_
_
_
_
Reportaje:

Bosé se salvó "por los pelos" de las "fans" y de los "fachas"

Los gritos histéricos estallaron nada más aparecer, flanqueado por cuatro ninfas etéreas, como un ángel recién llegado del paraíso, vestido de colores amarillo y fresa y con su pelo desflecado. Parecía más pálido y menos sexy que en los posters que se exhibían por Unicentro, pero mucho más fascinante al natural para los centenares de muchachas que esperaban más de una hora sólo para verlo. Para ver a Miguel Bosé, el único cantante español que puede competir en fans con los ídolos extranjeros. Más de 5.000 admiradoras fanáticas tiene sólo en Madrid, en su club de fans, capaces de cualquier cosa por él.

«¡Claro que Miguel me gusta más que Leif Garret. Es mucho más guapo!», exclamaba con total convencimiento una colegiala de uniforme gris. «He venido desde Fuenlabrada, aunque no pueda más que verlo de lejos porque no he traído dinero para comprar un disco.»Crías desgalichadas en la plenitud de la ingrata adolescencia, quinceañeras sofisticadas como pequeños modelos de revista, hasta niñas de siete o diez años que se solidarizaban con el entusiasmo de sus hermanas mayores. Todas gritaron como una sola mujer -¡ya quisieran las feministas tales pulmones!- hasta que Miguel atravesó la aglomeración de chicas apelotonadas en torno a la tribuna-ring y llegó a la mesa donde iba a firmar.

En ese momento un huevo lanzado como proyectil se estrelló contra el panel del fondo y salpicó a Miguel y a sus acompañantes que le abrían paso. La sorpresa congeló los gritos. Hubo un instante de silencio. Pero rápidamente reaccionaron «¡Hijos de puta!», aullaban las chicas contra el grupo de gamberros que huía hacia la salida y le decían a su héroe, apenas vulnerado «Miguel, límpiate el pelo», porque una gota de huevo temblaba en su flequillo.

Miguel se lo tomó con calma: «Me encanta entrar en contacto con la gente, pero a veces ocurren incidentes desagradables, como esto», comentó. Y sin más, empezó a firmar discos. Las privilegiadas que habían podido comprarlo esperaban impacientes que les llegara el turno, que Miguel en carne y hueso les firmara de puño y letra, Para Mari... un beso, y se lo diera en la mejilla. Una de ellas no resistió un arrebato de pasión. Se lanzó sobre él y le dio un beso en la boca que despertó rumores de envidia y desaprobación: «Los ídolos son sagrados: se miran, pero no se tocan.»

Mientras las muchachas desfilaban dentro de un orden, un grupo de jóvenes peinados con brillantina y vestidos en plan figurín, con banderitas españolas en la solapa, pululaban por allí: «Este Bosé es un rojazo y no tiene derecho a invadir nuestra zona», comentaban.

«Yo estoy mucho más bueno que él, y no me traigo a las tías de cabeza», decía iracundo un bello facha a la moda de los cincuenta. «No sabe cantar, copia las canciones y, además, es homosexual.» «No, no es homosexual», replicó otro del grupo, «que mantiene nada menos que a ocho tías.»

A pesar del mar de fondo, el acto de las firmas transcurrió sin más incidentes. La operación escapada se llevó a cabo con brillantez. Ya cerca de las ocho, hora señalada como final, Miguel se levantó de un salto y salió corriendo hasta un coche que le esperaba con el motor caliente. Las fans que le seguían rodearon el coche, pero éste, saltándose un semáforo en rojo, se fue a toda velocidad.

Sin embargo, las fans pudieron satisfacer su fetichismo: arrancaron los carteles de Bosé, besaron la mesa y la silla donde se había sentado y una consiguió un espléndido trofeo: el vaso en el que Miguel había bebido una coca-cola, con la señal aún caliente de sus labios.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_