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Madrid está todavía lejos de la cultura del ocio

Madrid no ha entrado aún, ni con mucho, en lo que en otras ciudades europeas, París, Londres, Roma, se conoce desde hace muchos años por la civilización del ocio, que no es otra cosa que el enriquecimiento personal a través de la utilización del tiempo libre. Según un estudio hecho por un organismo oficial, la inmensa mayoría de los españoles (en Madrid es ligeramente más baja la cifra) dedica la mayor parte de su tiempo libre a ver la televisión, siguiéndole a continuación, a bastante distancia, la asistencia a espectáculos deportivos, en particular el fútbol. Madrid es una ciudad que no lee, no asiste a conciertos y espectáculos culturales, no tiene hobbies, no compra apenas periódicos, no hace deporte y no conoce sus museos y edificios de valor artístico. En cambio, al habitante de Madrid, a pesar de la crisis económica, no le importa gastarse 20.000 millones de pesetas al año en los casi sesenta bingos que tiene la provincia. Ismael Fuente Lafuente ha preparado la siguiente doble página sobre el tema.

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Los escasos datos estadísticos que merecen fiabilidad sobre el tema llevan en seguida a una primera y triste conclusión: la sociedad madrileña está muy lejos aún de lo que fuera, en Europa, se conoce ya como la cultura del ocio. Esto es, el consumo de objetos de ocio doméstico, como libros, discos, trabajos manuales, bricolage, hobbies, visitar museos, asistir a conciertos o espectáculos culturales, conferencias, ir a pasar a los parques o dedicarse al coleccionismo, por ejemplo, está aproximadamente un 60% por debajo de ciudades europeas como París, Londres, Roma, Viena o Copenhague.Vayan unos ejemplos por delante antes de centrar el tema. El cine, para empezar, que, como se verá, es la cuarta ocupación del tiempo libre de los madrileños. Solamente un 50% de madrileños van al cine más de una vez al mes, mientras que un 30% confiesan no ir al cine más que «una o dos veces al año».

Los libros. Aquí los datos de que se dispone son globales, a nivel de todo el país, sacados del Instituto Nacional de Estadística, pero son perfectamente aplicables a la realidad madrileña, que se sitúa aún un poco más abajo de la media nacional. La media de libros leídos por cada español en el último año computado es de 1,2 libros. El 36% de los españoles no compran libros nunca. El 23% hace más de un año que no compran. La media se refuerza un poco gracias a que los jóvenes, a partir de los dieciocho años, en un 41%, compran una media de un libro al mes.

En cuanto a bibliotecas municipales madrileñas, la media de socios alcanza a un ciudadano madrileño de cada 82. Este es un país que no lee. En el 52% de hogares españoles la biblioteca alcanza un volumen de diez libros y sólo en el 1,9% de hogares el número de libros llega a quinientos títulos.

Tampoco se leen periódicos. Madrid está situada en el último lugar de capitales de Europa en cuanto a circulación de periódicos. Circulan veintidós ejemplares para cada cien madrileños. Es decir, uno de cada cinco habitantes de Madrid no compra nunca un periódico.

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Madrid, con sus casi cuatro millones de habitantes, sólo tiene una sala estable de conciertos: el Teatro Real. Hay que sumarle, en ocasiones, el Centro Cultural de la Villa de Madrid, una de las pocas realizaciones del Ayuntamiento en materia de ocio, como después se verá, y muy rara vez el Palacio de Congresos o el Auditorio del que hoy es Ministerio de Cultura. Con el Real les basta a los madrileños, porque los sábados y los domingos, únicos días de concierto, no se llenan las localidades. Si nos fijamos en la Orquesta Municipal, que en temporada de primavera-verano ofrece unos conciertos deliciosos al aire libre en el Retiro, se pueden contar casi con los dedos a los asistentes: son muchos menos, en todo caso, que los curiosos turistas que asisten los domingos por la mañana a los mítines que ofrecen los paquistaníes, por ejemplo en el Speakers Corner, del Hyde Park londinense. El presupuesto oficial para música es diez pesetas para cada madrileño.

Vayamos con los museos. Si el madrileño de por sí no conoce su ciudad, no tiene una idea global de lo que es Madrid (aparte de su barrio y el centro), mucho menos conoce los museos y los edificios y plazas de valor ambiental o artístico. Seis de cada diez madrileños no han estado nunca en el Museo del Prado, considerado la primera pinacoteca del mundo. Un museo de la envergadura del Museo de Arte Contemporáneo (donde se expuso recientemente, por poner un ejemplo, una colección de obras de Miró) es visitado solamente por doscientas personas al día.

Muchos madrileños se sorprenderían si supiesen que Madrid es, paradójicamente, una de las principales capitales de arte europeas. Pero no como forma de cultura, sino como negocio, es decir, como inversión. Tenemos nada menos que 120 galerías de arte, la cota más alta de Europa. Pero vaya usted una tarde. Las salas estarán semivacías. Madrid tiene también treinta museos, de ellos diez importantes. Si se contasen los pequeños (como el curiosísimo de la Botica Real, el del Reloj, el de Carrozas o el de Arte y Tradiciones Populares, todos ellos interesantes), la ciudad contaría con cerca de ochenta museos, casi todos ellos poco rentables y en deficiente estado de conservación.

