Servicios públicos, lo que la ciudad ofrece a sus habitantes
Apenas tiene tiempo el madrileño para pensar si su despertar es dulce o desabrido, pero un segundo de reflexión, a esas tempranas horas, equivaldría a sentir que es muy poco Madrid lo que le toca de esta gran ciudad a compartir con otros cuatro millones de personas, que él no es más que un insignificante ciudadano, un pequeño e indefenso ser al que todo Madrid puede caérsele encima en cualquier momento. Un sentimiento de desamparo que, de alguna manera, ha ido tomando cuerpo en el madrileño medio y le ha hecho un poco ajeno a sus derechos y deberes, casi un extranjero marginado en su propia ciudad. Escribe
Hay en Madrid personas encargadas de evitar que la ciudad se hunda, personas y servicios que, al menos en teoría, actúan como anillo protector del madrileño e intentan amortiguar las deficiencias de la vida urbana. Personas desconocidas y anónimas que le dicen al pasar: «Sírvase usted, señorito.» Pero ya no hay señoritos y criados en la villa y el antiguo señoritismo ha caído en desuso ante la avalancha de nuevos habitantes. Lo que hay en Madrid es un numeroso grupo de profesionales y servicios dedicados a facilitar la vida a los demás ciudadanos.Desde muy temprano, 2.700 barrenderos pasan la escoba por la ciudady otros empleados limpian las 50.000 papeleras distribuidas por calles y parques. Papeleras que se quedan sin cestillos de vez en cuando por arte de birlibirloque y que hay que reponer constantemente. Otros 1.180 trabajadores, los jardineros, impiden que se mueran los pocos árboles que nos quedan.
Ya no es frecuente la visita diaria del lechero piso por piso a no ser que se haya pactado desde antiguo con los vecinos o que se haya suscrito el servicio con urbanizaciones alejadas del centro. Pero ahora se puede hacer toda la compra por teléfono esperando tranquilamente que el empleado del supermercado lleve la mercancía a domicilio. Un sistema útil cuando existe mutua confianza entre el cliente y el establecimiento. Por el contrario, el reparto de correspondencia es una cita diaria y puntual a la que ya se ha acostumbrado el madrileño. Unos 2.000 carteros cumplen normalmente esta función y otros 187 realizan los servicios de urgencias. Un número insuficiente si se tiene en cuenta que cuando se trata de repartir paquetes postales el cartero se impacienta ante el primer golpe de timbre no contestado y opta por dejar un aviso en el buzón. La reacción del vecino ante este aviso de recogida suele ser furibunda y llena de improperios, no en balde supone un desplazamiento innecesario que a veces coincide con el horario del propio trabajo.
El butano a domicilio también puede plantear deficiencias. « Los empleados suelen recoger primero las bombonas vacías de toda la calle y después de media hora vuelven con el nuevo envase, lo que supone que no te puedes mover de casa en ese tiempo», dice un ama de casa. En cuanto a los servicios de reparación de electrodomésticos, su eficacia y puntualidad depende de las diferentes marcas. A veces la impecable lavadora que anuncia en televisión una encantadora pareja tiene un servicio postventa realmente desastroso.
Pero es en la calle donde el madrileño se siente más huérfano y donde la insolidaridad se hace más palpable. Uno de sus primeros problemas es la búsqueda febril de un aparcamiento para el coche. Mientras hay en Madrid más de 800.000 vehículos, sólo hay 10.000 placas de aparcamiento de concesión municipal, 200.000 particulares y 100.000 más en los garajes públicos y en los parkings de los grandes almacenes. Lo normal es que haya que utilizar uno de los 500.000 aparcamientos de bordillo, generalmente hasta el tope. El número de semáforos que protegen al ciudadano -y que éste soporta estoicamente- es especialmente revelador: 1.090 intersecciones de semáforos hay en Madrid, lo que supone unas 8.000 cabezas de disco a tener en cuenta en los desplazamientos diarios. Afortunadamente, más de 3.000 policías municipales hacen que el tráfico sea más llevadero por parte de peatones y automovilistas. Lo curioso es que algunos de estos simpáticos hombres del casco blanco todavía ponen multas de cincuenta a quinientas pesetas a las parejas que se besan en coches o parques.
Una de las tareas más frustrantes para el ciudadano es encontrar un teléfono público a mano cuando necesita llamar desde la calle. Sólo hay en todo Madrid 3.340 cabinas, frecuentemente averiadas por actos de vandalismo. Pero hay otros 6.129 teléfonos públicos distribuidos por bares y establecimientos que no siempre cumplen funciones públicas. Es frecuente ver el cartel de no funciona en algunos de estos teléfonos, pero son averías ficticias, maneras arbitrarias de espantar al usuario. Mucho peor es el caso del señor que se toma un café en un bar para tener más derecho a usar el teléfono y cuando va a hacerlo el propietario le dice que no tiene fichas o que está estropeado.
Cafeterías y restaurantes (1.066 y 832, respectivamente) son hoy casi una segunda casa para el madrileño. Los retretes de estos establecimientos han desplazado a los antiguos urinarios públicos, pero es triste que incluso las cafeterías con aparente buena pinta dispongan de retretes a oscuras, encharcados y descaradamente sucios. Lavarse las manos o ponerse un tampax son tareas imposibles en estos lóbregos lugares.
Las sirenas de las 130 ambulancias que hay en la ciudad y las de los coches de bomberos ponen en vilo a los madrileños, pero siempre reciben muestras de deferencia y solidaridad. Los bomberos, sólo ochocientos, son muy queridos por los vecinos, aunque deberían aumentar y contar con más presupuesto. En cambio, las ambulancias de la Seguridad Social no son lo suficientemente rápidas y las privadas son caras.
Han desaparecido churrerías y chamarilerías y han empezado a extenderse las lavanderías automáticas de autoservicio. Pero faltan cerca de 100.000 plazas de guardería y sólo hay 1. 140 camas hospitalarias infantiles. Con todo, lo más penoso de vivir en Madrid son sus burócratas y el poder de las ventanillas: registros, recibos de Hacienda, cédula de habitabilidad, certificados de buena conducta, permisos varios, horas y horas sacrificadas a la Administración.
Y al anochecer, 1.300 desconocidos basureros retiran los inverosímiles residuos dejados a la puerta del inmueble. Pero faltan los serenos, reclamados por los vecinos desde que en 1976 fueron sustituidos, sin éxito, por los vigilantes nocturnos. Según la nueva ordenanza del Ayuntamiento, pronto habrá unos 7.000 serenos provistos de porra, linterna, silbato y radioemisor. Pero el hecho de que sean los vecinos los que hayan de pagarlos hace titubear a algunas comunidades y les ha hecho pensar en recurrir a servicios de seguridad privados más sofisticados.
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