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Tribuna:
Tribuna
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Notas en la espalda de mi señora

Felicitar a Montserrat Roig (la única feminista que me ama en este mundo) por su artículo en El Periódico, donde llama a la señora Thatcher vagina hueca. Es como lo de la caña que piensa, de Pascal, pero en más faltón.Llevar el gato a Las Rozas sin que crea que va a un campo de exterminio (él ha leído algo en el periódico sobre los neonazis), y traer la gata de Las Rozas a Madrid sin que tema que la voy a hacer feminista de Sacramento Martí. (Las gatas, y concretamente la Rojilla, se han liberado mucho antes que las mujeres: practican una sexualidad poliforma perversa y viven incestuosamente con sus hijos y sus padres. No hay mucha diferencia entre la biografía de un gato y la de un dios griego. No hay mucha diferencia entre la biografía de la Rojilla y la de Proserpina. Sólo que Proserpina era más decente. Las gatas no piden el divorcio. Ni que les pasen una pasta cuando se divorcian espontáneamente.)

No leer el artículo de don José María Gil Robles en Abc.

Diferenciar en algún artículo a los antimarxistas de ida de los antimarxistas de vuelta, porque ahora todos quieren parecer de vuelta, pero cuando tenían que haber estado de ida estaban en el SEU dirigiendo revistas.

Escribir ya mismo una crónica titulada Anatomía de la basca, pues la basca es una nueva forma de agrupación humana, espontánea y sociológica, que no hay que confundir con la banda, la panda, el grupo, la manifestación ni el Día de la Patria Española. Hoy Madrid es un reino de bascas como un reino de taifas.

Decirle a mi señora que tiene ya la espalda muy morena (esta espalda en que escribo), para que no se compre todos los bronceadores de la tele.

Releer algo de Camón Aznar en la hora de su muerte, a modo de oración. Releer a un escritor muerto es la única forma de orar por él: esta oración no impetra ninguna salvación, sino que es salvación en sí misma, perpetuación, memoria: «Escucho con mis ojos a los muertos.»

No asistir a la presentación de Luciana Wolf en Caribdiana.

Empezar a mover palillos para que, en el cambio de nombres a las calles, me pongan una (a ser posible corta, vallecana y con una chica en un portal cogiendo puntos a las medias).

Almorzar un día de éstos con don Ramón Tamames, si don José Luis Alvarez no le retiene como rehén.

Fundar un partido con Marx cuando hayan echado a Marx de todos los partidos marxistas.

Estudiar la nueva agrupación política de Fernández-Ordóñez a la luz del concepto de basca.

Investigar el proceso por el cual un abogado del Estado quiere echar abajo todo el proyecto ministerial de Fernández-Ordóñez para dejar exentos de impuestos reales los pisos pobres, ya que exentos están los chalets fastuosos Ley Castellana.

Escribir a Mari Cruz Soriano una carta de amor que no me comprometa a nada, o hacerlo mediante columna para ahorrarme el sello.

Escribirle a Pedro Crespo de Lara un artículo que me ha pedido sobre la profesión periodística y sus deontologías, cuando yo no sé si esto es una profesión y jamás he usado deontología, que me suena a odontología para la dentadura del alma. (Y encima me va a pagar poco).

Recordar, cuando desayuno coca-cola, que todas las burbujas son de Harrisburg.

Pasar el verano en la sierra, con bufanda, o pasarlo en un campo nudista de la Costa Brava, también con bufanda.

Averiguar lo que es el PEN (una cosa energética, me parece) para ver si hay que meterse. Y no confundir con el otro PEN, que debe ser una cosa literaria, porque antes andaba Azorín y ahora Vargas Llosa.

No asistir al Congreso de Escritores de Canarias, Almería o no sé dónde, para no comprobar que todos los colegas hablan mejor que yo y que hablar bien no sirve para nada.

Explicarle a Suárez que es más fácil durar cuarenta años que cuatro.

(Y no sigo porque se me acaba la espalda).

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