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Los españoles y "Holocausto"

Sea como sea Holocausto, la serie hollywoodiana para la televisión sobre la «solución final» del problema judío propuesta y llevada a cabo por los nazis, está conmoviendo a Europa. Si acaso es cierto que sólo se trataba de una soberbia operación publicitaria y política preparada con todo lujo de medios por el movimiento sionista, esto sólo quiere decir que tales propósitos han fallado o que han quedado ampliamente desbordados, y, si podemos extrañarnos de que Hollywood haya sido capaz de fabricar un producto así, que obliga a hacerse preguntas sobre el mal y la condición humana o sobre la culpa de cada cual, entonces es que Hollywood esta vez se ha sobrepasado a sí mismo y el tema le ha conducido por caminos que no son los suyos, ciertamente.Buena o mala desde el punto de vista técnico y estético algo infiel en los detalles o también un tanto simplista a ojos muy inquisitivos y exigentes o de un gran vigor dramático, según otras opiniones; lo cierto es que los alemanes y los franceses, por ejemplo, la están viendo en sus pantallas con temor y temblor que quienes vivieron los acontecimientos narrados en el filme están reviviendo su horror y las jóvenes generaciones están descubriendo lo que hay al otro lado, detrás de las bambalinas de esta civilización tecnológica tan esplendorosa por detrás de la sociedad de consumo o de la verde pradera de las ofrendas eróticas. Y la Bestia está ahí aún, quizá sólo dormida u oculta simplemente bajo el seto cualquier día puede levantar la cabeza. Y la Bestia, el Mal que produjo todo este horror se llamó entonces nazismo, pero bien puede llamarse ahora de cualquiera otra manera, presentarse de cualquier otro modo, incluso bajo los más luminosos colores y el rostro más inocente. Y sabe que será bien acogida.

Lo propio de la Peste es, como del Diablo decía Baudelaire, el actuar de tal manera que los hombres no puedan creer en ella. El señor Hitler mismo tiene, hoy, sus partidarios y sus «historiadores objetivos», al igual que Stalin y que la Inquisición, pongamos por caso, y estos señores, pesando y, sopesando, llegan con frecuencia a la conclusión de que quizá de todos modos Hitler, Stalin o Torquemada no pudieron obrar de otra manera, de que se ha exagerado mucho el número de sus víctimas y todo fue más moderado de que al fin y al cabo sobre Auchswitz y en Ucrania o sobre los autos de fe también lucía el Sol y en cuanto cesaba el humo y el olor a muerto, también surcaban los pájaros el cielo, y que los hijos de las víctimas incluso jugaban felices. Y no otra cosa quieren oír nuestros oídos: no hay Peste, no hay Mal, la Bestia ha sido muerta definitivamente, ya no habrá más holocaustos. ¿A qué viene ahora este incordio?

Porque al menos en nuestra sociedad yo creo que si por fin se proyecta Holocausto, va a ser un incordio más que ninguna otra cosa. En medio de esta banalidad ambiente, en esta sociedad alegre y confiada dispuesta a creer incluso que los políticos pueden dar la felicidad o la justicia, pero no a que se la enfrente con preguntas radicales y tremendas y a lo mejor sin contestación posible, me temo que Holocausto sólo iba a convertirse en una tesis para arrimar cada cual el ascua a su sardina o para enzarzarnos en una gresca política más, que parece ser lo nuestro.

Los franceses tienen al menos una mente lógica y, mal que bien no tendrán más remedio que concluir conectando los hornos de Dachau con la entrega de carga humana que para ello hizo la República a cuya hospitalidad tantos hebreos se habían acogido: los alemanes, que no quisieron saber, se preguntarán necesariamente por qué no quisieron y cuál es el misterio de la Naturaleza o de la Historia o el del corazón, del hombre para que todo aquello fuera posible. Son gentes de temperamento metafísico que han hecho lo posible para olvidar, pero que no podrán renunciar a interrogarse por la razón que hay para que haya Peste. Por la razón que hubo para que otro pueblo obsesionado también por explicarse el misterio del ser, siquiera por senderos de bosque tan oscuros como la Kábala, fuera su víctima: el judío. Pero ¿y los españoles?

Españoles, fueron en buena parte los que en la Edad Media cultivaron la Kábala y se preguntaron por el sod o misterio del mundo, pero de esto hace ya muchos años y parece que los braseros inquisitoriales les quitaron todo deseo ulterior de andar hurgando en estos temas, prefirieron las disputas y las persecuciones, el cainismo como expresión del espíritu nacional, y no parece que hayamos salido de este círculo. Todavía a menos de medio siglo de nuestra última contienda civil, que fue un holocausto cainita de infinita barbarie y crueldad no hemos comenzado a sentirnos realmente culpables ni a preguntarnos en profundidad cómo fue esto posible y si va a volver a ser posible: y si uno lo pregunta, sólo oye contestaciones políticas e ideológicas, razones justificantes de la sinrazón argumentos para defensa del propio corral. Quizá haya que estar contagiados de luteranismo para sentir la mordedura de la culpa, y ésta es una sociedad supercatólica y pelagiana, y vacunada contra esa mordedura, y que no puede creer en la Peste. No sé por qué se duda tanto en proyectar Holocausto en nuestras pantallas; en seguida correrán chistes y bufonadas sobre sus personajes y aquí no pasará nada nadie va a quedar traumatizado.

Nuestra incapacidad para soportar cualquier hondura o seriedad no exorciza a la Peste, sino todo lo contrario, pero logra sin duda que. entre dos rebrotes de cainisino y ferocidad, lo pasemos muy bien, en plena astracanada, en pleno sainete. Hasta con argumentos de Auchswitz o de nuestra incivil guerra civil.

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