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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El caso de los lectores españoles

ESPAÑA FIGURA en uno de los últimos lugares en las listas estadísticas de lectura en Europa; el hecho de que 80.000 lectores se precipiten de una manera compulsiva sobre la última novela de Fernando Vizcaíno Casas en las tres primeras semanas de su aparición tiene, por tanto, un interés sociológico de primer orden. Mayor si se complementa con el dato de que los tres libros anteriores de Vizcaíno Casas han estado situados durante mucho tiempo en los primeros puestos de la relación de libros más vendidos en España.La razón por la cual el español no lee todavía no está clara. Se culpa a la televisión (al tiempo que ocupa la televisión, a la pereza mental que puede crear; incluso se hacen alusiones a la profecía de Mac Luhan sobre el final de la «galaxia de Gutemberg»), sin tener en cuenta que en los países que leen hay más televisión que en España -más horas, más canales, más calidad -; podría, en cambio, esbozarse la idea de que a mejor televisión mejor lectura (y mejor teatro, mejor cine), como una correlación de cultura totalizadora por todos los medios, de forma que a la bajeza de la televisión española correspondiera la bajeza de la literatura de Vizcaíno Casas y sus equivalencias: la bajeza teatral de Un cero a la izquierda, el papanatismo crédulo que escolta desde hace dos años El diluvio que viene. Se podría invertir la oración con la que el español culto rechaza su responsabilidad diciendo que la televisión entontece al país: es el país el que entontece a la televisión. Decir que el país entontece a Vizcaíno Casas para que éste escriba sus libros sería apurar la semántica de una manera abusiva. Lo que hace es seleccionarlo de entre otros muchos escritores. Significando que lo que llamamos «el país» en materia de lectura o de teatro, es la clase que compra libros. Es una minoría, una minoría. a la que causa un poco de rubor llamar «selecta», pero que ejerce su dominio en las artes de la expresión.

Habría que buscar otros factores en las causas del distanciamiento del español por la lectura. Los hay ancestrales. Se apartó al pueblo de la lectura por el castigo en esta y la otra vida: leer era peligroso para las almas «no preparadas» y, en consecuencia, había que apalearlas en esta vida para evitar su perdición («Doscientos palos le dan -porque a Cicerón leía ...», Quevedo). Si el dinero siempre acudió para los ricos, la cultura debía ser sólo para los cultos, y posiblemente críptica (fray Luis de León fue a la cárcel por traducir del latín el Cantar de los cantares). La carestía del libro y el lenguajismo intelectual sustituyeron, por la vía burguesa, el telón de fuego de la Inquisición. Y la instrucción pública en España tuvo, sin duda, el mismo sentido; apenas ha levantado cabeza en algún período de nuestra historia.

Pero el problema ahora no está en los que no leen. Estos abstencionistas de la cultura no tienen quizá otro recurso, y aunque en muchos de ellos el problema económico no sea tan agudo, el peso del palo y el fuego y la escasez de instrucción humanística y científica -aunque haya quedado la mercantil en las instituciones y tradiciones de la enseñanza- puede ser suficiente razón.

El problema está en que los que leen, leen lo que leen. Es decir, que si en las sociedades europeas las minorías lectoras son más amplias y más selectas, en España son de una pobreza mental considerable. Sin embargo, estas minorías son las que han tenido acceso a los colegios y las universidades, las que han asistido con cierta regularidad al cine y -menos- al teatro. En la España de los dirigentes, y no sólo políticos: de los líderes en todas las actividades. Podríamos decir que la organización de la cultura en España, desde hace siglos, ha producido estos fenómenos: una abstención general y una minoría de gustos pervertidos y considerable cerrazón mental. La influencia que todo ello tiene en el desarrollo español en todos los aspectos es, indudablemente, nefasta (hay un tercer grupo que apenas mueve nada: la clase intelectual, que no puede sostener la industria de los medios de expresión; desdeñada por los partidos y por los poderes, que practica casi una antropofagia: se lee y se devora entre sí, se degenera por una especie de reproducción endogámica. Es un caso peculiar).

Si un escritor ha de representar la sociedad que le contiene, Vizcaíno Casas ha acertado plenamente, y tiene el premio que merece: ser el intérprete de los sentimientos, desazones, esperanzas y del sentido de la vida de la nueva clase lectora española. Lo inquietante es que todavía la sociedad de poder y decisión en España está formada por estos que son sus lectores.

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