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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Televisión: ¿hasta cuándo?

LAS PETICIONES o las exigencias de que Televisión Española deje de ser un caos de despilfarro y un instrumento de propaganda del Gobierno y de su partido parecen haber entrado en el terreno de las utopías. La idea de que Televisión Española pueda llegar a ser un ente público caracterizado por la transparencia, la calidad de sus programas y sus informaciones y comentarios políticos, se halla cada vez más emparentada con ensueños tales como la extinción del Estado y el surgimiento del hombre nuevo o con el proyecto de hacer navegable el Manzanares.Por Televisión Española no pasan los años, ni tampoco los cambios de régimen político. La glorificación de la violencia y la agresividad de los telefilmes estadounidenses, los terciopelos ajados y la sublimación del horterismo de los shows nacionales, la perpetua ocupación de la pequeña pantalla por las mismas caras y las mismas voces y la eliminación o condicionamientos de los escasos programas que -como La clave- reconcilian al espectador con el medio son cuestiones que apenas parecen preocupar a los responsables gubernamentales del medio estatal. ¿Alguien cree, de verdad, que las andanzas de los ministros o de sus inmediatos subordinados, sus innumerables actos públicos, viajes o inauguraciones, merecen el honor de ocupar tanto y tan principal espacio en los telediarios? ¿Y existe alguna diferencia entre la política informativa de la televisión franquista y la que nos ofrecen hoy unos gobernantes elegidos en las urnas, pero dispuestos a ejercer el enorme poder que la televisión proporciona, como en los mejores tiempos del almirante Carrero?

La desesperanza acerca de la viabilidad de una administración democrática de Televisión Española no surge solamente de la experiencia de los últimos meses, sino también de la sospecha de que su bunkerización es una decisión tomada. Se diría que UCD valora el potencial político-electoral de la pequeña pantalla tanto o más que los partidos políticos que se le oponen. No es, sin embargo, del todo seguro que unos y otros no estén supravalorando con exceso la eficacia del invento para conquistar votos. En todo caso, es una triste historia que la codicia en la búsqueda de sufragios, oportunidad que, al fin y al cabo, sólo se va a presentar cada cuatro años, bloquee una apertura informativa y cultural de la que tan necesitada se encuentra la sociedad española. Aunque para UCD la utilización electoral de Televisión sea la función fundamental o casi única del invento, los ciudadanos que se hallan fuera del reducido círculo de las pocas docenas de miles de españoles que se dedican profesionalmente a la política valoran las posibilidades de la televisión desde supuestos bien distintos. Porque lo que les interesa es un medio de comunicación que informe cumplida y objetivamente, que proporcione bienes culturales de calidad y en abundancia, y que suministre distracciones para el ocio que no despierten pulsiones agresivas ni supongan en el espectador gustos chabacanos.

Las actuales Cortes tendrán quizá ocasión de discutir y aprobar un estatuto que neutralice las obsecuentes relaciones de la televisión con el Gobierno, la someta al control parlamentario y encomiende su gestión a profesionales. No sabemos, sin embargo, en qué fechas el Gobierno enviará el correspondiente proyecto de ley al Congreso ni el contenido del mismo. ¿Qué ocurrirá en el entretanto?

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