Aún más: en la presentación de su alternativa cultural, coincidiendo con la anterior campaña electoral para las elecciones legislativas, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) proporcionó dos datos tan reveladores como deprimentes: el 64% de los españoles no conocen por su nombre a ningún director de cine y el 42,4% no recuerdan el nombre de ningún escritor.

La lista de ejemplos podría rellenar varias páginas de este periódico. Es preferible no agobiar al lector. A cambio de ello, como vamos a ver en el epígrafe siguiente, España (también Madrid) tiene una de las cotas más altas de alcoholismo de toda la Europa occidental. Y es que entre las, dedicaciones favoritas del español en el tiempo libre está el pasarse el tiempo en bares, discotecas, cafeterías.

Ninguna atención oficial al ocio

Cualquiera convendría en que el ocio es una de las principales manifestaciones de la cultura. Bien:

Madrid está todavía lejos de la cultura del ocio

no hay ningún organismo oficial que se ocupe de ello. En el caso de Madrid, el Ayuntamiento, que algo ha hecho por el tema, se queja de la falta de fondos. Puede ser cierto. Tampoco el Ministerio de Cultura tiene incidencia en el problema de la ocupación del tiempo libre en la vida de los madrileños.Para empezar, habría que decir claramente que nadie -ni siquiera el Gobierno- dispone de un banco de datos completo de cómo gasta su tiempo libre el español, el ciudadano de Madrid. Los datos de que se dispone son muy parciales y, por tanto, se tiene derecho a sospechar de su fiabilidad. Está por hacer una encuesta seria y exhaustiva.

El primer dato fiable para una aproximación a lo que el madrileño invierte en ocio-tiempo libre lo aporta el Instituto Nacional de Estadística. Es una aproximación, como se dice, porque el tema ocio lo engloba el INE en el concepto diversión -gastos varios. Así, una familia media madrileña (matrimonio y dos hijos) gasta al mes, como mínimo, en ese concepto 4.320 pesetas.

Hay también un estudio realizado por el Instituto Nacional de la Juventud sobre a qué dedica el español su tiempo libre. El estudio es global, pero puede ser indicativo de Madrid. Bien: la gran mayoría de españoles mata su tiempo libre viendo la televisión, la única televisión que existe en este país, y cuyo contenido no es ocasión idónea para analizar. La televisión es, muy por encima de cualquier otra cosa, la reina de la ocupación del tiempo libre de los españoles, y también, de los madrileños.

Le sigue, a mucha distancia, la asistencia a espectáculos deportivos (especialmente, fútbol), que no la práctica personal del deporte. En tercer lugar, la estancia en bares, discotecas, pubs, cafeterías, barras americanas, etcétera, incluidos los bingos (véase recuadro aparte), que se llevan un buen pellizco, y no menos dinero, del tiempo libre del madrileño.

Le sigue el cine, también a mucha distancia. Y ya, agrupadas en niveles ínfimos, ocupaciones como escuchar radio (de la que se especifica ha encontrado un reducto clave en los aparatos instalados en los automóviles; es decir, la radio se oye principalmente en los coches), el teatro, los deportes para prácticar (de lo que el judo, el kárate y el footing empiezan a situarse en niveles de ser tomados en consideración), salir al campo o la música enlatada, en la que solamente era apreciable en el trabajo el disco que contenía la canción del momento.

Lo que ofrece la ciudad al madrileño

Madrid ofrece bastante poco al madrileño en el puro concepto de ocio. Existe, además, un conflicto de intereses entre el Ayuntamiento y el Ministerio de Cultura en relación con Madrid, en lo que al tema de facilitar las actividades de ocupación del tiempo libre se refiere.

Son pocas las cosas que ofrece Madrid. En zonas verdes, por ejemplo. A cada madrileño le tocan solamente 6,85 metros cuadrados de zona verde de los 63 espacios abiertos que existen en Madrid y sus alrededores, dispersamente repartidos, por otra parte, con primacía de la zona norte y noroeste. La gente va poco, además, a los parques.

Madrid no cuenta con un circo estable desde que desapareció el Price, hace ya bastantes años. Y el circo se está muriendo, prácticamente. Un festival mundial del circo, en Navidades, y alguna esporádica aparición de algún circo de temporada en Madrid no es suficiente para mantener vivo el interés por uno de los espectáculos más viejos y más bellos.

Ofrece también realizaciones modernas, como el Parque de Atracciones o el actual Parque Zoológico, situados ambos en la Casa de Campo, muy visitados por los madrileños.

