vida oficial».

Monseñor Dadaglio, 65 años, es un piamontés de la llanura lombarda. Comenzó a pintar hace siete años, por incitación de un viejo artista mallorquín, José Lapayese, que le aseguró que el ejercicio de la plástica era capaz de proporcionar una gran «higiene mental». Luigi Dadaglio, qtíe se considera «un sirríple aficionado, un imitador, un aprendiz», tomó en consideración el consejo y comenzó a dar color a lo que antes eran dibujos a lápiz. Los 42 cuadros -retratos, copias, bodegones, ensayos- que expone en la galería de arte del edificio Beatriz (Ortega y Gasset, 29, Madrid) son prácticamente todos los que ha hecho desde aquelfa fecha. Uno de ellos fue pintado «mientras Franco agoniza». Otro, cuando «los españoles lloran la muerte de Franco».Dalu, el acróstico de su nombre, con el que monseñor Dadagilo Cirma su obra, revela su voluntad de separar radicalmente actividades. Al principio, tuvo la idea de usar su verdadera firma, pero resistió la tentación y, se refugió en ese seudónimo.

La gente ha sido benévola con su pintura, dice Luigi, Dadaglio aspirando levemente el humo de sus frecuentes cigarrillos. «Me han ocultado con cuidado que hago cosas malas, peores, mediocres, aunque a veces también me salga algo medianamente bueno. »

Sus obras no están en venta. Regresarán al palacete de la Nunciatura, en la avenida Pío XII, una estancia tranquila por la que monseñor Dadaglio deambula señalando sus recuerdos, sus breves esculturas, su escudo -Sola virtus manet, Sólo la virtud permanece-, un cuadro en el que él trata de pintar a su madre «y que tengo que destruir, porque no me ha salido la expresión que yo quería». La dificultad en el retrato de la madre se basa en que Luigi, el menor de cuatro hermanos, no la conoció y tiene que recoger su rostro latino, sonriente y preocupada en el día de su boda, de una vieja fotografía de sus padres.

Luigi Dadaglio no hizo caso inmediatamente a José Lapayese cuando éste le dijo: «Pinte, monseñor, en beneficio de la higiene mental. El día de Navidad de 1971 comenzó a dibujar con la intención de utilizar luego los colores, que finalmente aparecieron dos o tres meses después, con el asesoramiento de un pintor venezolano. Sus costumbres plásticas cambiaron radicalmente: el dibujo se puede acometer con cualquier luz, aunque ésta cambie a lo largo del día. «Pero para pintar necesitaba una luz permanente, igual, así que tuve que buscarme aquí, en la Nunciatura, un cuarto donde eso fuera posible.» En el cuarto cuenta, con el entusiasmo del aficionado fervoroso, las dificultades técnicas con las que se halla y, sobre todo, muestra su inquietud por las exigencias que le plantea el retrato de la madre.

Monseñor Dadaglio pinta porque, en efecto, el arte le ayuda a relajarse. «Usted sabe que uno pasa por momentos tensos muchas veces. Uno se puede dirigir a Dios para aliviarlos. Pero también hay otros medios, humanos, materiales, cotidianos, que le ayudan a uno a concentrarse y a darse cuenta de que tiene encerrados talentos que a veces no descubre.» Pintando, Luigi Dadagllo puede contemplar el paso del tiempo como si en realidad no hubiera horas. Hablando de pintura, parsimoniosamente, con su cajetilla de LM en la mano, mirando con unos penetrantes ojos azules, parece disfrutar de la misma inconsciencia con respecto al avance de las agujas del reloj. Desde lo alto de la escalera de su despacho nos despide, finalmente, hablando de astronomía.

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