_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Por la gente que no se cuenta

Catedrático de la Universidad Complutense-Parece que se oye un poco de silencio. ¿Ha terminado ya la murga? -Sí, hombre, aprovecha: por ahora no hay campañas ni encuestas ni votaciones ni recuentos. A ver, ¿qué tenías que decir tú? -Pues casi que me he quedado sin ganas. ¡Uf, que inundación de palabrería! ¡Cuánto ha debido hablarse por esas calles y oficinas de Dios, vocearse por altavoces, imprimirse en carteles y octavillas! Hasta aquí llegaban los ecos del vocerío, los rumores de siglas y de cifras, el estrépito de los pronósticos, de los cómputos de votos, de las declaraciones de los prohombres. Así, confusas todas las voces a lo lejos, ¡cómo recordaban esas tardes de domingo que pasas por las calles desiertas y de lejos oyes desde el estadio alzarse el vocerío de las multitudes a anunciarles a los sordos cielos que los hombres han metido un gol! -Pues también el deporte da que hablar lo suyo. -Y ¡cómo!: ¿no has visto a los trabajadores en el Metro y aun a muchos de tus pobres estudiantes en el autobús del lunes o del martes leyéndose ansiosamente las páginas de periódicos que discuten la postura de tal jugador en tal jornada o la moral de tal directivo de equipo en tal contrata? -Bueno, esto de las elecciones es menos frecuente: una vez al año, no hace daño. -Sí, menos frecuente, y también más caro todavía- ¿te imaginas los miles de millones en papel, en letras, en ratos de emisiones? ¿Dónde han ido a parar?: las voces, que son aire, a perderse por los aires; los papeles siguen todavía muchos enredados por el viento en las ramas del boj de los jardincillos, esperando a que el equipo de basura trabajosamente los arranque. -Tampoco es tan triste, diablos: -ya sabes que todo eso quiere decir también trabajó y horas suplementarias para muchos empleados de imprenta y de radio, para muchos pegadores de carteles y barrenderos. -Vaya, hombre, ¿y ahora resulta que eso es un beneficio? -Claro, claro: es que no estás al tanto de lo que es la producción hoy día: lo que importa no es lo que se produce: lo que se produce son horas de trabajo, ya lo sabes: ese es el producto: las horas de trabajo. -Y el consumo también, supongo. -Pues sí señor: producción y consumo se confunden: lo que se consume es también eso mismo: horas de trabajo. Así es el signo de los tiempos, y el que se quede atrás, que arree. -Bueno, camarada, pero, a pesar de todo, no me negarás que tanto derroche de palabras (lo mismo con motivo de contiendas de partidos políticos que de equipos deportivos) resulta más bien curioso: se diría que obedece a alguna profunda necesidad de la Máquina, eso de despilfarrar no sólo tiempo y atención del personal, sino, además, palabras y palabras. Casi sospecharía uno que las palabras debían de tener algo de a lo mejor libre y descubridor y peligroso para el Orden y sus Ideas dominantes, cuando así se dedican Ellos a malbaratar y deshonrar en cháchara automática y maquinal a las palabras. -Hablas tú, desde tu falsa lejanía, como si lo que se dice en esas campañas y en esos Parlamentos no tuviera sentido, como si fueran sólo ruidos; y, mal que te pese, tiene sentido, tiene. -¿Sentido? Sí, el de izquierda a derecha y el de derecha a izquierda. -Por ejemplo. ¿Te parece que no es importante la diferencia? -Te diré. Que la izquierda se crea diferente de la derecha y viceversa es, desde luego, esencial para el Orden. Pero tú, que sigues de cerca esas campañas electorales y discusiones en las Cámaras, ¿no te das cuenta de una cosa?: ¿que las derechas están sostenidas por la fe en las izquierdas?; ¿que las izquierdas se mueven en virtud de la fe en las derechas? -¿Cómo diablos dices?, que ya me tienes harto con tus tergiversaciones. Ay, el mundo está, tergiversado: ¿quién lo destergiversará? No, hombre: es algo muy sencillo: las actitudes de derecha se fundan en una fe en el Orden, desde luego, pero también en una fe en que hay peligro de desorden y que hay gentes y grupos que amenazan con la subversión, con poner lo de arriba para abajo, con cambiar el capitalismo por la dictadura del proletariado, por ejemplo: en fin, que de ese modo les hacen a las izquierdas (pobrecillas: domésticas ellas, burocráticas, parlamentarias) una propaganda de prestigio revolucionario y de ser algo diferente, que ellas mismas no pueden hacerse, si quieren competir dentro del Orden; pero ese servicio de las derechas a las izquierdas está bien compensado: ¿cómo podrían las izquierdas seguirse presentando a la lid en nombre de los intereses del pueblo o de los oprimidos, si no contaran con la fe en que hay otros que son los verdaderos representantes y dirigentes del Poder y del Capital?; así que, al hacer su propaganda, no pueden sino hacerles campaña de grandeza y de prestigio a las derechas. Ya se ve que cosas tan complementarias y necesitadas la una de la otra no pueden por menos de ser la misma. -Bueno, y ¿qué?: ¿qué propones?: retirarse en vista de eso de la refriega, fuera de la izquierda y de la derecha y del centro, ahí tú solo y lejano... -Ya has dicho tú que mi lejanía es falsa.