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El cardenal Tarancón y su consejo episcopal condenan los últimos actos terroristas

El cardenal-arzobispo de Madrid-Alcalá, Vicente Enrique y Tarancón, y su consejo episcopal hicieron ayer pública una nota en la que condenan los últimos atentados terroristas, ponen en guardia contra las tentaciones del odio y piden que «extirpemos de nosotros la violencia y sus causas». El texto de la nota es el siguiente:«En nuestra reunión semanal del consejo, hoy lunes, hemos examinado detenidamente la situación pastoral, especialmente en lo que se relaciona con la violencia que se va manifestando en estos últimos tiempos y que ha adquirido especial gravedad en los atentados terroristas de estos días.

Tanto el señor cardenal como todos los miembros de este consejo manifestamos, desde lo más hondo de nuestro espíritu, nuestra condolencia a todos los familiares de las víctimas tanto civiles como militares, a la gran familia militar ya toda la comunidad diocesana de Madrid, que debe sentirse gravemente herida por estos brutales estallidos de violencia, destinados a perturbar la paz de los espíritus y deshacer entre nosotros el más elemental nivel de convivencia ciudadana.

Resulta absolutamente inadmisible que seres humanos dispongan de la vida de sus hermanos para sembrar el terror, o manipulen su sangre con pretendidos fines políticos. Conscientes de nuestra responsabilidad, como testigos del Evangelio, tenemos que decir también que la desesperación, en juicio emocional, y el enfrentamiento de los ciudadanos, así como la pasividad y la ambigüedad de quienes están llamados a implantar y favorecer las medidas de paz, no son actitudes cristianas ni pueden ayudarnos a lograr la ansiada unidad.

El mejor homenaje a los muertos y el fruto de nuestro dolor es, sin duda, la conversión que cada uno de nosotros está obligado a procurar, cuando en ocasiones como esta sentimos que nos acecha la tentación del odio. Extirpemos de nosotros la violencia y sus causas. Apliquemos el rigor a nosotros mismos. Pero la conciencia de nuestras propias faltas no debe impedir la necesidad de actuaciones de firmeza, que no está reñida con el amor evangélico.

Todos podemos hacer algo para que se cumpla la justicia de la ley, colaborando con los encargados de establecer el orden ciudadano y con los mismos tribunales de justicia. El amor de Cristo que le encomendó a su Iglesia nos convierte, como cristianos, en testigos de paz y de convivencia en medio de mundos revueltos de odio y de injusticia.

Pedirnos, en fin, a todos los creyentes que se unan con nosotros a la oración por el sufragio de las víctimas, por el consuelo cristiano de sus familiares y para que logremos la paz fraternal entre nosotros.»

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