Entre las pocas realizaciones prácticas que ha hecho el Ayuntamiento de Madrid cabe señalar el Centro Cultural de la Villa de Madrid, situado en la llamada plaza del Descubrimiento, conocida, sin embargo, como la plaza de Colón. Dotado con escasos medios económicos ofrece, sin embargo, una programación cultural interesante, prácticamente ignorada, o desconocida, por el madrileño, que tiende a desconfiar por reflejo. de las cosas que le organiza la Administración.

Falta en Madrid la cultura popular, hablando siempre desde la vertiente del ocio. Y en este aspecto hay que achacar la culpa tanto a los organismos oficiales como a las llamadas células de la sociedad, que podrían plasmarse aquí y ahora en las asociaciones de vecinos y en las entidades culturales y ciudadanas, más preocupadas, hasta ahora, por motivaciones políticas que culturales o de esparcimiento. Mención aparte merecerían el Centro Cultural de Tetuán o El Gallo Vallecano. Pero quizá sean las excepciones, sumadas aquéllas al resurgimiento de las fiestas populares que han surgido en los barrios madrileños.

Poco más ofrece la ciudad al madrileño, prácticamente perdida como está la noche madrileña. La psicosis de falta de seguridad ciudadana, la escalada de la crisis económica y un cierto aburguesamiento del madrileño en sus distintos niveles sociales (que le obliga a salir solarnente los viernes y los sábados) están terminando con una de las cosas que más asombraron a nuestros parientes próximos los europeos: Madrid tenía una vida diaria de veinticuatro horas. La está perdiendo. Los últimos habitantes de la vida de Madrid, los que salen de los espectáculos alrededor de la una de la madrugada, ven con cierto asombro los cientos de puestos ambulantes que se suceden a lo largo de la Gran Vía, plaza de España, Cibeles, Princesa. paseo del Prado y Recoletos (oficialmente Calvo Sotelo). Es una especie de zoco moruno ambulante contra el que nada puede la Policía Municipal o el Gobierno Civil de la provincia. Es también una forma más de vivir de cientos de jóvenes a medias entre el paro y la desidia, haciéndole esa competencia diaria y nocturna al Rastro, una de las tradiciones que se mantienen.

Siguen los clubs gay en la noche madrileña. Están, incluso, en auge. Siguen los travestis poblando las calles céntricas de Madrid, siempre a medias entre el desafío social y la redada policial. Se están acabando los drugstores y las churrerías del alba y Madrid está dejando de ser esa ciudad alegre y confiada, y despreocupada incluso, para convertirse en una ciudad europea, donde las veladas se hacen en casa y donde los ciudadanos madrugan para trabajar al día siguiente.

Turismo: España, sin ir más lejos

Queda el turismo, que se está convirtiendo en uno de los primeros soportes de las actividades del tiempo libre. Esa solución continuada de asfalto y metal, que es la ciudad, ese ver la vida desde los embotellamientos, que es la cualidad principal de la generación que hoy tiene entre veinticinco y 35 años. Esa solución, digo, agobia. Y en Madrid tenemos que cerca de un 15% de habitantes del foro (cerca de medio millón de madrileños) huyen de la ciudad cada fin de semana, al menos unas horas. Un 25% de madrileños salen al menos, una vez al mes.

Sólo un 3% de habitantes de Madrid viajan fuera de la provincia cada tres semanas por motivos de esparcimiento, un poco siguiendo el eslogan en que se está basando la política turística de este país de cara al turismo interior: «España, sin ir más lejos», un eslogan desafortunado que pretende hacer competir a los españoles-madrileños con esa larga cuarentena de millones de turistas que nos visitan cada año.

Una de cada veinte familias madrileñas poseen una segunda casa (que no residencia) fuera de Madrid, bien en el campo o en la sierra. Pero, al final, en resumen, la llamada civilización del ocio en Madrid está poco menos que en mantillas, comparada con los índices europeos. Dos son los motivos atenuantes que pueden oponerse: la falta de educación del español en esta materia y la escalada de la crisis económica.

La educación, porque ni en los colegios y universidades, tampoco en las empresas, se fomenta la cultura del tiempo libre (los coleccionistas de sellos, monedas, vertebrados silvestres o de coches antiguos, por ejemplo, son mirados casi como personas raras) ni la utilización del ocio como una de las,principales formas de cultura de la segunda mitad del siglo XX.

Y la crisis económica, porque si bien es cierto que los precios de acceso a la cultura en Madrid son equiparables, o ligeramente más bajos, a los de otras capitales europeas, el poder adquisitivo del español está decididamente en un nivel inferior. Ir al teatro o a un concierto cuesta quinientas pesetas Una velada de boxeo o un partido de fútbol de Primera División puede ponerse en mil pesetas. Los precios medios de los libros y los discos superan ya las quinientas pesetas. Madrid es la ciudad más cara de España, según un estudio de la revista Acción Empresarial, y es tan cara como Nueva York, por ejemplo, según un estudio realizado por Naciones Unidas, aunque no tanto como París, Bonn, Bruselas o Copenhague.

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