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Tribuna
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El día del Señor/1

Los programas religiosos de TVE son, probablemente, los que más han acusado las transformaciones políticas del país, en medio del despiste general por parte de la televisión estatal. En 1975, TVE emitió 119 horas y dieciséis minutos de programas religiosos. En 1976, se reducían las horas a cien y 44 minutos, y en 1977, a sesenta horas y veinticinco minutos. No existen todavía datos oficiales del año 1978. La programación se ha reducido en un 50% en menos de tres años. Desapareció, entre otros, el espacio Oración, que precedía la despedida y cierre, y la programación habitual ha quedado reducida a la retransmisión de la santa misa. Al margen de consideraciones sobre el pluralismo religioso y la concesión de espacios proporcionales a otras religiones (como sucede en países europeos, incluso en los mayoritariamente católicos), no se han hecho estudios, que se sepa, sobre la reacción de la audiencia ni parece ser que la Conferencia Episcopal tenga, a corto plazo, ideas o proyectos pastorales sobre una utilización distinta del medio estatal.La santa misa que se emitió el 19 de marzo, dentro del espacio El día del Señor (podría ser el último 19 de marzo con misa televisada), no difiere en absoluto de cualquier otra misa posconciliar. Si el Vaticano II con la renovación litúrgica -adopción de lenguas vernáculas en vez del latín, celebración cara al pueblo y no de espaldas- otorgaba a los medios televisuales, indirectamente, la posibilidad de establecer una mayor comunicación con el pueblo ola audiencia religiosa, este proceso comunicativo no, se produce de hecho en la programación religiosa de TVE. La santa misa es un producto de consumo pasivo religioso, similar a los otros contenidos, y la participación del pueblo es nula. Y aunque TVE no pueda o no quiera, la Iglesia sí puede dar participación al pueblo en la celebración litúrgica y en otros espacios religiosos, distintos, más directos y más católicos, en el sentido etimológico del término. Resulta extraño que el celebrante del lunes, con pulcra dicción y limpia oratoria, limitase la homilía a los tópicos de un florilegio hermenéutico desencarnado y neutro. Ni trascendencia bíblica. ni inmanencia pastoral. En los comentarios previos a la celebración, el locutor dijo: «Ser padre es hacer visible la autoridad de Dios, como ser madre es hacer visible principalmente el amor de Dios.» Un dualismo tan peligroso como el de los maniqueos preagustinianos.

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