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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La tendencia conservardora mundial

LA ELECCION del conservador Clark como primer ministro del Canadá y la del democristiano -del ala derecha de su partido- Carstens para la presidencia de la República Federal de Alemania acrecientan la sensación de giro a la derecha en la política del mundo occidental, después de la ascensión de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y antes de unas elecciones en Italia que todos los pronósticos científicos o intuitivos conceden ya a la Democracia Cristiana, hasta el punto de que el sector más triunfalista de ese partido piensa y anuncia que no será necesario un pacto con los otros partidos para poder gobernar.Unidos estos datos a los de la inclinación cada vez más notoria hacia el conservadurismo en los Gobiernos de Portugal, Francia y España, parecen indicar que se trata de un conjunto, y no sólo de unas coincidencias o casualidades de la dirección política actual. No se puede dejar de tener en cuenta las peculiaridades, las circunstancias o la coyuntura de cada país; no es, naturalmente, homologable una elección legislativa con voto popular como la celebrada en Canadá, en la que actúan factores como las diferencias entre anglófonos y francófonos o las alianzas de los partidos intermedios, con la de compromisarios de las dos cámaras reunidas en Alemania Federal. Pero el hecho de que con una continuidad ya larga la mayor parte de los países del grupo occidental tiendan a la solución de sus problemas votando a la derecha es tan significativo que puede considerarse como una tendencia. A partir del hecho de que todos están envueltos en un mismo sistema, con una influencia fuerte de Estados Unidos, y de que todos están también dentro de una crisis económica mundial -de finanzas, por una parte; de escasez de materias primas, por otra- que afecta a las relaciones sociales.

La composición de clases de los países de este bloque, ha ido generalmente en el sentido de fortalecimiento de una burguesía media y, por consiguiente, en el de reducción del antiguo proletariado, que prácticamente ha perdido hasta el nombre: es una palabra caída en desuso. En gran parte se debe a una sustitución de la política y la economía imperial del siglo pasado y principios de éste: la colonización, cuyos beneficios recibían las clases privilegiadas o constituidas en grandes empresas, y que pagaba el pueblo -con sus soldados o con sus impuestos-, se ha transformado hasta hacer beneficiarios a los pueblos más directamente, convertidos en consumidores, y a través de otras formas de dominio. En el. momento en que se ha encarecido la explotación colonial -mayor inestabilidad, que requiere más gastos militares, sobre todo en puntos agudos; imposición de nuevos precios de las materias primas en los mercados-, esta carestía repercute más en el contexto nacional.

Las nuevas burguesías, creadas por la sociedad de consumo, tienden a hacerse conservadoras cuando se ven en el riesgo de perder lo que han conquistado. Apoyan, por tanto, a Gobiernos que les parecen más autoritarios, más capaces de defenderles no sólo contra esa nueva situación exterior, sino contra una posible resurrección del proletariado, del que salen y en el que no quieren volver a caer. La aparición del terrorismo, el aumento de la delincuencia común -que es a su vez fruto de las nuevas circunstancias económicas, de la nueva crisis- les están llevando cada vez más a fórmulas de centro-derecha.

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Por el contrario, la izquierda no está ofreciendo ninguna solución nueva. Vive una confusión ideológica y práctica. Los eurocomunismos han nacido precisamente para cubrir la demanda de esa burguesía desproletarizada, que podía seguir teniendo una necesidad de la izquierda de la que procede; con tan mala fortuna, que han ido a formalizarse cuando esa nueva burguesía entra en crisis, y no cubren la demanda del nuevo proletariado, que les considera débiles, ni de los que se aferran a su nueva clase, que les consideran peligrosos. Con los socialismos ocurre una aventura parecida, de la que los españoles hemos podido tener la mejor ilustración en el reciente congreso del PSOE. Los viejos libertarismos están divididos entre la antigua base ácrata, puritana y ética, y la irrupción de los jóvenes marginados, que buscan, sobre todo, una libertad de costumbres. Las izquierdas han abandonado sus bases ideológicas -o esas bases les han abandonado a ellas- para practicar un coyunturalis mo de urgencia: no les está sirviendo.

Probablemente, la nueva tendencia hacia la derecha durará un tiempo. El necesario para el desgaste de los poderes, que probablemente no va a poder resolver los problemas de sus nuevos electores. Más el que surja como consecuencia de las tensiones sociales provocadas por los que ya están irremediablemente «desclasados», según la palabra clásica, y los que se les vayan sumando. Para cuando esto suceda, la izquierda debería tener preparados programas, ideologías, filosofias que pudieran, de verdad, servir. Si siguen practicando la pura maniobra política, el electoralismo o la mera demagogia, no ofrecerán tampoco ninguna salida.

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