-... en el egoísmo de tu vida privada, dedicándote a... -No a seguir los resultados de los partidos de la Liga, no; ni a ver la televisión tampoco. O ¿qué te crees?: ¿que, porque los mandamases, te digan que el campo de la lucha política está ahí, en sus caciqueos electorales, y sus atontamientos de masas, por eso va a ser verdad?: ¿que no va a haber otros campos?: ¿que la vida privada es distinta de la pública?, que es lo que Ellos creen (espacio de elec ciones para la vida pública y es pacio deportivo para la privada) y lo que nos quieren hacer creer. Pero ni por ésas. -Ya. El caso es que con ese desentendimiento tuyo y de gente como tú, ya se sabe a dónde vamos a parar. -¿A las garras del Coco, seguramente?: a la Dictadura?: ¿a Hitler y Estalin? -Pues si: no andes bromeando, que esto es serio. Gracias al ejemplo que dais tú y otros cuantos, ya ves lo que pasa. -¿Qué? -Que la gente se va retirando del proceso democrático. Las abstenciones van en aumento. -¿Sí? ¿De veras? ¿Ha habido más que las otras veces? -Más. ¿Te regocija mucho? -O sea, que ha habido menos: menos que han pasacio por el aro. Porque supon go que esas abstenciones no se explican ya por impericia o desconocimiento de la máquina votatoria. -No, no es eso, por desgracia. Por ahí se explican más bien algunos miles que otros de votos nulos, de gente que no acaba de entender los mecanismos perfeccionados de la votación y los boletines, por más claro que se les explica por la tele. -Ja ja ja. -¿De qué te ríes, condenado? -Perdona, hombre: es que cualquier fracaso del perfeccionamiento de las máquinas a la gente suele producirnos automáticamente una cierta hilaridad muy sabrosa. Pero, en fin, que las abstenciones no se explican ya porque la gente no entienda sus derechos y deberes democráticos. Y entonces, ¿un cierto florecimiento del santo escepticismo popular acaso? Ay, no querría uno hacerse ilusiones, pero no deja de ser un poquito consolador. -Pues vaya consuelo, hombre. ¿Adónde quieres que se llegue por ahí entonces?: ¿a la deserción de las armas?, digo ¿de las urnas? -¡Ah, qué perspectiva me abres, camarada! ¿Te imaginas?: que continuara el proceso de desentendimiento de la política de los políticos, que llegara a su límite, y que hubiera un día de elecciones en que no acudiera a votar nadie: vamos, nadie más que los propios pretendientes a los puestos: que la gente les hubiera dado las espaldas, como diciendo «Que ellos se lo guisen, que Ellos se lo coman»; que a nadie de la gente corriente le importara un bledo quién marcaba más goles o a quién contrataban para entrenador del Dura Lex Sporting Club; y que la política de los políticos quedara reducida a ser un cenáculo de señores que siguieran creyendo -eso sí- que estaban gobernando y arreglando el mundo con sus manejos, pero solos allá arriba, sin ningún apoyo de credulidad y aliento popular. -Muy bonito. Si todos hicieran como tú... -«Si todos hicieran como tú» debería ser el estribillo del himno de las tropas del Capital y del Estado. Ellos creen que hay «todos» y quieren ardientemente que todos hagan como yo, con tal de que yo haga como todos. En cambio, para cualquier salida de tono, ya te están amenazando «Si todos hicieran como tú ... »: si todos no trabajaran, si todos no se compraran coche ni piso, si todos no creyeran, si todos no votaran... Pero ¿qué diablos de «todo» sería ése? Ay, lo malo es que los que estamos envenenados de escepticismo popular no creemos en «todos» ni podemos creer tampoco en el paso al límite ni en que haya ningún Futuro en que nadie vote y las cosas se disuelvan tan lindamente. -No: por fortuna, siempre habrá una sólida mayoría que acuda a las urnas, que se interese por sus representantes, que reciba ansiosa la información que la pantalla les dé sobre quiénes la gobiernan o lo pretenden, que siga teniendo conciencia cívica, pundonor y lo que hay que tener. -Ya, ya sé; no hace falta que me lo cuentes. Pero siempre es un poquito consolador, como cuando el florecimiento de la rebelión de los estudiantes, sentirse entre una gran minoría, ¿no? -Gran minoría, ¿eh? Y entonces, ¿a qué viene eso de que salgas de vez en cuando pretendiendo hablar en nombre de la gente corriente y hacerle eco a ese santo escepticismo popular de mis entretelas con que tanto me estás cargando hoy? ¿Dónde está esa gente? ¿Qué es el pueblo? -Honesta pregunta, camarada: porque pueblo no es uno ni número ninguno, ni pueden, por tanto, los dirigentes saber lo que es ni definirlo y dominarlo. -Ensoñaciones. Entre tanto, ahí está la mayoría de votantes que expresan su voluntad por los cauces establecidos y... -Y que compran sus productos de consumo en los supermercados con los carrillos puestos a su disposición, y que desean el número de televisores en color que el Capital necesite producir para seguir marchando, y que se maten en las autopistas con coche particular en el número que cada semana las estadísticas requieran... Ya, ya sabemos. -Pues, quieras que no, eso es el pueblo. -Mentira, camarada; solemne mentira; y esto sí que es serio: eso no es pueblo: eso esjustamente la masa, numérica y computable, que el Comercio y la Política necesita para sus manejos: de esa es de la que se hacen padrones, listas, encuestas, recuentos y prospectivas de mercado. Pero ¿quién sabe? A lo mejor eso no es todo: a lo mejor hay gente viva, que no sigue los programas, que no se interesa por los campeonatos. Y mira: la haya o no la haya, a su salud levantemos este vaso; dejemos por ahora nuestra disputa, y brindemos por la gente que no se cuenta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_