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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Buscando nuevos caminos

La lucha por la adjudicación del beneficio diferencial de la actividad productiva -la famosa plusvalía del trabajo-, irreflexiva en algunos casos, podría tener como último resultado el que los vencedores -llamémosles así- quizá se repartan una bolsa de deudas.Las razones para esta sospecha se fundamentan en el hecho de que la plusvalía del trabajador no puede considerarse, a nivel social, como generada separadamente por cada individuo, sino como la suma algebraica -es decir, la suma y la resta- de todas las plusvalías generadas por el sector trabajador. A medida que disminuye el ahorro privado y aumenta el desempleo, cada vez es mayor el número de personas que viven exclusivamente de su propio trabajo y -desgraciadamente- de los ingresos del desempleo. Y entre estos últimos no sólo se computan los facilitados por el seguro del trabajo, sino los emanantes de cesiones, deudas, préstamos, apropiaciones y juego. Y al desproporcionado coste social de estas últimas fuentes de ingreso debe añadirse el hecho de que sus posibles plusvalías -cuando se producen- no tienen capacidad de recirculación productiva.

Porque, a nuestro parecer, el quid de la cuestión no reside tanto en adjudicarse las plusvalías, sino en reciclarlas convenientemente una vez que tengamos la certeza de haberlas producido. Tan caro es -hablamos de costos socialesconcentrar los beneficios del trabajo en manos de unos pocos -y, más grave aún, en manos del Estado- como descontarlos anticipadamente incrementando, en base a presunciones filosóficas, las cuotas de retribución al trabajo. Ambas actitudes suponen una alta densidad de insensatez política.

Corregir esa insensatez mediante métodos exclusivamente monetaristas -los vientos de Chicagoes como pretender acortar la distancia entre Madrid y Barcelona haciendo más Iargos los kilómetros.

Repartirse anticipadamente los beneficios del trabajo -o pretender cobrar los atrasos sociales ahora- es como querer madrugar alas doce del mediodía.

No pretendo aquí polemizar con los eminentes economistas de la Escuela de Chicago, pero sí hacer notar el enorme peligro social que puede suponer para nuestro país el seguimiento de sus «recomendaciones». Peligro que, obviamente, se agravaría de persistir, por otro lado, la política de reivindicaciones salariales -o básicamente salariales- de las organizaciones sindicales.

Desde mis lejanos tiempos de la Universidad Comercial de Deusto -azarosos, pero gratificantes con la distancia- aún recuerdo mis Poco diplomáticas discusiones con el padre Felipe del Río -uno de los grandes y olvidados economistas españoles de los años cincuentasobre inflación y teorías monetarias. La imposibilidad, entonces, de manejar adecuadamente el concepto de la plusvalía de Carlos Marx -concepto que los marxistas han desvirtuado- obligaba, como en parte le ocurre hoy a Friedman, a cargar sobre el vilipendiado dinero el papel exclusivo de generador de la inflación. La consideración de éste como «una orden de pago contra el producto social» no hacía sino empeorar las cosas.

La aplicación en algunos países latinoamericanos de las últimas recomendaciones monetaristas en boga prueba -aunque de forma imperfecta- una vez más que la inflación, e incluso el sobrecalentamiento en la economía de un país, no es una consecuencia directa de una masa dineraria creciente -sea cual fuera su origen- ni de un incremento de su velocidad de circulación, sino de la incapacidad de reciclar las plusvalías del trabajo -de mano de obra y tecnológicasy los ingresos diferenciales del patrimonio social -minero, agropecuario'y ecológico-, reinvirtiéndolos eficientemente y evitando su salida al exterior o su acumulación.

Una política exportadora a ultranza supone que las plusvalías salen del circuito interior, beneficiando exclusivamente a los países receptores, que las reinvierten probablemente en sus propios circuitos productivos. Una cosa es exportar tecnología de punta, en la cual los beneficios se generan por la situación cuasimonopolística del producto, y otra, por ejemplo, exportar zapatos o vino, con infinidad de competidores en el mercado intemacional y sometido a las cuotas de importación de los grandes países. En estos casos no sólo estamos cediendo la plusvalía incorporada al producto, sino, además, la plusvalía general incorporada al coeficiente de «desgravación».

Cierto que la regularización a fortiori de los precios del petróleo ha producido en el mundo graves desfases, pero este no es un problema de inflación monetaria, sino de error de diseño productivo. El día que tengamos que pagar la deuda ecológica de la fisión nuclear también nos tiraremos de los pelos durante cierto tiempo. Es simplemente la consecuencia de tener que pagar una factura atrasada.

Si aceptamos que la población de un país crece, aun con cada vez más débiles coeficientes, y su nivel de vida debe, en todo caso, crecer, no vemos cómo una política «estabilizadora» puede favorecer el crecimiento industrial y productivo necesario a la armonía social. Frenar la inversión,o descorazonarla supone no sólo disminuir el «pastel social», sino, principalmente, impedir la generación de plusvalías y, en consecuencia, imposibilitar su reinserción en los circuitos productores.

Confiar primordialmente al trabajador la reinversión de las plusvalías por él generadas está conduciendo al consumismo que como despilfarro social no tiene rival. ¿Quién va a invertir para nuestros hijos? Y, si decidimos no tener hijos, ¿quién va a pagar a nuestros padres cuando dejen de producir plusvalías?

Si no queremos hipotecar nuestra libertad individual -embargada durante mucho tiempo y que ahora hemos conseguido, aunando esfuerzos y sacrificios, rescatar para financiar nuestra impaciencia y una parte de nuestra intransigencia, debemos esforzarnos, dirigentes y dirigidos, pára encontrar urgentemente un modelo de circulación de nuestros beneficios diferenciales que armonice nuestros deseos con nuestras posibilidades, sin dejarnos llevar por los vientos monetaristas ni apoyarnos en reivindicaciones dogmáticas; creando más activos reales y menos activos financieros, produciendo más riqueza y distribuyéndola mejor. Pero teniendo siempre presente que tan pernicioso para la salud social de un país es distribuir mal la riqueza creada como cobrarla por anticipado. Desgraciadamente, no se puede madrugar al mediodía, pero, afortunadamente, se puede madrugar mañana. Es cuestión de despertarse a tiempo ahora que el sol empieza a salir para todos.

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