Machado
Seguía yo con mi pregunta, sumido en pleno spleen histórico: ¿adónde está la España? Miré los muros de la patria mía, que eran mis amigos -cada amigo un muro-, eran muros con pies que se me iban cada uno por un lado: Leguineche, pies para qué osquiero. La Rigalt, pies menudos en bellas botas blancas de cruzar la frontera francocatalana. Otero, esa ría gallega, de humo y morrina, que emigra hacia el Atlántico dudoso.¿Y el periodista zamorano? Adobe de amistad, tierra de España. Puede que éste sea la España, me dije:
-¿Eres tú la España, Casado?
-Bueno, yo creo que todos tienen razón.
El adobe terruñero se desmigaja en razones de bondad. Quizá sea eso la España: un juego de tensiones, un encuentro de contrarios, lo que ya dijo Góngora como nadie:
-Esa montaña que, precipitante, ha tantos siglos que se viene abajo.
Montaña precípitante de Historia que ha tantos siglos que se viene abajo, pero no acaba de venirse, porque la sujeta don Luis, racionero de Córdoba, orífice del español. Salvo cuando matan un niño por el agua o matan un guardia por la sangre. Metidos en poetas, me llaman de parte de Vian Ortuño, rector de la Complutense y buen amigo mío, para pedirme que hable de Machado:
-Cantata, versos del poeta y conferencia de usted.
En principio pensé decirles lo que le dije a un guardia en una provincia machadiana, égida franquista, cabeza de patata con sombrero, sin sombrero, en bronce, cabeza prodigiosa de Machado por Pablo Serrano:
-Suélteme, señor guardia, que yo soy de Juan Ramón.
A los guardias españoles apenas les hemos dado a leer a Juan Ramón. Ni a don Antonio Machado, que es más suyo, más nuestro, más de los que matan y de los que mueren. Acepto la sesión académica y me digo: he aquí la solución: quizá no haya España. Hay españoles.
¿Y qué es el gran Machado sino un gran español? Eso pienso decir en mi lección magistral, que no será magistral, ni siquiera lección. Los arbitristas, Mallada, Macías Picavea, Cellorigo, los reformistas, Costa, los institucionistas y de los Ríos, ¿qué son sino españoles, grandes españoles sin España, puesto que España no hay?
Don Antonio Machado fue lección monocorde de rojos durante el franquismo: «En la tarde parda y fría de invierno, los colegiales estudian, monotonía de lluvia tras los cristales. » El efecto mágico de estos versos machadianos es que parece que los colegiales estudian monotonía. Monotonía, como asignatura mayor y gris de la monótona España que no existe.
Carlos Oroza, vallejiano y látigo, lo decía en el Gijón cuando los de la brea levantaban la calzada:
-Mira, Umbral, va están buscando los huesos de Machado.
Por eso le pude yo decir al guardia represivo que era yo de Juan Ramón. Y lo era. Hoy que los nuevos novísimos snifan Ezra Pound y podredumbre en los canales venecianos, podemos sin greña jacobina volver a Machado, olvidado de los profesionales del verso. No porque sea mayor ni menor, que entre los poetas míos tiene Machado un altar, aunque lateral. Sino porque es un español. ¿A qué hora y dónde se encuentra un español?, pregunta Larra. (Otro egregio español en pie de España.)
España no hay, de acuerdo, y Clavero Arévalo lo va a dejar en claro, que la derecha hará paradójicamente el desguace de España, como De Gaulle en Francia y Franco aquí hicieron, paradójicamente (la historia es siempre irónica), el desguace de los respectivos imperios coloniales que eran su peana. España no hay, que se nos pierde entre la erudición y el atentado. Pero españoles sí hay, y ya lo creo. Un formidable puñado, Cervantes y Quevedo, Machado y Larra. Españoles sin España, patriotas sin patria, precipitantes montañas de humanidad que ha tantos siglos se vienen abajo. En la pedantería turístico/juvenil, cómo ignoré a Machado. Cómo le quiero ahora, cuando sé que su solapa con fideos y su sombrero .pasado de moda son toda la España posible. Con qué temblor voy a hablar de él. Gracias, Vian, gracias, complutenses. Porque estaba usted equivocado, querido muerto, don Antonio. No hay España. Por eso España es usted.
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