La gente lee
Va estando uno harto de leer que la gente no lee, que el español no compra, no consume libros. Mentira. Falso. Invento.Empezando por los números, para dejarlos en seguida a un lado (que los números no cantan, como sostiene el tópico, y si no meta usted un cuatro en una jaula, con alpiste, y verá que no es un canario), para empezar con los números, afirmo con el INLE y otras sofemasas que España es uno de los países donde más se edita del mundo.
-Se edita, pero no se lee -salta mi vecino el ultra, que es el vecino del quinto y vive dentro de una armadura medieval que tiene en el rellano.
Eso es puro vacile estadístico. Los editores no son tontos, porque suelen ser catalanes, y si editan es porque venden, y si el personal compra es porque lee. El personal no compra un libro de Castilla del Pino por tapar un hueco o rendija por donde entra el aire. Ahora se usa mucho a Vizcaíno Casas para explicar que sólo vende el retrofranquismo hortera y que la cultura cultural no se vende nada. Se quedan así muy tranquilos los eternos frustrados en sí mismos, dioses deseados y deseantes (pero nada juanramonianos, que Juan Ramón vendía y vende mucho, y sin concesiones), diosecillos, digo, deseados literariamente sólo por sus novias o novios. Y deseantes de un lector/lector -ni crítico ni profesor ni paisano ni vecino- que venga de verdad a comprarles. un libro y pedirles que se lo firmen. A esos crípticos para nada, crípticos de la Nada que se nadifica en ellos, como dijo Sartre, los denunciaba ayer mismo un editorial de este periódico.
La última novela de Delibes, eso del señor Cayo, se ha agotado ya. Cela me mostraba hace poco en Mallorca las estanterías completas con todas las ediciones de sus libros mayores, como el Pascual Duarte o La colmena.
No les voy a decir a ustedes que les pregunten a ellos si se vende o no se vende. Pregúntenme a mí, que no soy ellos, que no soy nadie. Porque yo vendo, oigan, yo vendo mis libros, y no soy yo solo, y he tirado en un año tres ediciones de La noche que llegué al Café Gijón, y eso que le falta una preposición al título, que si llego a ponerle la preposición no sé dónde estaríamos ya.
Y yo no hago retrofranquismo, ni es por hablar de mí, pero soy la sofemasa que tengo más a mano, yo mismo. Me lo montaré de otra forma para que ustedes me entiendan o no me malentiendan: hay uña cultura culturalista que llega tarde a la gente o no llega nunca. Hay unas estrellas remotas de la literatura que creen enviarnos su mensaje en años/luz desde la lámpara modern-style de sus moquetas interiores, pero que realmente no nos envían nada. Uno de esos astros nocturnos y traducidos nos hará llegar efectivamente su resplandor dentro de un siglo, como luz por unos labios no dicha (Aleixandre), pero la mayoría de ellos, abroquelados de retroficheros, no harán llegar su onda expansiva mucho más allá del paredaño cuarto de los niños. (Y los niños saldrán huyendo de papá/Kafka, papá/Melville, papá/Conrad, en cuanto tengan el primer porro-pizarrín escolar, porque comprenderán que papá lleva las barbas de otro señor.)
Luego, hay una subcultura que viene de Carmen de Ycaza (muerta ahora mismo) y echa bigotillo en Vizcaíno Casas. Mas lo que hace camino al andar no es lo uno ni lo otro, sino el poeta Machado que lo dijo, la alta cultura que alfabetiza como sin querer al buen burgués y al pueblo, la baja cultura que cristaliza en obra de arte el dialecto cheli, hoy espantable para finos, como si buena parte del Ulysses no estuviera escrita en cheli dublinés, y en general el escritor que, sin poner quiosco en la Gran Vía, sabe que el personal no es completamente tonto. ¿Quién no ha leído a Prosut en Francia? ¿Quién no ha leído a Galdós en España?
Voltaire, de quien Forster dice que no es sólo un periodista, sino un periódico completo todo él, sólo él, fue el hombre más leído de su siglo, desde las zarinas rusas a los lumpen y revolucionarios de París. Hasta Góngora es popular en la España del XVII. En aquel siglo sin periódicos, nuestros grandes periodistas son Quevedo y los autores de la picaresca. En España, la más alta cultura pasa siempre por lo popular. «¿Dónde está el público?», me preguntaba Larra un día en el Café del Príncipe. Pregunta ociosa y sibilina, porque él tenía su gran público que le pagaba en reales, de Mendizábal a su criado. Paso del rollo del español ilecto. Decía una cabecita loca del Gijón: «No es que en España no se haga el amor, sino que siempre lo hacemos los mismos.» No es que aquí no se lea, sino que siempre nos leen a los mismos.
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