La segunda clandestinidad
Ya habría querido el franquismo tener un Naranjito. Bueno, pues ya lo tiene. Lo peor de ese espantajo, con no tener nada bueno, es lo que indica. Y lo que indica es por dónde va a ir el Mundial. Hay que temer que la gente de izquierda de toda la vida tengamos que ir al Mundial con la bufanda hasta los ojos.Con la democracia, poco a poco iba cuajando la esperanza de que la gente de izquierda de toda la vida pudiese demostrar, por fin, que somos los que de verdad entendemos de fútbol. Durante cuarenta años hemos estado yendo al campo de tapadillo, porque la izquierda es implacable respecto a esa afición. Por otra parte, la derecha, de haberse enterado, nos habría manipulado. La situación resultaba francamente incómoda, como resultaba todo lo que francamente sucedía en aquellos años. Y no digamos cuando el vergonzante espectador izquierdoso guardaba en su corazón los colores del Real o del Real Club Deportivo Español.
La gente de derechas nunca ha entendido de fútbol, y la prueba más evidente es el estado calamitoso en que han puesto al fútbol. Lo que siempre les ha interesado han sido los goles, la suntuosidad de los estadios y suprimir al medio centro. De haber podido, se habrían volcado a promocionar los toros, pero se dedicaron al fútbol por las mismas razones de oportunismo que les hizo enemigos del teatro, de la ópera o de los libros. Y así, ahora que ya tenemos libertad, resulta frecuente que hasta se fallen los penalties.
Algunos de los que presenciamos en el campo el gol de Marcelino últimamente habíamos creído llegada la hora de opinar sobre la jugada que dio origen al gol más imperial que vieron los siglos. Sin embargo, es muy difícil salir de la clandestinidad, de aquellas vergonzantes tardes de domingo emboscados en las gradas, de aquellas subrepticias lecturas de Marca como si de octavillas se tratase, de poner cara de ignorancia cuando podríamos haber recitado de memoria la alineación del Oviedo. Es probable que, aun investidos de todos los derechos civiles, sigamos una larga temporada en la clandestinidad, porque con un monopolio no se acaba fácilmente.
Esa mandarina, que es como siempre se ha llamado a las naranjas en diminutivo, viene a derribar nuestras esperanzas. Ya sabemos lo que nos espera: el ostracismo, el disimulo, la imposibilidad de convencer a la izquierda que el fútbol no es por naturaleza un invento reaccionario, la imposibilidad de demostrar a los de derechas que incluso en la pantalla del No-Do se veía más campo, y más jugada, que en la pantallita esa, que repite como regüeldos infinitos el gol churro.
Si por el emblema los conoceréis, vamos a padecer un Mundial raquítico, macarra, de apelotonamiento en la zona central, pequeñitos y dicharacheros como El Naranjito, cutres. Ya hemos puesto la primera piedra para hacer el ridículo. Y lo vamos a hacer, porque en el Mundial (la advertencia a esos señores que lo rigen todo es gratis) resulta que no jugamos solos, que vienen otros equipos. Eso sí, los resultados económicos rebasarán todas las previsiones.
Ya se sabe que la clandestinidad produce rumores. Pero he oído de quien lo sabe de buena tinta que la siguiente medida, después del adefesio cítrico, será habilitar el palacio de cristal de la Feria del Campo, donde en estos días se están cargando la Feria del Libro, para jugar en él la final del Mundial, ya que para entonces la Feria del Libro se la habrán llevado a la Monumental de Las Ventas. También se asegura que El Naranjilo va a ser el próximo ministro de Cultura. Lo que no preocupa es buscar al sustituto de Iríbar.
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