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Gobernar desde el centro

Diputado electo de UCD por Sevilla

Si UCD implantara una política regresiva tras la victoria electoral del 1 de marzo, no sólo cometería un fraude electoral y ocasionaría la decepción de un amplio sector de la sociedad española, sino que se negaría a sí misma como partido, como estrategia de cambio y como modelo de sociedad de libertades y progreso. Quien haya observado con atención la campaña electoral de UCD encontrará una abierta confrontación con la izquierda y con el marxismo, pero no hallará un solo argumento con que poder sostener que UCD desea poner freno a la evolución del país o renunciar a su vocación reformista. Quizá algunos observadores superficiales han confundido cierta dureza ideológica de UCD ante la izquierda con una posición derechista y han entendido que la débacle electoral de CD es origen y causa de una identificación UCD-derecha. Tal conclusión sería errónea. La gravedad de la puesta en juego y la necesidad de una verdadera clarificación política justificaban una confrontación electoral dura, incluso dramática en las últimas horas. La opción final se planteaba entre dos modelos de sociedad, dos ideologías, dos partidos e incluso dos líderes, y sólo tangencialmente entre UCD y la desdibujada CD. La elección del 1 de marzo era entre UCD y PSOE, lo mismo que la opción del 15 de junio se planteaba entre el continuismo de AP y el reformismo de UCD.

Antes que comenzara la campaña electoral escribí (EL PAÍS, 3 de febrero) que el centro es el reformismo y que, al margen de las siglas, las ofertas políticas del 1 de marzo eran cuatro: involución, conservación, reforma y revolución. Decíamos entonces que la sociedad no sólo no se opone a las reformas, sino que éstas son necesarias en un esquema de soluciones modernas y eficaces. A nadie se ha ocultado la posición ideológica de UCD, su naturaleza reformista y la circunstancia de ser el único partido donde había una coherencia entre la ideología el modelo de sociedad y la oferta programática para los próximos cuatro años. Los electores saben qué han votado y a nadie puede extrañar, a la vista de los resultados, que UCD se disponga a gobernar desde el centro en beneficio de toda la sociedad. También dijimos con claridad que las elecciones debían servir para que la política de partido propia de la confrontación democrática -que no excluye el diálogo con la Oposición- sucediera a la política de consenso. A lo largo de la campaña la visión de un centro moderado y reformista que aspiraba a un Gobierno monocolor ha sido constante y coherente.

El centro, una necesidad

¿Imaginamos lo que habría sucedido en este país si el 1 de marzo no hubiera existido UCD y los electores hubieran tenido que escoger entre UN o CD por un lado y PSOE o PCE por otro? La conclusión es, una vez más, que el centro es una necesidad prolongada, al menos durante un proceso que va más allá de la transición formal o constitucional. La realidad sociológica no se ha alterado por el hecho electoral en sí, de forma que siguen existiendo sectores sociales opuestos a los cambios de cualquier naturaleza, junto a otros que alimentan sueños revanchistas, que se han dejado sentir ante la perspectiva de un posible triunfo izquierdista en las pasadas elecciones.

Asentar la democracia

Un país complejo y pluralista, donde aún existen tendencias centrífugas no del todo extirpadas, exige del centro reformador en la etapa que comienza un programa de asentamiento y desarrollo de la democracia, precisa un gobierno liberal y social al servicio de la libertad y el progreso de la persona. Sólo desde el reformismo centrista pudieron la UCD y Suárez acometer el ambicioso proyecto de transición pacífica. Completada la transición formal, constitucional, al centrismo le queda una ingente tarea de gobierno para realizar, gradualmente y desde la moderación, la transición hacia el propio modelo social, económico y cultural. «Queda mucho por recorrer -decía el presidente Suárez en el mitin del día 27 de febrero para alcanzar la modernidad social, económica y cultural.» Desde este presupuesto no puede concebirse hoy en España una política meramente conservadora. Pasará mucho tiempo, y habrá que realizar muchos esfuerzos, para que UCD pueda convertirse en conservadora de su modelo de sociedad llevado a la práctica, y aun así esa sociedad nunca será estática e inmóvil. El cambio pacífico y ordenado, pero revolucionario en los presupuestos, realizado en el orden político respecto de la situación anterior, debe ser complementado con una profunda transformación en los órdenes cultural, social y económico. La propia consolidación del sistema político de libertades requiere una modernización del ordenamiento jurídico y de las estructuras sociales en busca de mayores cotas de progreso, libertad y justicia. Sólo la UCD puede llevar a cabo una política de cambios sin equívocos ideológicos, sin «profundizaciones» que cuestionen la naturaleza del sistema democrático pluralista consagrado en la Constitución, sin referencias utópicas a modelos ajenos a la realidad de las sociedades occidentales desarrolladas.

Coherencia fundamental

Pasadas las elecciones vuelven a abrirse desde sectores diferentes, con frecuencia antagónicos, verdaderos procesos de intenciones a UCD. Parece inevitable consecuencia del ejercicio democrático del poder en este país. Pero creo que UCD tiene derecho a que se reconozca su coherencia fundamental y a que se juzgue su política por los hechos de los próximos cuatro años. No van a faltar quienes desde la izquierda acusarán a UCD de hacer una política de derecha por comportarse con el realismo y la prudencia que los partidos de izquierda se esforzaron en mostrar durante la campaña electoral. Y tampoco estarán ausentes aquellos que, como en el pasado, llamarán izquierdista a una política basada en criterios de modernización y racionalidad coherentes con aspiraciones mayoritariamente sentidas por los españoles.

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