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Juan Pablo Il exaltó la dignidad del trabajador

Juan Arias

El papa Juan Pablo II dijo ayer que «Cristo jamás aceptará que el hombre sea considerado únicamente como instrumento de producción». Seguidamente añadió que «de esto deben acordarse tanto el trabajador como el patrón, el sistema del trabajo y el de la retribución. Lo deben recordar el Estado, la nación y la Iglesia».

El Papa hizo estas declaraciones en Nowa Huta, el barrio más moderno de Cracovia, populoso, de 200.000 habitantes, creado como un modelo de la nueva cultura socialista. Los planos de construcción no preveían la iglesia, pero acabó por construirse después de impresionantes campañas organizadas por los católicos y la iglesia polaca.Hoy, Juan Pablo II lanzará, desde Cracovia, antes de despedirse de su tierra natal, un mensaje al mundo. Lo hará desde la gran explanada, con una ceremonia que clausurará solemnemente un triunfo indiscutible, mayor de lo que se, podía esperar. Desde el viernes por la noche había empezado a llegar gente de toda Polonia y, de diversas naciones para asistir a esta despedida. El sitio (unas grandes praderas), que se le ha concedido para este acto final puede alojar hasta tres millones de personas. Los prados los ha dejado gratis el Gobierno y la Iglesia ha pagado el altar monumental, que ha costado cuatro millones de pesetas.

La única preocupación es que el Papa no pueda asistir al acto porque está enfermo. Ayer tenía 38 de fiebre, lo confirmó a EL PAIS un sacerdote amigo de Wojtyla.

La noticia del mensaje al mundo la lanzó él mismo, ayer desde el monasterio cisterciense de Mogila, donde celebró una misa que él hubiese deseado celebrar a nueve kilómetros, en la iglesia nueva construida en el famoso barrio industrial de Nowa Huta, donde está el mayor complejo de altos hornos de Polonia. El Gobierno se lo prohibió. Mientras el Papa pronunciaba el discurso más importante de su viaje, detrás de él, las chimeneas de los altos hornos lanzaban al aire, y sobre las 200.000 personas presentes a la misa, sus chorros de humo negro.

Juan Pablo II, vestido de blanco con estola roja, de pie, con expresión solemne, dijo: «El cristianismo y la Iglesia no tienen miedo al mundo del trabajo. El Papa no ha tenido nunca miedo a los hombres del trabajo. Ha salido de su ambiente. Ha salido de las canteras de piedra, de las calderas de Solvaz, en Borek Faecki, después de Nowa Huta. A través de estos ambientes, a través de las experiencias personales de trabajo -me permito afirmarlo-, el Papa ha aprendido nuevamente el Evangelio. Se ha dado cuenta y se ha convencido de cuan profundamente está grabada en el Evangelio la problemática contemporánea del mundo del trabajo humano. De cómo es imposible resolverla a fondo sin el Evangelio.»

El papa de los obreros

En este momento rompieron los aplausos y la masa de gente gritaba y cantaba: «Viva el Papa de los obreros». A continuación, el Papa pronunció unas palabras que han sido consideradas como el gesto más revolucionario de este viaje. Naturalmente, no estaban en el texto oficial. El papa Wojtyla dijo improvisándolo: «Que nadie se maraville que yo diga estas cosas en Polonia porque cosas semejantes y con palabras más duras las dije también en México, porque la Iglesia, por el bien del hombre desea llegar a una comprensión común a todo sistema de trabajo.Pide sólo a los diversos sistemas de trabajo que consientan que la Iglesia hable al hombre de Cristo y de amarlo con la misma medida de la dignidad del hombre, de la dignidad del trabajo traída por Cristo.»

Juan Pablo II añadió, riendo una frase que los observadores consideraron unánimemente muy significativa. Dijo: «Siento que las delegaciones extranjeras no entiendan mi lengua . Lo siento, sobre todo, por los cardenales presentes, porque si entendieran lo que he dicho se darían cuenta de qué tipo de Papa han elegido.»

Después, añadió: «Me hubiese gustado que estas cosas las hubiesen podido escuchar los trabajadores de los altos hornos. »

Según el Papa, que tuvo que tomarse dos pastillas para poder leer su discurso, sacándoselas del bolsillo de una cajita roja y tomándoselas sin agua, delante de todos, «la problemática contemporánea del trabajo humano no se reduce ni a la técnica ni mucho menos a la economía, sino a una categoría fundamental, la categoría de la dignidad del trabajo, o sea, de la dignidad del hombre. La economía, la técnica y tantas otras especialidades y disciplinas basan su razón de ser -que me perdonen los especialistas- en aquella única categoría esencial. Si no se inspiran en ella y se forman fuera de la dignidad del trabajo humano, son falaces, nocivas y van contra el hombre».

Fue también muy aplaudido cuando afirmó, mientras tosía por la fiebre: «Recordaros esta última cosa: Cristo no aceptará jamás que el hombre sea considerado -o que se considere a sí mismo- únicamente como instrumento de producción, que sea apreciado, estimado y valorado según este principio. Cristo no lo aceptará jamás. Por esto se dejó clavar en la cruz.»

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