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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El "puente"

HACE APENAS una semana que salía el país de uno de los largos puentes que forman una parte férrea de nuestras costumbres sociales, y se cierne ya sobre Madrid otro, el de San Isidro. Este no se celebra en las otras ciudades españolas, pero serán pronto resarcidas por la abundancia y longitud de sus fiestas locales. España se adelanta así a una imaginaria civilización del ocio, que hasta ahora sólo existe en las mentes de los sociólogos, sin haber siquiera entrado en la sociedad del bienestar. Sin necesidad de fruncir el ceño de la austeridad, de convertirnos en pesadísimos catones o savonarolas, en aguafiestas dé estas alegrías periódicas, podemos constatar que no se corresponde esta situación con lo que el doble elemento de nuestra economía, el capital y el trabajo, enuncia diariamente: una crisis dificil, una productividad baja, un recorte continuo en los presupuestos domésticos. La realidad es que estos ahogos existen; la realidad, también, es que entre viernes y lunes la población activa española arroja por la borda millones de horas de trabajo. Que no se reduce estrictamente a los días perdidos, sino a la distribución posterior en cada servicio y en cada actividad de los días de ausencia de los otros. En realidad, el anuncio del puente provoca ya un azogue nervioso en el «puentistaxi, que desde algo antes reduce su actividad; y le produce un lánguido desperezo -como si el descanso hubiera sido agotador, lo cual es cierto en muchos casos- que le inhabilita en las horas siguientes.Sin embargo, ¿quién minaría este «puente sobre el río Kwai» del aburrimiento y la molestia del trabajo? Los intentos de reducir fiestas han sido siempre mal acogidos, y fiscalmente desobedecidos; se han tenido que volver atrás las disposiciones, o disimularse en el enorme limbo de las leyes incumplidas. Hay como un acuerdo entre todas las clases sociales de que elpuente es elpuente, se ha establecido por una vía tan anómala e irregular como la del «bocadillo» de por las mañanas. Incluso se ha deslizado ya para sustituir a la palabra puente la palabra vacación; de hecho, en la Semana Santa pasada ha habido turnos, fuera de los días solemnes, en las empresas que por alguna razón no podían cerrar. Y hasta se va formando una filosofía de rango pasota parajustificar estos ocios suplementarios como necesidad, como conquista social. Los defensores de otro orden de trabajo, de otro rigor, están mal calificados: de vendidos a la sociedad dominate, de antiguos, de ingenuos. Prefieren, generalmente, callar. Y preparar supuente.

Quizá la solución esté en institucionalizarlo. Se evitaría luchar contra un imposible, y se conseguiría, al menos, evitar agravios comparativos: hay ciertas profesiones, ciertas actividades, a las que no se concede el puente. Cuando en una familia hay uno de estos desdichados, se le vilipendia porque destruye el ocio de los demás; o se le deja detrás, abandonado, como a un soldado malherido que no debe impedir el triunfo y el avance de la heroica patrulla. El eterno y justiciero grito de «o todos o ninguno» podría utilizarse en este caso.

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De todas formas, esta nación debería reflexionar seria mente sobre una serie de abandonos que van producien do poco a poco una sensación de suicidio moral. Siempre habrá que pensar que hay una falta de ejemplos, o de estímulos morales, una falta de credibilidad en quienes dan la pauta del trabajo, de la austeridad y del ahorro. O que, al fin, han vencido viejas tendencias ancestrales, viejos orientalismos del tipo de «mi voluntad se ha muerto una noche de luna»: hermosas frases para la poesía, poco aceptables cuando el resto de voluntad deben aplicarlo los que están a punto de naufragio.

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